La escalera corporativa: seis claves para llegar a CEO
Hay muchos lugares comunes y eufemismos para definir el liderazgo. El líder es alguien que tiene visión, que es capaz de motivar a sus colaboradores, que posee capacidad empática, que es creativo, que puede tomar riesgos sin ser temerario, que es hábil para gestionar al equipo, que tiene carisma, y sigue una larga lista de cualidades. ¿Es posible que todas se den en la misma persona al mismo tiempo? Sí, lo es, pero es muy poco probable. Parecería que las organizaciones requieren que sus empleados sean seres mitológicos más parecidos a dioses de una saga nórdica que a personas de carne y hueso.
Si se trata de algo tan difícil de conseguir, ¿por qué las compañías insisten en crear este modelo casi inalcanzable? ¿Por qué se generan expectativas que producen frustración y resentimiento en muchos de sus miembros? Hay varias razones: la principal es que existe la creencia de que al poner la vara bien alta los empleados darán el máximo para saltarla.
En paralelo -y con sutileza- se establece el precepto: "Si llegas a ser un gran líder, podrás ocupar los puestos más altos de la pirámide organizacional". En pocas palabras, ser líder es cool; es una señal de estatus y es la gran zanahoria para todos, pero que solo un puñado podrá saborear.
Si se apela al pragmatismo, se podría definir al líder como alguien que consigue que los demás hagan lo que necesita para la organización, y para él o ella. Para lograrlo, debe ser capaz de influir en la gente. Es cierto que las cualidades enumeradas al comienzo de la nota son útiles para esto, pero son del fruto de la experiencia, algo que solo se consigue con el tiempo.
En contados casos se puede acelerar el proceso dando más oportunidades y exposición a unos pocos elegidos. Son seres tocados con la varita mágica -bastante subjetiva- a los que se les coloca la etiqueta de "alto potencial". Pero entonces ¿qué puede hacer el resto de los mortales para no quedar fuera de la carrera antes de correrla?
Hay seis elementos para seguir en juego que cualquiera tiene la capacidad de desarrollar.
1- Pasión: Sin pasión todo se hace cuesta arriba, se tiene la sensación de remar en dulce de leche. La pasión no es algo que se pueda explicar: solo las personas que alguna vez la han sentido comprenden su significado. Hay que descubrir la pasión y aferrarse a ella. Si no se tiene pasión por la tarea que se realiza, es mejor buscarse otra cosa que hacer.
2- Preparación: Para alcanzar el desarrollo que un líder necesita, hay que prepararse desde lo profesional y desde lo anímico. Se debe estar listo para asumir mayores responsabilidades con naturalidad. Una buena preparación da seguridad y capacidad crítica, elementos imprescindible para guiar a otros.
3- Perspicacia: Hay que estar atento. No se debe dejar que las oportunidades pasen por delante sin verlas. Para eso hay que mantener la "cabeza abierta". Hay que dudar, ante todo, de uno mismo. Los mayores saltos suelen estar impulsados por lo que va en contra de lo establecido.
4- Posición: La posición no es ni un puesto ni un cargo, es estar en el lugar adecuado en el momento justo. Complemento de la anterior, significa ponerse en situación para que "pasen cosas". Puede ser asistir a eventos corporativos, a cursos, hacer el asado para el equipo o jugar un partido de fútbol con los compañeros de trabajo. No importa cómo: el secreto es generar oportunidades para que ocurra aquello a lo que se aspira.
5- Propósito: La carrera profesional no es un sprint: es una maratón. Para correrla, hay que tener un propósito personal y un anhelo que justifique el esfuerzo. Debe haber algo que -desde el interior- ayude a mantener el entusiasmo cuando las piernas se agotan y la mente flaquea.
6- Paciencia: "Roma no se construyó en un día", dice la máxima. La carrera profesional tampoco. La paciencia es el triunfo de la ambición sobre el tiempo y sobre la ansiedad.
Hay un último elemento tan determinante como incontrolable: la suerte. Así se llama a los componentes aleatorios que dan forma al 50% del destino de una persona. El papel de la suerte es doble: facilitar el crecimiento (cuando el contexto es favorable) y estimular la resiliencia (la capacidad de volver al ruedo si las cosas no salieron como se esperaba), ya que nos recuerda que no todo está en nuestras manos.
En síntesis, aunque la varita nos haya eludido, la gran zanahoria está ahí y todos tenemos la oportunidad de cultivarla.
El autor es profesor de la Escuela de Negocios de la UTDT
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