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Se agravó seriamente la crisis del coronavirus a nivel mundial, se multiplican los casos de contagiados y muertos en cada vez más países afectados, y como se preveía, finalmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el estado de pandemia a nivel global. Más de 120 mil contagiados, en casi 120 países y cerca de 5000 muertos a la fecha.
Los mercados se muestran cada vez más asustados. Enfrentan un crash en los precios de las materias primas y los activos financieros que no se observaba hace décadas, y crece la incertidumbre ante las dificultades para pronosticar y prever hasta dónde pueden llegar las consecuencias de toda esta dramática situación internacional.
Las acciones de las principales empresas del mundo que cotizan en las bolsas de Nueva York perdieron en promedio un quinto de su valor en menos de dos semanas. Los índices cayeron 20% y las pérdidas pueden seguir profundizándose en las próximas semanas.
El problema ya está en la Argentina, como no podía ser de otra manera en la era de la globalización, y la crisis golpea en varios frentes. En el terreno político, en el terreno sanitario y, naturalmente, en la economía. Es obvio que para enfrentar la renegociación de la deuda y para salir de la recesión el país necesita un mundo diametralmente distinto al que estalló esta semana. Con inversores que se animen a salir del refugio del dólar y apuesten a regresar a los mercados de riesgo.
La crisis del coronavirus desató una caída en los precios de los productos que la Argentina vende al mundo porque se prevé un parate económico internacional que afecte el comercio y las exportaciones hacia los principales países. Se suma la batalla entre los saudíes y los rusos por el precio del petróleo, que derrumbó 50% el valor del crudo y saca de juego cualquier posibilidad de recuperación en Vaca Muerta.
Ni siquiera la Argentina podría aprovechar la situación para que baje el precio de las naftas, ya que las petroleras que operan en el país necesitan un barril de petróleo como mínimo a 50 dólares para pagar los costos locales, entre otros, la parte que se llevan las provincias por regalías y que los gobernadores no quieren resignar. Cuando el petróleo valía 80 dólares se pesificó el barril criollo para que no subieran las naftas. Ahora que el crudo se derrumba, hay que promover un precio sostén, en este caso contra los consumidores, para que no bajen los precios de los combustibles. Todo quedaría igual en los surtidores
Es cierto que un mundo con bajas tasas de interés favorece al país en la renegociación de la deuda. Pero eso era válido hasta la llegada del pánico financiero en que nadie quiere tomar riesgos y se refugia en el oro o en los bonos del Tesoro de EE.UU. Activos de países exóticos como la Argentina, ni de cerca los quieren tener.
Se produce otro fenómeno complicado. Ante el temor y los derrumbes en los precios de las acciones, los inversores retiran el dinero de los fondos de inversión en un efecto Puerta 12. Todos quieren salir a la vez. Los administradores de esos fondos se ven obligados a liquidar sus activos para hacerse del efectivo que les reclaman sus ahorristas. Y allí, lo primero que venden son los activos de mayor riesgo, los de la Argentina en el primer lugar.
De modo que los fondos que son tenedores originales de bonos argentinos pueden verse obligados a tener que venderlos a precios de remate. Allí aparecen los inversores que se especializan en comprar títulos a precios de default y luego litigar contra los países, como ya le ocurrió a la Argentina con los fondos buitre entre 2010 y 2016. Con el agravante que ahora, los cláusulas antibuitre que se pactaron en las últimas renegociaciones de deuda, podrán terminar jugando en contra del país.
Para evitar lo que ocurrió en 2010, que un grupo pequeño de bonistas no aceptara el canje de la deuda y siguiera con juicios, se estableció la cláusula antibuitre: si 75% u 80% de los tenedores de una serie de bonos acepta la oferta, todos la tienen que aceptar. El problema es que si alguien compra más de 20% o 25% de una serie, tiene en la mano la posibilidad de bloquear el acuerdo y seguir presionando por mejores condiciones para el canje.
El mundo ahora está en terapia intensiva. Todos los países que compran productos de la Argentina desaceleran su actividad. No solo China e India, también Brasil, el otro socio estratégico. Hay un shock externo de magnitud.
También para la Argentina supone un complejo desafío político y de liderazgo, ya que todo indica que recién están comenzando los efectos de la enfermedad en términos de expansión, contagio e impacto sobre la población vulnerable. Habrá que enfrentar la crisis con un sistema sanitario a nivel estatal muy deteriorado en infraestructura e inversión. Con severos interrogantes respecto de la capacidad de respuesta en el interior del país y en los conurbanos empobrecidos y hacinados de las grandes ciudades.
Los problemas del país estaban antes del coronavirus. Sobre todo en materia económica donde, más allá de la deuda, las señales del Gobierno no alcanzan para recomponer la confianza. Ahora no solo la Argentina está paralizada. También el mundo que la rodea.
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