El trabajo, en búsqueda de sí mismo
La actividad laboral pasa por un tiempo de transformaciones y hay aún muchas incógnitas; las plataformas digitales, el teletrabajo, la automatización y la amenaza de una mayor precariedad son temas que interpelan
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MADRID (El País).– El trabajo, motor de la actividad productiva, tiene cada vez menos certezas. Está en cuestión el espacio en el que se desarrolla, con el teletrabajo convertido en objeto de deseo para los empleos de oficina, tras una pandemia que demostró que la modalidad funciona. También está en cuestión cuánto tiempo se trabaja, por una mejora exponencial de la tecnología que no ha cambiado las jornadas vigentes desde hace un siglo. No está claro para quién se trabaja, ante la pujanza de plataformas (como Uber o Glovo) y de las plantillas compuestas por empleados de la casa y los externos. Está en tela de juicio, incluso, la idea de que hay que trabajar para vivir, teniendo en cuenta que en algunos sectores cada vez hay menos puestos y las rentas básicas echan raíces en varios países.
“Afrontamos varias crisis estructurales que están modificando el mundo del trabajo. Hay una inercia transformadora”, dice Joan Sanchis, profesor asociado de Economía Aplicada en la Universitat de València, asesor de la Consejería de Economía Sostenible de la Generalitat Valenciana y autor de Cuatro días. Trabajar menos para vivir en un mundo mejor (Sembra Llibres, 2022). En su libro y en su actividad política fomenta la necesidad de repensar la actividad laboral, con propuestas como la jornada de cuatro días. “Ha cambiado mucho lo que las personas esperan del trabajo. Los jóvenes tienen cada vez más claro que el salario no es lo único que buscan. El gran propósito es el desarrollo vital, lo que fomenta fenómenos como el de la gran dimisión en Estados Unidos. Algunas empresas se ven empujadas a plantear mucha más flexibilidad en la presencialidad para retener talento”, añade Sanchis.
No es un análisis diferente al de Carlos de la Torre, socio del área laboral en el estudio de abogados Gómez-Acebo y Pombo y vicepresidente de la Asociación de Directivos y Profesionales de Relaciones Laborales: “El trabajo híbrido ha sido un éxito sin precedentes. Esto hace que los conceptos clásicos de dónde, cuándo y cómo se trabaja estén en fase de búsqueda de equilibrios virtuosos”.
También se debate sobre el “cuánto”, según destaca Albert Cañigueral, autor de El trabajo ya no es lo que era: Nuevas formas de trabajar, otras maneras de vivir (Conecta, 2020): “Hay que terminar con esta manía de que todos tenemos que trabajar 40 horas. El trabajo es un bien tirando a escaso, y si queremos que siga siendo central en nuestras sociedades, debemos repartirlo”. Este análisis parte de informes como los del Foro Económico Mundial, que en un estudio de 2020 estimó que en 10 años se habrán eliminado el 5% de los puestos de entonces y que el 50% del total será diferente por la automatización.
“En muchas reflexiones partimos de una idea falsa, la de que todo el mundo tiene que trabajar. En ningún sitio está escrito que para que el sistema funcione tenga que haber tantas personas en edad laboral como puestos de trabajo”, abunda Sanchis que cree que la automatización, la inteligencia artificial o la especialización apenas están mejorando la vida de los trabajadores: “Hay que distribuir mejor los beneficios de la digitalización, que no vaya solo a los márgenes de las empresas. Ese es el debate más importante en términos sociales”.
Juan Francisco Jimeno, economista del Banco de España especializado en mercado de trabajo, considera que los avances tecnológicos, hasta ahora, han destruido empleo “fundamentalmente” en tareas manuales y no manuales de nivel medio”. Esta reflexión es consistente con estudios sobre este tema. “El peso relativo de ocupaciones de menor y mayor calificación creció. Parece claro que el desarrollo de la robótica y de la inteligencia artificial afectará también a ocupaciones que hasta ahora habían sufrido menos”.
Los expertos del Centro Europeo para el Desarrollo de la Formación Profesional (Cefedop, una agencia de la UE) Konstantinos Pouliakas y Jasper van Loo coinciden con Jimeno: “Es muy probable que antes de 2035 haya más trabajos altamente cualificados que de calificación media. Esto requiere una mejora y actualización masiva de habilidades”. Estos investigadores creen que trabajos fácilmente automatizables, como los de las cadenas de montaje o los conductores, “probablemente” acabarán desapareciendo. “Pero no nos dirigimos a un futuro sin trabajos. Hay mucho temor, pero la automatización masiva no va a suceder; habrá una transformación de tareas”, insisten.
“Con los avances tecnológicos –aporta Jimeno– siempre aumenta la productividad y el tiempo de trabajo se reduce. En las últimas décadas hubo una disminución continua de las horas de trabajo, una tendencia que se acentuará”. Considera, a la vez, que las políticas de reparto del empleo son “ineficaces” para combatir el desempleo. “La semana de 35 horas que se implementó en Francia, aun cuando tuviera efectos positivos en otras dimensiones (conciliación familiar, aumento de la demanda de actividades de ocio), no impactó apreciablemente en la desocupación”.
El riesgo de la precariedad
Otro riesgo de la nueva ola de formas de trabajar es que se profundice la precarización. “La fragmentación del trabajo mediante plataformas puede generar oportunidades, pero también está causando mucha precariedad. Si no encontramos una conciliación mejor entre estas fórmulas y los derechos del trabajador, el sistema sufrirá”, añade Cañigueral. Pouliakas y Van Loo creen que los legisladores deben asegurar que las plataformas y sus clientes garanticen derechos básicos, como salarios mínimos, licencias por enfermedad o seguros sociales.
Jimeno advierte de más debilidades en España: “Los salarios seguirán siendo relativamente bajos si la productividad no mejora, si no converge a la media europea. Sanchis va más allá: “No podemos pedirle peras al olmo. Tenemos una economía con un peso enorme de sectores como la hotelería, que, tal como están configurados, nunca van a pagar mejores salarios. Es una quimera. Hay que replantearse el modelo productivo”.
Para corregir la precariedad y adaptarse al capitalismo digital, De la Torre considera imprescindible que las administraciones públicas sean más ágiles: “El marco normativo evoluciona muy lentamente y a veces no en la dirección adecuada”. Pone como ejemplo de esta disfunción la norma que regula el teletrabajo, que está a la baja en España mientras que en otros países se consolidó tras la pandemia: “Se fijaron parámetros que lo desincentivan”, advierte.
Ana Gómez, presidenta de la Asociación Nacional de Laboralistas en España, apunta que el derecho laboral siempre va un paso por detrás. “Se adapta a las necesidades, no se adelanta a ellas. Ahora estamos ante nuevos paradigmas, nuevos escenarios que exigen una mejor regulación. El desafío es encontrar el equilibrio entre la seguridad de los trabajadores y la flexibilidad para las empresas”. Cree que hay mucho por mejorar y destaca algunas normativas “vanguardistas”, como la que obliga a las empresas a informar a los trabajadores sobre los algoritmos que afecten sus condiciones laborales. En esa línea, Jimeno apuesta por un “Estatuto de los Trabajadores del siglo XXI”, ya que el actual no se corresponde con las características tecnológicas del presente”.
En ese futuro, todos los informes de organismos internacionales le auguran a Europa en general un inmenso reto demográfico. “Con el envejecimiento de la población, los desajustes entre oferta y demanda de trabajo pueden agravarse, especialmente en las ocupaciones más proclives a ser realizadas por jóvenes. El retraso en la edad de jubilación puede aminorar la escasez de trabajadores, pero solo en algunas ocupaciones. En el resto, la inmigración debería contribuir a aumentar la población disponible para trabajar”, dice Jimeno. También destaca un aumento en la demanda de oficios de atención a la tercera edad. “Pero –agrega– hoy es difícil prever qué servicios podrán prestarse sin intervención humana; eso dependerá de cómo se desarrollen los avances tecnológicos”.
Esa es la gran cuestión que condiciona el debate, que puede dejar en papel mojado las previsiones y estrategias de los gobiernos, interpelados por un desafío mayúsculo. El País
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