El populismo amenaza el avance de la globalización
“Más allá del desenlace de las elecciones estadounidenses”, había dicho el inversionista de capital de riesgo Peter Thiel en Washington la semana pasada, “lo que (Donald) Trump representa no es una locura y no va a desaparecer”.
En lo que se refiere a la globalización, Thiel, quien donó a la campaña del candidato republicano, es muy probable que tenga razón. Trump es una figura muy peculiar, pero su antipatía hacia el libre comercio y el aumento de la inmigración no lo son.
Se trata, más bien, de sentimientos que también comparten, hasta cierto punto, muchos de los estadounidenses que propulsaron a Bernie Sanders, senador de Vermont, al segundo lugar en las primarias del Partido Demócrata así como los británicos que votaron en junio a favor de abandonar la Unión Europea, un proceso conocido como brexit. También hay que sumar el ascenso de los partidos populistas en Europa. Hillary Clinton podría haberse manifestado en contra del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) negociado por 12 países pero que aún no se ratifica, para derrotar a Sanders en las primarias, pero es improbable que cambie de postura. ¿Por qué dedicar escaso capital político a un tratado que buena parte de su partido desprecia?
En opinión de los partidarios de la globalización, para salvarla hay que entender los motivos detrás de las críticas. Muchos populistas creen que se trata de un juego de suma cero —es decir, que la victoria de uno se produce a costa de otro— que Estados Unidos está perdiendo. “La inmensa magnitud del déficit comercial de EE.UU. muestra que algo salió muy mal”, sostuvo Thiel. En realidad, se equivoca. EE.UU. ha registrado una de las tasas de crecimiento más dinámicas entre los países desarrollados desde 1990, a pesar de ese déficit, mientras que Japón ha tenido una de las expansiones más anémicas pese a su superávit comercial.
Los defensores del libre comercio creen que el verdadero problema es que si bien, en términos generales, EE.UU. se beneficia del libre comercio y la inmigración, una minoría de trabajadores que sale perjudicada les echa la culpa a los extranjeros y se vuelca hacia políticos como Trump. Su receta es ayudar a que esa minoría haga una transición a mejores empleos, algo en lo que EE.UU. gasta muy poco.
Esto, sin embargo, quizás no sea un antídoto contra el populismo. El impacto económico del libre comercio se exagera con facilidad. Las barreras comerciales han caído paulatinamente, lo que significa que los beneficios de una liberalización incremental son bastante acotados, una de las razones por las que la cantidad de tratados comerciales ha estado disminuyendo. Dos estudios concluyen que el TPP aumentaría el Producto Interno Bruto estadounidense entre 0,2% y 0,5%, un efecto positivo pero muy modesto. Las ganancias que obtienen Canadá y la Unión Europea de su reciente pacto comercial son igual de magras.
Además, la oposición a la globalización dista de ser un tema principalmente económico. “Se trata de la ecuanimidad, la pérdida de control y la pérdida de credibilidad de las élites. Pretender otra cosa perjudica la causa del comercio”, escribió recientemente Dani Rodrik, economista de la Universidad de Harvard, quien desde hace tiempo ha sido escéptico de los beneficios de la globalización.
Tratados como el TPP intentan imponer las mismas reglas de juego para las empresas multinacionales en asuntos como la resolución de disputas con los gobiernos, la regulación de productos y protección de la propiedad intelectual. Los populistas de izquierda consideran que esto equivale a una renuncia de la soberanía nacional a los intereses de las grandes corporaciones.
Lori Wallach, del grupo de izquierda Public Interest, y Jared Bernstein, ex asesor económico del vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, propusieron hace poco que los acuerdos a los que llegue el país debieran de ahora en adelante eliminar los mecanismos para resolver disputas entre gobiernos e inversionistas, límites a las regulaciones internas de un país y otras medidas que favorecen a las empresas.
Esto podría aplacar algunas críticas provenientes desde la izquierda. En realidad, Canadá y la UE hicieron concesiones similares para superar la oposición de la región belga de Valonia al pacto. Sin embargo, también deja poco margen para seguir liberalizando más allá de los aranceles, que ya son bastante bajos. Reducir las negociaciones a sólo esos aspectos en EE.UU. probablemente no concitaría el apoyo de las empresas y los republicanos.
En el caso del populismo de derecha, la inmigración es una mayor preocupación que el libre comercio. No obstante, sus preocupaciones también van más allá del bolsillo. A muchos les molesta el cambio cultural, la presión sobre los servicios públicos y la incapacidad para controlar el ingreso de extranjeros a sus países. Como señala un artículo de The Wall Street Journal, el respaldo a Trump fue más fuerte en los condados donde la población de inmigrantes ha aumentado con más fuerza, aunque el desempleo esté en baja.
En el Reino Unido, el apoyo al brexit fue más fuerte en las regiones que experimentaron los mayores aumentos de la población de inmigrantes, según un análisis de Monica Langella y Alan Manning, de la London School of Economics. El desempleo no tuvo ningún efecto.
De modo que un crecimiento más acelerado de los salarios no reducirá los ataques populistas contra la inmigración. Lo que puede ayudar son políticas migratorias más en sintonía con la capacidad de absorción del país y las necesidades de sus trabajadores. Canadá respalda la inmigración legal y elige candidatos por sus destrezas lingüísticas y laborales mientras que mantiene a un mínimo el ingreso de indocumentados. En EE.UU., un acuerdo para legalizar a los indocumentados deberá aplacar las dudas de los escépticos al asegurarles que habrá severos controles sobre la inmigración ilegal.
Una amplia mayoría del público sigue pensando que el libre comercio y la inmigración son fenómenos positivos. La mala noticia para los globalizadores es que los populistas de derecha e izquierda que no comparten esa opinión están en condiciones de detener el proceso. Al contemplar los obstáculos que enfrentaba el pacto entre Canadá y la UE hace unas semanas, Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo y ex primer ministro de Polonia, no escondió su preocupación: “Puede ser el último acuerdo de libre comercio”, señaló.