La mejor virtud es saber administrar el tiempo
En honor a la memoria del periodista Carlos Fontana quiero transmitirle hoy, amigo lector, una enseñanza que el maestro me dejó grabada en la piel: "Tranquilo, los árboles nunca llegan al cielo ni sus raíces llegan al infierno". Los procesos de bonanza alguna vez terminan, pero las crisis también; solo es cuestión de tiempo. En los mercados, el timing -saber cuándo arriesgar y cuándo esperar- es más importante que los precios.
El tiempo potencia una decisión, si es buena, seguramente tarde o temprano veremos sus frutos. Si es mala, tarde o temprano se pagarán las consecuencias. Un viejo dicho bursátil afirma que el roble más fuerte, el que da mejores sombras y sostiene mejor los juegos de nuestros hijos, es el que se plantó hace 20 años.
Hay alivios que sirven solo para el corto plazo (exceso de gasto), pero que producen fuertes daños colaterales irreversibles a el largo plazo. Hay decisiones muy costosas para el corto plazo, que luego hacen más fácil la vida a largo plazo (austeridad, ahorro). Para graficar, voy a emplear un recurso ya usado por mí y por muchos más, con la esperanza de que la memoria del lector sea más frágil que mi creatividad para encontrar ejemplos.
Un gran profesor, en plena clase, se acercó a su mesa, levantó un libro y preguntó: ¿cuánto pesa este libro? Las respuestas variaron entre 250 y 500 gramos. El profesor explicó: "El peso absoluto no es importante. Depende de cuánto tiempo lo mantengo con mi brazo extendido. Si lo sostengo un minuto, resulta liviano. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo por su peso. Si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y se paralizará. El peso del libro no cambia, es siempre el mismo, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve."
Las distorsiones económicas, el exceso de regulaciones, el resentimiento, son como el peso del libro. Si son temporales no afectan tanto, pero si permanecen mucho tiempo empiezan a generar serios problemas estructurales y terminan afectando la calidad de vida. El problema no es tener déficit fiscal, sino tenerlo por tanto tiempo. Esto nos lleva a tener impuestos distorsivos, una gran economía informal y más endeudamiento o emisión monetaria.
Sin embargo, los argentinos nos comportamos como lo harían los familiares de alguien que sufrió un paro cardíaco y que, con el impacto eléctrico de un desfibrilador, su corazón volvió a latir. La alegría y la euforia de verlo sobrevivir son inmensas, pero todos sabemos que no está resuelta la causa que originó que el corazón se detenga.
Si ese corazón va a seguir o no latiendo a largo plazo va a depender de la conducta del paciente a partir de ese momento. Va a tener que cuidarse de los excesos y del alcohol, hacer más actividad física, cuidar sus hábitos alimenticios.
Con el país pasa lo mismo. Las restricciones cambiarias, la gran emisión monetaria y la recuperación del consumo por huida del peso, actúan como el desfibrilador, pero mantienen intactas las causas que llevaron al corazón a dejar de latir. Solo que ahora se suma la incertidumbre que generan los efectos colaterales de las medidas tomadas para el futuro. Más consumo sin inversión no genera desarrollo, sino desabastecimiento.
Estamos frente a un rebote en la venta de autos, de materiales para la construcción, de insumos para el agro, de telas, de artículos de decoración, de electrodomésticos. Pero esa demanda no es por el entusiasmo de un futuro mejor, sino que responde al rechazo a quedarse con pesos. Más que comprar bienes, vendemos pesos.
La pregunta ahora es: el que está vendiendo más mercaderías, ¿va a reinvertir y reponerlas para generar un círculo virtuoso, o va a preferir esperar?
En simples palabras, si una empresa produce 300 remeras y tiene demanda de 400, ¿va a producir más o va a ajustar vía precios? Si los que venden deciden reinvertir, se pone en marcha el aparato productivo. Para que tenga sentido hay que ayudarlos a que sea más fácil hacerlo. Menos presión laboral, menos presión fiscal y menos burocracia.
¿Nunca nos vamos a preguntar por qué nuestra economía informal es más grande que la formal? ¿Nunca vamos a preguntarnos por qué hay más trabajadores fuera que dentro del sistema? Simplemente, porque estamos sobre castigando al que opera formalmente. Siempre pescamos en el mismo lago y, como resultado, cada vez hay menos peces.
Observando la ley de teletrabajo y la no reglamentación de la ley del conocimiento, el camino emprendido desorienta. Observando la resolución del conflicto con los acreedores, hay un aliento a pensar que se puede corregir ese camino emprendido.
Es un acierto haber extendido voluntariamente con los acreedores los plazos de vencimiento de nuestras deudas y, además, bajar significativamente el monto de los intereses. El acuerdo es muy relevante por lo que se evitó. Usando el ejemplo anterior, nuestro corazón vuelve a latir, pero para no volver a infartarnos tenemos que hacer serios cambios estructurales en nuestra forma de malgastar. El arreglo no soluciona los motivos por los que se llegó a esa instancia. Ayuda, no resuelve.
Todo país tiene ingresos (cobro de impuestos) y gastos (salud, educación, seguridad, etcétera). Ahora, si gasta más de lo que le ingresa, genera déficit y obliga al Estado a tomar deuda para financiar ese déficit; por lo tanto, claramente la deuda es la consecuencia y no la causa de nuestros problemas. Se resolvió con los acreedores el stock de deuda, no el flujo causado por el nuevo déficit.
¿Le prestarías dinero a alguien si sabés que gasta más de lo que le ingresa y que encima siempre se enoja con quien le prestó? ¿Lo harías sabiendo que, de ese dinero prestado, el 50% se usa realmente para lo necesario y el 50% se lo redistribuye a discreción y lo llaman gastos reservados?
Mi humilde propuesta: que todos los funcionarios públicos con responsabilidades y todos los legisladores reciban sus haberes en Bonos Argentinos, con vencimiento 20 años después de finalizados sus mandatos. Puesto que es ahí donde generalmente se siente el impacto de sus decisiones. Por ejemplo, un Bonar 2040. Si hacen las cosas bien, los bonos subirán y ganarán más plata. De lo contrario, subirá el déficit, bajarán los bonos y sus ingresos sentirán su ineficacia.
¿Acaso todos los que estamos en la actividad privada, no corremos los riesgos conforme al desempeño?
Paradójicamente, casi ningún dirigente tiene hoy sus ahorros en títulos públicos, o sea que no creen en el país que administran. Es como si el que administra una provincia tuviese los ahorros en otra provincia mejor administrada.
Según Warren Buffett, la mejor manera de eliminar el déficit fiscal es no permitir, mientras haya un déficit superior al 3%, que cualquier dirigente responsable de esa gestión ejerzan una función pública por 10 años.
Para justificar por qué también los legisladores deberían cobrar en títulos públicos, voy a basarme en una carta que alguna vez leí en un diario español (Cinco Días) de un ciudadano europeo dirigida a su Honorable Congreso, que dice lo siguiente:
Hay ciudadanos que fueron elegidos para trabajar en una "empresa muy especial".
Para acceder a este puesto no necesitan pasar por pruebas de aptitud o psicotécnicos, solo tienen que preocuparse por llevarse bien con sus superiores; sin olvidar que sus inferiores o iguales son potenciales competidores y hasta enemigos que pueden complicar su ascenso. En ella actúan como jefes y se fijan el salario, con la única limitación de su propia vergüenza. En esa empresa no hace falta que vayan siempre a trabajar y, si lo hacen, cobrarán un extra por ello, sobre todo si se tienen que trasladar para llegar a su lugar de trabajo. Tampoco se exigen resultados, ni ratios de ventas, ni desarrollo de proyectos. Las ventajas adicionales son variadas y muy provechosas. En primer lugar, trabajar en esa empresa abre puertas y genera contactos, tanto en el presente como para cuando dejen la empresa. Además, cuando esto ocurra, serán beneficiarios de una jugosa jubilación de privilegio. Hay otras ventajas, aparte de viajes, comidas, choferes y custodia; si en un momento dado, la tentación se apodera de ellos y realizan alguna acción no digna de mencionarse en sus currículums, la empresa, lejos de despedirlos, los defenderá y solo permitirá que se los impute y juzgue con determinados y exclusivos privilegios especiales. Además, una vez que hayan conseguido el puesto, pueden ofrecer a sus conocidos y familiares cargos de confianza para que ayuden con la tarea, aunque no estén preparados para ello. Para estos ciudadanos no existe la meritocracia.
No se asuste, eso parece que pasa en algún país europeo, ¿o creyeron que alguien lo escribió para nuestro Congreso?
En cambio, hay otros ciudadanos a los que les toca lidiar día a día contra obstáculos de la vida real. Son los que se exponen a quebrar y a perder todo en cada decisión. Los que ven envejecer a sus padres, casi sin respuestas, sin recibir nada de lo que aportaron. En este mundo, el esfuerzo es la base del progreso. Dependen de su emprendimiento, nadie les paga los viajes, los choferes, ni los celulares, ni la custodia, pero eso sí, son duramente castigados con impuestos por pretender abusar de la meritocracia.
Le atribuyen a Séneca la siguiente reflexión: "Alguna vez se propuso en el Senado que los esclavos se distinguieran de los libres por el vestido. Vestirlos a todos con la misma camisa. Pero inmediatamente el Senado advirtió el peligro que ello representaba, si los esclavos empezaban a contarse."
Qué forma más sutil de describir el riesgo que iba a implicar que los esclavos fueran conscientes de su número y de su fuerza. Una gran metáfora para nuestros tiempos.
El autor es licenciado en administración con un posgrado en finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y director de Finanzas de la UADE
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