El precio de las cosas puede ser muy distinto de lo que indica el sentido común
En la definición de cuánto valen los bienes inciden varios factores; a qué conclusiones podemos llegar a partir de una venta que marcó un récord
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Mientras discuten si el tipo de cambio está atrasado, si el valor de una empresa debería basarse en sus flujos descontados a una tasa de riesgo determinada, o si el valor de un artículo o producto debería ser el costo de reposición más una pequeña renta, me gusta interpretar que, si bien a largo plazo todo termina teniendo una cotización racional, en el corto plazo, en la formación de los precios, juega más el estado de ánimo.
Piensen ustedes que, por miedo, un barbijo llegó a valer el doble que un barril de petróleo, y un repelente de mosquitos, por escasez temporal, llegó a costar casi lo mismo que se pagaba por el gas en una vivienda. Se hace difícil explicarlo por el costo de producción de cada uno. Una empresa puede valer mil veces lo que gana o un cuarto, dependiendo de si los inversores creen o no en ella. Con situaciones macro o conflictos políticos similares, dos países pueden tener un riesgo país distinto. Sin ir más lejos, la Argentina tiene el doble de riesgo país que muchos países en guerra.
¿Cuántos de nosotros alguna vez dijimos, en 2001, “nunca más dejo la plata en un banco argentino”? O, en mi caso: “Nunca más compro un bono argentino”. Y con el paso del tiempo, aquí estamos, operando por home banking mientras hablamos de Leliq, del bono Bopreal o de los AL30, o discutiendo con el taxista sobre los pasivos remunerados del Banco Central.
La economía es una disciplina narrativa y las explicaciones son fáciles de proporcionar luego de las cosas sucedieron. Cuando uno bebe un vino, la percepción de su sabor estará influenciado por la forma en que experimente disfrutarlo y el precio que se haya pagado. Resulta que hay mucho más en una placentera experiencia de degustación de vinos que en el vino en sí. Si el vino es costoso, entonces probablemente lo percibirás como más sofisticado.
“Una empresa puede valer mil veces lo que gana, o un cuarto; con una situación macro similar, dos países pueden tener un riesgo país distinto”
Encontré en un artículo del economista español Carlos López una historia que nos permitirá ver por qué muchas veces los precios son reflejos de distintos estados de ánimo de una sociedad. Cuenta el artículo: “Una obra de Leonardo Da Vinci en manos de un coleccionista privado, el oligarca ruso Dmitry Rybolovlev, fue subastada por una cifra récord de US$450,3 millones. La obra, conocida como ‘Salvator Mundi’, fue adquirida por el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman”.
Este evento puede darnos una idea de economía, de distribución y de equidad. Van algunos tips.
La importancia de la escasez. Muchos pintores estuvieron arruinados económicamente en vida, pero no hay mayor garantía de escasez que la muerte del artista. En el caso de Da Vinci, menos de veinte de sus obras han sobrevivido y la mayoría está en museos que no las venderán. Esto crea un producto extremadamente deseado y escaso, por el cual algunos multimillonarios están dispuestos a pagar grandes sumas. Este es quizás el caso más extremo de la ley de oferta y demanda. Es paradójico y doloroso que la muerte de un autor sea la generación de riqueza futura de otros
El papel del intermediario. A veces, el intermediario gana más que el productor de un activo o que el generador de una idea. En este ejemplo, el que logró intermediar la venta de la obra de arte, el que convenció al comprador del estatus que provocaba tenerla, cobró una comisión de US$50 millones, una cantidad inimaginable para el autor. La habilidad de saber vender y la habilidad de generar una buena cadena de contactos pueden resultar más beneficiosas que producir o crear algo. La logística de la entrega de un producto puede llegar a ser más valorada que el propio producto.
“Que una obra de arte valga más que la capitalización bursátil de muchas empresas puede parecer extraño, pero es algo que existe”
La desigualdad en las economías muy reguladas. Finalmente, de las economías más reguladas y menos libres surgen potentados empresarios capaces de comprar obras de arte por un monto que alcanzaría para alimentar –para alimentar mejor, al menos– a sus propios conciudadanos. Es raro que los millonarios del mundo salgan de economías muy reguladas, mostrando que la libertad de decisión genera más oportunidades para las mayorías. Hay mayor distribución de la riqueza en países con mayor libertad económica que en aquellos que están gobernados por dinastías.
A veces, concentrar puede ser más efectivo que diversificar. El mejor consejo de inversión es la diversificación. Pero aquí no funcionó. La concentración en la posesión de un producto es lo que generó el premio mayor. Concentrar todo en un producto le da mayor poder de negociación, al ser su único propietario. Solo una persona en el mundo puede permitirse tener un cuadro de Da Vinci en su casa. ¿Es mejor tener la mayoría de un producto y administrar su oferta, o diversificar el riesgo en diez productos sin controlar el precio?
Conclusiones
Mientras aquí discutimos las teorías de atraso cambiario, el valor de equilibrio y el precio justo del tomate, déjenme concluir con reflexiones aprendidas en el mercado bursátil.
El precio de las cosas puede ser mucho más alto de lo que dicta el sentido común. Que un cuadro valga más que la capitalización bursátil de muchas empresas puede parecer extraño, pero es algo que existe. El precio del metro cuadrado es más sensible a la percepción de seguridad y al acceso que a su costo de construcción.
El pasado no puede usarse para predecir el futuro. En un momento un auto usado llegó a valer más que uno cero kilómetro, por falta de entrega. Termina siendo una mala decisión montar una fábrica para producir autos usados.
La regla de Wittgenstein indica que, a menos que tengas confianza en la fiabilidad de la regla, si utilizás una regla para medir una mesa, también es posible que utilices la mesa para medir la regla. Pensamos mucho menos de lo que creemos. Aquellos que toman decisiones en la economía y en el mercado deben “jugarse la piel en ello”, como dice Nassim Taleb, y ser responsables de sus equívocos, aceptando que no pueden ser meros espectadores.
Cuantos más datos tengamos, más posibilidades de confundirnos con ellos.
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