Debates pendientes: pobreza, desempleo y precariedad laboral
Así como no pocas miradas opositoras creen ver en el actual escenario social una crisis que no cesa de pintar un futuro oscuro, no pocos entusiastas oficialistas dicen reconocer la luz del crecimiento al final del túnel. Sin embargo, la verdad no parece ser tan simple, ni sería bueno que una vez más las expresiones de deseo o de interés político sean las que organicen la realidad.
Sobran evidencias de que este último año significó un trance complicado para muchos ciudadanos. En principio, según datos oficiales, el nivel de actividad productiva del país cayó 2,3% con respecto a 2015, y el salario real lo hizo en al menos 5%. Asimismo, haya bajado o subido o se haya mantenido la desocupación, las estadísticas no son consistentes en este punto, el empleo no creció, más aún, se precarizó un poco más y los ingresos de los trabajos informales fueron más afectados que el resto. En este contexto, si bien las políticas sociales siguieron muy activas, el resultado no pudo haber sido otro que el aumento de las tasas de indigencia y de pobreza medidas por ingresos.
Por otra parte es cierto también que el año habría terminado saliendo de la recesión y con tasas de inflación más bajas, incluso con creación neta de empleo en algunos sectores. Sin embargo, este proceso es todavía incipiente y sus efectos no son aún contundentes. Si bien podría afirmarse que lo peor de la crisis ya pasó, queda por ver cuál es la sostenibilidad, calidad y alcance de la aparente reactivación. En cualquier caso, el último año, aunque grave en sus efectos sociales, no corresponde sobreactuarlo. Con la caída de 2016, el nivel de actividad se ubicaría en un nivel similar a la que teníamos en 2011, incluso, por sobre el nivel de 2010. En igual sentido, las tasas tanto de pobreza como de indigencia serían similares a 2009-2010.
Pero todo esto nos enfrasca en los hechos de corto tiempo que ofrece la reciente o actual coyuntura, exagerando quizás el sentimiento de que el “futuro es hoy”. Por ello, tal vez sea oportuno revisar de dónde venimos para no perder la perspectiva de la actual transición, así como el objetivo de dejar más claros los desafíos que enfrentan tanto oficialistas como opositores, en tanto expresiones de una misma sociedad.
Según datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina, sabemos que: 1) el desempleo y la precariedad laboral vienen creciendo los últimos cinco años, afectando actualmente a casi el 50% del total de los trabajadores, entre ellos a más del 30% de los asalariados y a más del 70% de los patrones, microemprendedores y cuenta propia, todos ellos todavía población sobrante para el modelo de crecimiento vigente; 2) la pobreza por ingresos luego de caer hasta 2011 volvió a subir hasta 2015 y también durante 2016, llegando la indigencia a 6,9% y la pobreza a 32,9%, destacando su persistencia a pesar del continuado aumento de los programas sociales; 3) si bien la infraestructura social no dejó de mejorar durante estos años gracias a la obra pública, algo anduvo mal: el hábitat urbano, así como los servicios de educación, salud y justicia siguen reproduciendo desigualdades, conflictividades y desprotecciones sociales, dejando a no menos del 15% de los hogares urbanos en situación de extrema exclusión; 4) el tejido social tampoco dejó de sufrir un proceso de degradación, afectado por la inestabilidad económica, el avance del narcotráfico y la inseguridad, toda vez que las preocupaciones políticas y judiciales siguen estando alejadas de la vida cotidiana de la gente, enfrentando por lo mismo niveles de credibilidad extremadamente bajos.
De la misma manera, si comparamos el actual escenario de bienestar con etapas o momentos históricos anteriores, es claro que estamos muy lejos de crisis como las de 1989-1990 o 2001-2002. En términos de pobreza, la situación parece asimilarse a escenarios como los de 1983-1984, 1986-1987 o 1994-1995. Sin embargo, todo parece indicar que esta sociedad es mucho más pobre, no sólo con respecto a la sociedad que –con todos sus dramas y atropellos– disfrutábamos en los años 60 y 70, sino sobre todo en cuanto a nuestra propia capacidad de transformar la historia y construir un futuro distinto. En cualquier caso se destaca la dificultad de “perforar” un piso de exclusión social persistente y junto con esto, el fracaso de proyectos políticos para superar estas barreras estructurales a partir de políticas de Estado consensuadas en dirección a un horizonte de desarrollo con inclusión social fundado en el bien común. Que una vez más la discusión política que requiere la construcción de este futuro posible no esté en la agenda pública, más allá de las ilusiones de unos o las alertas de otros, es quizás un muy buen indicador de nuestra verdadera crisis.
Conicet - UBA / Observatorio de la Deuda Social - UCA