El sueño antikirchnerista de Massa para diciembre
Cuál es la próxima ventana para devaluar a la que apunta el Gobierno, el consejo al ministro de su equipo más cercano y el riesgo de confundirse con la foto de la última semana; ya se vislumbra el siguiente foco de tensión con Axel Kicillof y La Cámpora
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Sergio Massa confunde a todo el mundo. En caso de ser presidente, ¿manejará la economía según los designios del autor del “plan platita”, que le permitió inyectar miles de millones de pesos en la calle para mejorar su imagen electoral y acercar al país al riesgo de la hiperinflación? ¿O practicará la precaución, como cuando reemplazó a Silvina Batakis en medio de dudas de su propia fuerza política sobre la posibilidad de que Alberto Fernández y Cristina Kirchner terminen el gobierno?
Una parte de la respuesta se puede empezar a buscar en los sueños inconclusos del equipo que acompaña al ministro desde hace más de un año. Su segundo, Gabriel Rubinstein, nunca terminó de digerir el hecho de que no pudo aplicar un plan de estabilización de la economía.
Un plan de estabilización contempla, dicho de forma esquemática, aplicar un ajuste fiscal que reduzca el gasto público, limpiar el balance del Banco Central, aplicar tasas de interés positivas (que los plazos fijos le ganen a la inflación, por ejemplo) y restringir la emisión de dinero. Es el sueño antikirchnerista de una parte del equipo que maneja los hilos técnicos del país.
Sergio Massa sigue escuchando el mismo mensaje proveniente de sus funcionarios de mayor confianza, incluso después del triunfo electoral del domingo pasado. Esa mesa chica, compuesta por Rubinstein, Leonardo Madcur y Lisandro Cleri, entre otros, ya le repitió que la única chance que tiene la Argentina el año próximo es mostrar un resultado fiscal sin déficit.
Fuera de eso, no hay nada que hacer, porque el país no tiene otras anclas, como la posibilidad de tomar deuda o recibir, de inmediato, dólares provenientes del comercio. Massa lo sabe.
Una reducción fuerte del déficit es toda una agresión para el costado kirchnerista de la coalición que sacó la mayor cantidad de votos en las elecciones presidenciales. El ministro asume que será su primer gran desafío. Ya no le alcanzará con decir que equilibrará las cuentas. También tendrá que mostrar que sus socios políticos están alineados detrás de una causa en la que no creen.
Habrá más sorpresas incluso mientras dure la campaña. En reuniones que se desarrollaron en Economía entre el lunes y el miércoles pasados, se discutieron alternativas para bajar impuestos, pensar en la apertura del mercado de comercio exterior e iniciar un camino hacia la normalización.
La próxima ventana para devaluar es otra revelación de los últimos días. Mientras que los actores económicos asumen que habrá un salto cambiario en diciembre, las discusiones al interior del Ministerio apuntan a otra fecha en el calendario.
Una devaluación se convalida para que entren dólares. Según las cuentas del Banco Central, en cambio, no habrá más dólares para liquidar mientras dure el verano y al principio del otoño. De manera que la devaluación del peso aumentará la demanda de dólares, pero no favorecerá su llegada.
El año próximo será mejor en cuanto al ingreso de divisas porque estará por primera vez operativo de punta a punta el gasoducto Néstor Kirchner y debido a que se espera el aporte de la soja. Son unos US$20.000 millones ausentes este año por la sequía.
Massa ya fue advertido. La plata de la soja no llegará toda junta, y mucho menos estará disponible en la primera parte del año. La oportunidad que se baraja hoy para convalidar un salto discreto del tipo de cambio es abril, cuando la oferta de dólares del campo permita atender la demanda cada vez mayor de divisas. Es por eso que, en Economía, cada vez que llueve en la zona núcleo se celebra como un gol de la Selección Nacional.
Conversaciones informales al máximo nivel de gobierno comenzaron a delinear posibles escenarios de transición hasta que llegue el dinero de la soja. Sucede que desde hoy hasta abril el plazo es enorme. El equipo económico espera un nuevo salvavidas del sector privado.
Sin nadie que le preste al país, empresas grandes con buena imagen podrían colocar deuda afuera para traer dólares a la Argentina. Ya se habla de nombres: Pan American Energy, comandada por Marcos Bulgheroni; Pampa Energía, a cargo de Marcelo Mindlin, y Vista, cuya cara visible es el expresidente de YPF en el gobierno de Cristina Kirchner, Miguel Galuccio.
Las menciones no son ingenuas. Se trata de empresas del sector energético, con un negocio altamente dolarizado y vínculos con el mercado mundial de capitales. La propia petrolera estatal también se sumaría a la lista.
El plan para el día después implica, también, que Massa vuelva a echar mano a una de las habilidades de las que presumió en su paso por el Gobierno. Habrá discusiones con organismos multilaterales para que continúen aportando dólares. Antes, deberá desandar el enojo del FMI por el “plan platita”.
Sucede que la Argentina luce un poco menos mal a los ojos del mundo cuando Washington habla bien de ella. Es una relación clave: sólo cuando lleguen los dólares, se podrá avanzar en el plan que le arranca suspiros a Rubinstein, más allá del equipo que conduzca el Ministerio en caso de que Massa sea presidente.
¿Cuál será el destino de los primeros dólares que lleguen al país? Ese dinero es un trofeo en disputa. Una parte del gabinete de Massa cree que debe ir a la producción. Otra, a pagar las deudas comerciales de las empresas privadas, una de las bombas encubiertas que distorsiona minuto a minuto el funcionamiento del país.
Hoy no hay dólares para nadie. Eso hace que una compañía deba buscar alternativas para convencer a sus proveedores del exterior de que les “fíe” hasta que tenga acceso a las divisas. En la medida en que esos billetes no aparecen, crece la demanda en los mercados financieros legales, como el contado con liquidación, que sirve para sacar plata del país (una de las alternativas para pagar afuera). Esa es la tensión permanente que hay detrás del dólar a gran escala en la Argentina.
La comprensión cruda de la crisis en el Banco Central fabricó un eslogan provocador que recorre los pasillos de Hacienda. Según el diccionario kirchnerista, sacar plata del país es sinónimo de fuga. El próximo gobierno, según la mirada del actual, tendrá la obligación de “fugarla” toda. Es decir, conseguir los dólares para bajar la deuda comercial en el exterior, reducir la presión sobre la demanda de divisas y aspirar a reducir la brecha cambiaria.
Volvió a ponerse sobre la mesa la alternativa de desdoblar el tipo de cambio hasta que lleguen los dólares. Es una decisión arriesgada que dejaría muchos heridos, por el problema de responder una pregunta simple. ¿Quién accede al dólar más conveniente y quién no? La resolución puede desatar peleas encarnizadas entre vecinos de actividades económicas muy similares.
Hay garabatos con números crudos. El año 2022 terminó con un déficit de 2,4% del PBI y reservas en el Banco Central por US$8000 millones. Este año finalizaría, de acuerdo con información interna de Economía, en un número cercano al 3% y sin dólares. Para 2024, entonces, la cuenta es el resultado de este año menos el ingreso adicional que se espera del campo sin sequía. En resumen: hay que recortar el déficit en 1,5% del producto. Falta determinar quién lo paga.
La recomendación de orden fiscal es tan fuerte que sus asesores ya le sugieren a Massa enviar al Congreso un nuevo proyecto de presupuesto, más agresivo, para el año próximo. Quedaría de lado, así, la pantomima de mandar una separata al Congreso con posibles eliminaciones de exenciones impositivas para que los legisladores muestren voluntad de pagar los costos políticos del ajuste.
Hacia fines de 2022, hasta el ministro hizo algún intento por llevar adelante la idea que luego postergó y le aconsejan recuperar si es presidente. Eran épocas distintas a las actuales. Fernández no había delegado del todo el gobierno en su ministro de Economía y Cristina Kirchner estaba más activa que ahora. Falta saber qué haría Massa con el último término fuera de la ecuación y la vicepresidenta lanzada en un viaje que la aleja de la centralidad.
Rubinstein conserva los papeles de la primera época. En mayor o menor grado, son ideas compartidas por el ala ortodoxa de la que se rodeó Massa en Economía.
El propio Massa, cuyas decisiones no pasarían por el tamiz de una u otra escuela económica, dio en varias ocasiones indicios de inclinarse a favor de un plan de estabilización moderado que necesariamente implica un ajuste. Son todas palabras fuera del diccionario de Néstor y de Cristina Kirchner.
Un documento recuerda su intento original por tratar de darle un poco de orden a la economía, algo que no logró. El plan original contemplaba suspender el financiamiento por emisión monetaria, aplicar tasas de interés positivas -la sugerencia permanente del FMI-, bajar el gasto público, reordenar los planes sociales y aumentar las tarifas de los servicios públicos.
Massa abandonó por completo sus ideas originales a medida que se acercó la elección. De hecho, hizo todo lo contrario.
El conjunto de decisiones que tomó para mejorar su performance tras la derrota en las elecciones primarias serán la condena de la próxima gestión nacional. Es decir, el Massa candidato le podría haber dejado la peor penitencia al Massa presidente.
El ministro enfrentará una tentación fuerte si llega a la Casa Rosada. Tras el triunfo del último domingo, las variables que lo volvían loco comenzaron a moderarse. Bajó la espuma de la dolarización a cualquier costo con Javier Milei algo más alejado en la carrera y obligado a negociar sus ideas más extremas; los bancos, que habían pasado muchas de sus tenencias de Leliq a pases (para tener el dinero rápido y poder salir del peso si era necesario) revisaron su postura, y los tenedores de bonos empezaron a ver con mejores ojos los títulos que ajustan por CER (inflación) en detrimento de los vinculados al dólar. El riesgo es confundir esa foto con una tendencia.
El día después de una eventual victoria, el sucesor de Alberto Fernández verá que tiene que administrar tierra arrasada. Sin dólares, con una deuda mayor, atraso en las tarifas de servicios públicos y la devaluación más anunciada de la historia, no tendrá más alternativa que avanzar en el ajuste. El ministro de Economía lo sabe, porque se lo hacen saber.
El sueño más ortodoxo del massismo considera que hay que mantener la estabilidad durante al menos cinco años, hasta que todo el mundo se enamore de los pesos. Ganar una elección no parece una tarea tan difícil en comparación con lo que viene después.
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