Debemos modernizar el marco regulatorio
La Argentina ha quedado literalmente fuera del mercado global gracias a su altísimo costo laboral –incluyendo los salarios, la intervención disvaliosa de los sindicatos, la incidencia de los juicios laborales, y los impuestos al trabajo y sus accesorios– y registra, además, el más bajo nivel de productividad de toda América.
El cuadro es de tal gravedad que no sólo no llegan las inversiones, sino que comienzan a cancelarse y a fugarse proyectos y desarrollos históricos, desplazándose en forma gradual hacia nuestros vecinos.
Brasil sigue acumulando medidas que optimizan el costo laboral, instalándose como el más flexible e innovador de América latina. Aventaja a Chile, Perú y Colombia, y deja a la Argentina en el último lugar del ranking de competitividad. Comparado con nuestro país, el promedio salarial de Brasil en el ámbito industrial es un 30% más bajo medido en dólares; las cargas sociales e impuestos al trabajo son un 20% más bajos, y el nivel de productividad es uno de los más eficientes de la región. A su vez, la interacción sindical es un 50% inferior a la de nuestro país.
Nuestra legislación logró muchas de las reformas que se acaban de aprobar en Brasil con las innovaciones del ex ministro de Tabajo Armando Caro Figueroa en los 90 (ley 24.700), y con la reforma de Alberto Flamarique en el año 2000 (ley 25.250), que fue demolida por la ley Tomada (ley 25.877) en los inicios del gobierno de Néstor Kirchner, y con las sucesivas reformas impulsadas por Héctor Recalde, que retrotrajeron la ley de contrato de trabajo al texto de 1975, cuando se aprobó bajo la gestión de María Estela Martínez de Perón. Regresamos a la edad de piedra del derecho laboral. En este período no existió ni una sola norma laboral ligada a nuevas tecnologías ni a la era digital.
En rigor, Chile, Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Paraguay y Uruguay desarrollaron, bajo distintas iniciativas, modelos de relaciones laborales que fueron evolucionando con el transcurso del tiempo, con distintos recursos y regulaciones. Mientras tanto, en los últimos 15 años nuestro sistema se degradó, basándose en fundamentos ideológicos de raíz chavista, y en una concepción de la economía que asumió la destrucción sistemática de la cultura del trabajo. En rigor, se fomentó la creación de subsidios que no aportaron nada a la producción, y se incorporó la militancia como fachada de un modelo vacío de contenido y ajeno a los principios propios de una nación independiente y de una república democrática.
Nos enfrentamos con las evidencias de la destrucción de la tradición laboral argentina, caracterizada por la calidad de la educación, un sistema meritocrático y la tradición fortalecida por los inmigrantes que llegaron con trabajo y sacrificio. Hoy debemos resurgir tratando de reordenar y modernizar el marco regulatorio, procurando regresar a la impronta de la cultura del trabajo y del premio al esfuerzo.
Abogado, profesor de Derecho del Trabajo y director del posgrado en Conducción de RR.HH. en la UCA
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