La renta básica universal: cobrar un sueldo porque sí, ¿es posible?
Con el avance de las tecnologías, sigue en el mundo la discusión sobre la posibilidad de que cada persona tenga derecho a un ingreso independientemente de su actividad productiva
Se llama Rutger Bregman. Holandés, 29 años. Es historiador, profesión que tal vez le facilite tener una mirada distinta, económica y políticamente incorrecta de acuerdo a los cánones actuales. Ha sido entrevistado por prestigiosas publicaciones del mundo y aplaudido de pie en una exposición de la muy difundida red de conferencias TED. Publicó un libro, Utopía para realistas, pero lo más desafiante es el subtítulo: “A favor de la renta básica universal, la semana laboral de 15 horas y un mundo sin fronteras”.
Su propuesta se fundamenta en experiencias y datos sólidos, lo que desorienta a quienes mantienen creencias grabadas en mármol. Una cita, tomada del escritor inglés Leslie Poles Hartley (1895-1972) dice: “El pasado es un país extranjero. Allí hacen las cosas de otra manera”. Precisamente, Bregman escribe mirando el pasado pero sobre el futuro, el lugar de las utopías.
El mundo, señala Bregman, inició un desarrollo enorme en los últimos 200 años, a través del capitalismo: “El 99% de la humanidad, a lo largo del 99% de la historia, pasaba hambre y era pobre, sucia, temerosa, ignorante enfermiza y fea”. En 1820, el 94% de la humanidad vivía en la pobreza extrema. En 1981, se redujo al 44%, hoy está por debajo del 10%”.
Pero el trabajo sigue siendo uno de los medios para hacer un mundo mejor —la utopía— para lo cual hay que reconocer que se trata de una construcción social que tuvo sentido en un tiempo, aunque lo va perdiendo. Ergo, deberíamos dar dinero gratis a todo el mundo, afirma Bregman, basándose en algunos experimentos sociales.
En 2009, 13 hombres que vivieron en la calle durante muchos años, recibieron 3000 libras esterlinas sin pedirles nada a cambio. Un año y medio después, algunos habían ahorrado, siete tenían techo, cursaron estudios, aprendieron a cocinar e hicieron planes. Los gastos anteriores para asistencia (policiales, judiciales, servicios sociales) trepaban a los 400.000 libras anuales. El costo del experimento fue 50.000.
El supuesto que el dinero gratis hace a la gente holgazana quedó descartado. “Lo bueno del dinero es que la gente puede usarlo para comprar las cosas que necesita, en lugar de las cosas que quienes se proclaman expertos creen que necesitan”, escribe el autor. En Dauphin, Canadá, con población de unos 13.000 habitantes, se destinaron 83 millones de dólares para un experimento similar.
Evelyn Foget, investigadora, rescató los resultados, muchos años después. Lo que se suponía como un fracaso fue, en realidad, un éxito. “En términos políticos, existía la preocupación de que, si se empezaban a garantizar unos ingresos anuales, la gente dejaría de trabajar y empezaría a tener familias numerosas”, explicó. “En realidad, ocurrió todo lo contrario. Los jóvenes pospusieron los matrimonios y la tasa de natalidad disminuyó” agrega Bregman. Las hospitalizaciones se redujeron un 85%, bajó la violencia doméstica y los trastornos mentales.
Una de las propuestas respecto de la reducción de las jornadas laborales es eliminar lo que llama los empleos superfluos, muchos de ellos que no aportan al PBI y otros que son reemplazados por los procesos automatizados. Pero en cualquier caso, aún pertenecen al terreno de la utopía pero recordemos: el propio Henry Ford redujo la jornada laboral a principios del siglo XX e incrementó la productividad. Está comprobado que los trabajos creativos tienen, a su vez, un máximo de productividad de 6 horas. En suma, todo el sistema laboral debe ser revisado a la luz del presente y del futuro, y las recetas.
jorgemosqueira@gmail.com
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