“El populismo en su punto más bajo”: La dura crítica de The Economist al gobierno peronista
La revista advierte sobre el mal desempeño económico de la Argentina y las perspectivas para la oposición en 2023; “el largo ciclo populista iniciado en 1945 podría estar llegando a su fin”, afirma
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Ubicado en una mansión neohispánica de Palermo, un barrio elegante de Buenos Aires, la capital de Argentina, el museo Evita Perón cuenta la historia del nacimiento del populismo latinoamericano como movimiento de masas. En imágenes de archivo de la época, Eva y Juan Perón se dirigen a multitudes en la Plaza de Mayo, la plaza principal de la ciudad. El carrete muestra una manifestación de trabajadores el 17 de octubre de 1945, que consiguió la libertad del entonces coronel Perón, tras un breve encarcelamiento.
Perón se comprometió a “ponerse al servicio total del verdadero pueblo argentino”. Eva Perón insistió: “No quiero nada para mí. Sólo quiero ser el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo”. En su último discurso público antes de morir de cáncer con sólo 33 años, declaró: “Siempre haré lo que diga el pueblo”.
Tales son los pilares del populismo. Para empezar, requiere un liderazgo carismático, al que se debe lealtad absoluta. También ayuda invocar la noción de un “verdadero pueblo” y de un enemigo que se opone a él: la “oligarquía” y Estados Unidos en el caso de los Perón. Se añade una pizca de dramatismo a la mezcla; Eva es recordada como una víctima trágica. A ello se une su compromiso con la justicia social: la jornada de ocho horas, los aumentos salariales, las vacaciones pagadas y los planes de bienestar.
Fue una fórmula exitosa. Perón fue derrocado por un golpe militar en 1955. Pero el movimiento que él llamó Justicialismo y todos los demás llaman Peronismo ha dominado, con muchos giros y vueltas, la vida política de Argentina desde entonces. Sigue en el poder, como lo ha estado durante 16 de los últimos 20 años. Y ha sido copiado, con mayor o menor éxito, en toda América Latina.
Sin embargo, el peronismo está ahora quizás en su punto más bajo. La energía, la gracia y el trabajo en equipo de los futbolistas argentinos no encuentran eco en su gobierno. Alberto Fernández, presidente de Argentina desde 2019, encabeza una administración débil, dividida y fracasada. El 17 de octubre, Día de la Lealtad Peronista, como se denomina en homenaje a aquella manifestación de 1945, tuvo tres conmemoraciones rivales en 2022. Fernández no asistió a ninguna de ellas. Tampoco Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta y la figura más poderosa del peronismo desde la muerte de su marido, Néstor, en 2010. Fernández y Kirchner pasan meses sin hablarse.
Kirchner tiene sus propios problemas. El 6 de diciembre, un tribunal federal la declaró culpable de defraudar al Estado en contratos de obras públicas por valor de US$1000 millones y le impuso una pena de seis años de cárcel e inhabilitación permanente para ejercer cargos públicos. Afirma que, como Evita, es una víctima. En su caso, afirma que una “mafia judicial”, los medios de comunicación y Mauricio Macri, presidente conservador entre 2015 y 2019, están decididos a expulsarla de la política.
Parejas de poder que se desvanecen
Otros señalan que, mientras eran políticos, ella y su marido amasaron una fortuna de US$10 millones, que ella declaró a la agencia anticorrupción al renunciar tras ocho años como presidenta en 2015. Ella dice que recurrirá el veredicto. Pero también sorprendió a sus seguidores al decir que no se presentaría a las elecciones generales previstas para octubre de 2023. Puede que se trate de una treta. Pero también puede reflejar su menguante apoyo público.
El peronismo también se ha quedado sin ideas, como pone de manifiesto la crisis económica crónica de Argentina. Macri intentó estabilizar la economía que heredó tras una década de gasto excesivo de los Kirchner, pero no lo consiguió. El gobierno de Fernández lo ha intentado a medias. Ha forzado la aprobación de un préstamo de US$44.000 millones del FMI, esencial para sostener el peso, pero que requiere una política monetaria y fiscal más estricta. Los aliados de Kirchner votaron en contra del acuerdo con el FMI, lo que obligó al gobierno a apoyarse en la oposición. Bloqueó las medidas para recortar los subsidios indiscriminados a la electricidad, el gas y el transporte público, que se suman al déficit. Cuando el peso se desplomó en julio, aceptó a medias el nombramiento de Sergio Massa como ministro de Economía, con el mandato de aplicar el acuerdo con el FMI.
Hoy la economía se sostiene gracias a una batería de controles de precios y de cambios. Aun así, la inflación rozará el 100% este año, y en el (tolerado) mercado negro el peso vale menos de una cuarta parte de lo que valía hace tres años. El gobierno vive de semana en semana. Un 37% de la población es pobre, frente al 28% de 2011, según el centro de estudios Cedlas, que utiliza un umbral de pobreza de $120.000 mensuales para una familia de cuatro miembros (698 dólares al cambio oficial o 381 dólares al paralelo).
El declive del peronismo se entrelaza con el del país en su conjunto. “Obviamente, el peronismo es el principal culpable de la situación de Argentina”, afirma sin rodeos Eduardo Duhalde, exgobernador, expresidente e integrante de este movimiento. “Hoy estamos en nuestro peor momento”.
En 1914 Argentina era uno de los diez países más ricos del mundo, aunque muy desigual. A mediados de los setenta seguía siendo un país predominantemente de clase media. Ahora ya no. El último medio siglo ha sido testigo de un declive subyacente salpicado de repuntes temporales. En los años 90, Carlos Menem, un presidente peronista, adoptó políticas de libre mercado y el capital entró a raudales durante un tiempo. Pero un tipo de cambio fijo y sobrevalorado, combinado con una política fiscal laxa, culminó en un colapso económico y financiero en 2001. Un auge de las materias primas vino al rescate bajo los Kirchner, hasta 2012. Entonces aparecieron las distorsiones.
El problema es que el populismo genera expectativas que no puede cumplir. Las consecuencias son dos. El Gobierno de Fernández, como varios de sus predecesores, se financia en parte imprimiendo dinero. La larga experiencia hace que los argentinos desconfíen del peso. Todo ello genera inflación, que el Gobierno enmascara con tipos de cambio múltiples, ofreciendo dólares baratos para determinadas importaciones y discriminando las exportaciones. Un segundo problema es que protege intereses creados -como industriales poco competitivos y barones sindicales- que reciben subsidios y privilegios inasequibles, lo que provoca un déficit fiscal crónico.
El declive económico ha alterado la sociedad y ha obligado al peronismo a adaptarse. El propio Perón era admirador de Benito Mussolini, pero también del Partido Laborista británico. Tenía una vena pragmática. Forjó el peronismo a partir del fascismo, el movimiento obrero, el conservadurismo católico de los jefes locales de las atrasadas provincias del norte y el oeste de Argentina y las fuerzas armadas (aunque más tarde se volverían contra él).
Pero hoy Argentina es muy diferente. Es más laica. Tras los abusos de la dictadura militar de 1976 a 1983, los gobiernos civiles redujeron drásticamente el tamaño y el presupuesto del ejército. Y los sindicatos también son más débiles. En los últimos 15 años, casi toda la creación neta de empleo se ha producido en el sector informal, según Juan Luis Bour, de la consultora FIEL.
El peronismo ha sobrevivido organizando y representando a la economía informal, a través de movimientos sociales y de una poderosa red clientelar en los suburbios más pobres de las ciudades. Estos movimientos sociales peronistas están ahora divididos, con algunos apoyando a Fernández, otros a Kirchner y algunos líderes más cercanos al Papa Francisco, que fue arzobispo de Buenos Aires y durante mucho tiempo simpatizó con el peronismo.
Pero el peronismo siempre ha sufrido tensiones internas. Loris Zanatta, politólogo italiano que estudia el movimiento, afirma que su ortodoxia permanente es el nacionalismo: “No es un partido político al uso, sino que [encarna] la esencia de la patria”. Esa religión de la patria ha coexistido a veces con una vertiente más izquierdista. Fernández, por ejemplo, se autodenomina socialdemócrata y promovió una ley para legalizar el aborto. Axel Kicillof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, es un heredero de Kirchner que conserva parte de su izquierdismo original. El peronismo “lucha por la igualdad de oportunidades en un país muy desigual”, afirma. “La lucha por la dignidad es muy importante”.
Bajo un líder poderoso, la amplitud del peronismo puede ser la fuerza del movimiento. Pero con uno débil, puede volverse vago. Kirchner aún tiene la capacidad de movilizar a los pobres. Zanatta cree que quiere conseguir el apoyo suficiente para seguir en política presentándose como una víctima. “Se está remontando a Evita y a su renuncia a la candidatura a la vicepresidencia en 1951″, afirma. Pero ha buscado dividir en lugar de unir a los argentinos”. Massa representa una tercera corriente del peronismo, más liberal, que estuvo en el poder en los años 90 con Menem. A medida que el kirchnerismo se desvanece, esa corriente puede volver. Pero algunos piensan que el peronismo podría dividirse.
Como la inflación, hace tiempo que existe
El peronismo está tan profundamente entretejido en la fibra nacional que es difícil imaginar que desaparezca. Su cualidad religiosa enfatiza la emoción y la redención. “Los peronistas podemos cometer errores, pero tenemos que seguir siendo peronistas”, dice Sonia Manzoni, líder de una pequeña cooperativa de producción de plantas de vivero que forma parte del Movimiento Evita, un movimiento social peronista, enclavado en un antiguo matorral ferroviario cerca del acomodado Palermo.
A corto plazo, el declive del peronismo hace pensar que la oposición de centro-derecha ganará las elecciones del año que viene, siempre que supere sus propias divisiones internas y consiga deshacerse de la competencia de Javier Milei, un libertario popular entre los jóvenes. Algunos politólogos creen que la oposición podría obtener la mayoría absoluta en el Congreso, lo que le permitiría imponer las radicales reformas económicas que Macri eludió. Además de recortar el gasto para eliminar el déficit y unificar el tipo de cambio, estas reformas incluyen la lucha contra los intereses creados. Estas reformas podrían restablecer la confianza en el peso, atraer capitales de fuga y, en última instancia, impulsar el crecimiento. Pero “las reformas tienen muchos perdedores a corto plazo”, advierte Eduardo Levy Yeyati, economista asesor de la oposición.
Para algunos, esto sugiere que el próximo gobierno tendrá que construir una amplia coalición. Puede que tenga algo a su favor. “La crisis en la que estamos genera un consenso para el cambio que nos permitirá lograr lo que en otros períodos no sería posible”, dice Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de Buenos Aires y, sobre el papel, el candidato presidencial más fuerte de la oposición. El largo ciclo populista iniciado en 1945 podría estar llegando a su fin.
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