Empezó a llegar la factura por lo hecho en el pasado
El impacto de la inflación internacional puede explicar a lo sumo el 10% del índice de precios; el 90% restante obedece a factores domésticos ocurridos en 2021 que inciden con algún rezago en los aumentos de la actualidad
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Finalmente se conoció el índice de inflación de abril y el 6% redondo evita seguir perdiendo el tiempo con los decimales, como si un 5,9% o un 6,1% hubieran hecho mucha diferencia. Lo relevante es que la inflación del primer cuatrimestre del año (anualizada) camina a una velocidad de 86%, y la núcleo, que deja de lado los precios regulados y los estacionales, a un ritmo similar del 84%. Notoriamente más alta que el 51% de 2021.
Los analistas cercanos al Gobierno destacan el impacto de la inflación internacional, pero eso puede explicar a lo sumo el 10% de la cifra; el 90% restante obedece a factores domésticos ocurridos en el pasado que impactan con algún rezago en los aumentos de precios de hoy.
Los factores externos han aportado mucho a la recuperación de la actividad económica. Con la pandemia generando restricciones de oferta adicionales a las habituales era innecesario cebar la demanda agregada. Sin embargo, el Gobierno hizo eso al triplicar el déficit fiscal del segundo semestre del año pasado respecto de lo observado en el primero.
Además, trató de frenar la inflación atrasando el tipo de cambio y las tarifas. No sólo eso no funcionó en 2021, sino que ahora, en el marco del acuerdo con el FMI, hay que acelerar la depreciación del peso y aumentar las tarifas. Supuestamente la austeridad fiscal y monetaria deberían ayudar a reducir la inflación en el futuro, pero no parece que tal austeridad vaya a cumplirse cuando se insiste con aumentos de gasto no previstos en el acuerdo y la colocación de deuda en el mercado local empieza a enfrentar algunos temores a posibles restructuraciones ante la montaña de vencimientos que se acumulan en el corto plazo. Y al mismo tiempo se festeja que las paritarias se negocien en períodos más cortos y con mayor nominalidad: en el primer trimestre de 2022 los salarios privados formales subieron 18%, porcentaje bastante más alto que lo observado en el mismo período de años recientes y mucho más alto que el 11% que promediaron los aumentos por trimestre durante 2021.
Esa mayor nominalidad puede enfrentar al Gobierno a otro dilema: si valida que el tipo de cambio y los salarios naveguen a una velocidad crucero de 4% mensual o más, puede empujar a la economía a un receso si el aumento en los agregados monetarios se calibra para una inflación mucho más baja; en cambio, si valida una mayor nominalidad corre el riesgo de que la inflación altísima se prolongue en el tiempo. Para romper ese círculo vicioso sería necesario un programa de estabilización más contundente en lo fiscal y monetario y que el Gobierno tuviera credibilidad y vocación de hacer las correcciones. Ninguna de estas cosas está hoy disponible. Las tensiones dentro de la coalición de Gobierno y la tolerancia del Poder Ejecutivo a las presiones por aumentar el déficit son claros ejemplos. Y además se corre de atrás, cuando finalmente parece que hay decisión de aumentar las tarifas según lo acordado con el FMI, ello es insuficiente porque esos aumentos han quedado desactualizados por la mayor nominalidad del primer cuatrimestre del año.
En definitiva, una vez más se comprueba que lo barato sale caro. La pretensión de subordinar la economía a la política con un foco en el cortísimo plazo siempre pasa la factura.
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