El sindicalismo tradicional es amenazado por el avance de los partidos de izquierda
El denominado modelo sindical argentino está, desde hace tiempo, en situación de crisis.
EL sistema se caracterizó, desde sus orígenes, por la concentración de la representación de los trabajadores en sindicatos de ámbito de actuación exclusiva y excluyente (sea territorial, personal o de oficio), previamente habilitados por el Estado, que a su vez se podían agrupar en federaciones y éstas en confederaciones.
También fue un elemento determinante de la estructura la vinculación de subordinación, y viceversa, del régimen sindical formal con el partido peronista.
En la actualidad argentina, ambos aspectos aparecen sumamente desgastados. La representación sindical, conforme nuestro sistema, se otorga a aquel gremio que la autoridad declara como más representativo, al que se le asigna la personería gremial conforme un poco verificable procedimiento.
El que la obtiene accede a derechos exclusivos, que son los verdaderos mecanismos de poder. Así, por ejemplo, es la única que en su ámbito de actuación puede celebrar convenciones colectivas de trabajo, administrar las obras sociales y declarar la huelga.
Los restantes quedan como sindicatos simplemente inscriptos y su presencia jurídica es puramente testimonial.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) cuestionó insistentemente el procedimiento para obtener la personería gremial en la Argentina cuando existe otro sindicato que la ostenta.
El referido sistema provocó con el tiempo reacciones por la exclusión del poder que engendraba, lo que hizo surgir numerosas y conflictivas representaciones de hecho –en general a nivel de establecimiento– al margen de los sindicatos con personerías gremiales e incluso con comisiones enfrentadas con los mismos.
Sus delegados obtuvieron, por vía jurisprudencial, una protección equivalente a la que gozan los representantes sindicatos con personería gremial. De la misma manera fue reconocido el derecho de aquellas comisiones independientes a competir con los gremios con personería.
Estos sectores que no se consideraban representados encontraron amparo –en su mayoría– en partidos políticos de izquierda.
Por otra parte la referencia a logros obtenidos hace 60 años ya no conmueve ni genera mayores fervores, de forma tal que el alineamiento político con el peronismo dejó de ser un factor aglutinante.
Esto tiene que ver con que, sobre todo en los últimos años, bajo el nombre del peronismo se realizaron políticas económicas y laborales diametralmente opuestas.
A su vez, el peronismo se encuentra dividido en varias fracciones, todas las que se dicen los verdaderos intérpretes de la doctrina. A pesar de esto lucen lucen desunidos en función de su alineamiento político circunstancial como resulta de los cambios –a veces inexplicables– de aliado a opositor y viceversa.
Algo parecido sucede con el sindicalismo de izquierda que luce estructurado en función de los partidos políticos de ese signo.
En definitiva, el sistema vigente provocó además de sindicatos de hecho y de derecho, un nuevo grado de politización sindical en el que, si bien la sustancia de los reclamos son similares (salarios, impuesto a las ganancias, pérdidas de puestos de trabajo), la competencia que genera el régimen entre incluidos
excluidos, sus alineamientos políticos y su posicionamiento frente al gobierno de turno está llevando a una radicalización de los métodos y de los reclamos como recurso de subsistencia, y a una mezcla entre los intereses de los trabajadores con cuestiones de política partidaria.
Por ello resulta imprescindible elaborar un nuevo régimen de asociaciones sindicales verdaderamente democrático y plural, cuyo eje sea la defensa de los intereses de los trabajadores y no la de sus posicionamientos políticos o cuestiones ajenas a la protección de sus representados, y que en definitiva promueva la paz y la concordia entre los actores laborales y por ende en la sociedad.