El plan Propinar: la economía detrás de las gratificaciones
Ni a John Maynard Keynes se le ocurrió lo que a Elisa Carrió: dar propinas y changas como política compensatoria en una economía que está entrando en una recesión. La política contracíclica se apoya en la ingeniería pública antes que en la mano invisible. Cada uno elige su propio Keynes, ya se sabe, y en uno de tantos Keynes propone la acción de un Estado solvente (punto clave que a veces se olvida) que se ocupa mediante políticas públicas de proveer liquidez a los que ven caer sus ingresos corrientes y no tienen amortiguadores de riqueza. Al revés, la propuesta "Carrió" pone la responsabilidad en el sector privado, en la clase media, que también sufre el impacto de la caída en el ingreso disponible por el impacto de tarifas más altas y combustibles más caros, entre otras cosas.
¿Qué tan importante es el ingreso de las propinas? En algunos casos, muy importante. En Estados Unidos las ventas totales de los restaurantes con servicio pleno fueron por algo más de 260.000 millones de dólares en 2017. Suponiendo 15% de propina como norma, el ingreso para los trabajadores fue de alrededor de 40.000 millones de dólares.
Ahora ¿por qué dejamos propinas? No es uno de los temas favoritos de la economía, pero algo sobre eso hay. Andrew Schotter, economista y profesor de la NYU, casi 30 años atrás se ocupó del tema. Se preguntaba por qué dejamos propinas en lugares a los que no vamos a volver. Y por qué a personas que no vamos a ver más.
Parte de la respuesta es que usamos las propinas para recompensar al sector servicios con ellas. El servicio es bien difícil de definir: vamos a un restaurante, ¿nos fijamos solo en la comida, que es, en principio, lo importante? No. También importan la atención y la dedicación con las que se sirve. ¿Qué estamos consumiendo? ¿Comida o servicio? ¿Ambos? La definición es ambigua y el peso de cada parte varía según la persona.
Un ejemplo interesante es el servicio de cortarse el pelo, sobre todo si uno es coqueto. Dejar propina parece una opción eficiente para premiar o castigar nuestra mirada final en el espejo, sobre todo porque antes de cortarnos no sabemos cómo vamos a quedar. Decir "haceme el corte de Brad Pitt" no es una garantía de satisfacción del consumidor.
El rango de propina convencional, por ejemplo en EE.UU., es relativamente acotado (digamos 15% a 25%), lo que quita grados de libertad al "propinador" para castigar o premiar. De otra forma: dar propinas nos permite monitorear la calidad del servicio en forma indirecta, pero eso no significa que dejemos 0% o 50%: hay una noción de justicia o de reciprocidad que se respeta socialmente y que limita cuánto nos abrimos de la norma.
La propina es una institución social y no todas las convenciones son eficientes. Por ejemplo, coimear para obtener un favor también es una institución social, aunque seguramente una que tiene consecuencias más negativas que positivas.
Schotter propone que dar propina es un mecanismo de asignación que lleva a mantener un estándar de calidad mínimo. Pero ¿por qué no hay más oportunistas (free riders) que pudiendo irse sin dejar propina no lo hacen? Algunos siempre hay, pero el sistema funciona relativamente bien. Aquí es donde la repetición y la habitualidad se refuerzan mutuamente. La propina es una relación social cooperativa que además le permite al dador alguna flexibilidad (de nuevo, no tanta) en el consumo de bienes y servicios sobre los cuales no conocemos, de antemano y a ciencia cierta, sus propiedades completas.
La base de la propina es la reciprocidad. El profesor de psicología y marketing y best seller Roberto Cialdini sostiene que "las relaciones recíprocas les dan una ventaja extraordinaria a las culturas que las promueven", y cita al antropólogo Marcel Mauss: "Existe la obligación de dar, la obligación de recibir y la obligación de repagar".
No hay muchos análisis empíricos disponibles del dar propinas. Sin embargo, dentro de los pocos realizados, algunas conclusiones provisorias son interesantes: la gente deja propinas diferentes según el lugar, y la mayoría son dadores. Los clientes habituales dejan más propina que los ocasionales, pero no mucho más: la repetición tiene algún efecto, pero no tan fuerte. Y la noción de justicia (llamémosla "propina mínima") pesa: los dadores individuales dejan más propina que los grupos.
La inhibición debe jugar también, o el ambiente de fiesta, porque en los lugares de consumo de alcohol las propinas tienden a ser más altas. ¿Las usamos para impresionar? ¿Para dar una señal de que somos pudientes? Finalmente, los dadores suelen seguir una regla: un porcentaje fijo de la cuenta, un múltiplo de un impuesto que se paga (impuesto a las ventas, por ejemplo, en EE.UU.) y así.
También sabemos que hay variedad de propinas por países y culturas. EE.UU. está entre los países con los porcentajes más altos de propinas. España, en cambio, está entre los países donde los porcentajes son más bajos. ¿Por qué? El desarrollo de instituciones sociales es complejo y difícil de predecir, aunque es probable que tenga que ver con características del mercado de trabajo.
¿Hay que cobrar impuesto a las propinas? Después de todo, es un ingreso. En algunos casos ocurre. Por ejemplo, el estado de Colorado impone las siguientes condiciones para eximir de impuestos: que el importe esté separado y sea optativo, que el empleador no se quede con una parte y que la propina sea solo recibida por quienes realizan el servicio.
Una innovación reciente son las "propinas por default", especialmente en lugares turísticos o con grupos grandes. Cuando uno recibe la factura, la propina ya está calculada e incluida en el total del monto, aunque quien consume tiene libertad para agregar más. Y se puede pedir que se reduzca o se elimine eventualmente, pero "la propina por default" es pagar el monto indicado. Probablemente metió la cola la economía conductista, que sugiere que lo establecido por default o el statu quo son fuerzas poderosas en la decisión de las personas.
Más cerca en el tiempo empiezan a aparecer servicios en los que se desaconseja la propina. O restaurantes supercaros que quieren un nivel muy alto de consistencia y calidad en el servicio, hasta la famosa hamburguesería Shake Shack. Así, el impacto de la propina sería aumentar la heterogeneidad en la calidad de atención cuando muchos ven en la consistencia un valor en sí mismo.
Todo sugiere que el plan Propinar no es una buena política anticíclica. Si es una institución social rígida, el consejo es superfluo. Al revés, si la caída en el ingreso disponible va a reducir las propinas, la recomendación es bienintencionada, pero equivocada. Dar menos propina, contratar menos changas o, por qué no, bajar el nivel de gasto previo a la recesión es la respuesta natural a la mayor incertidumbre y al menor ingreso. Si no, la recesión se curaría sola.
El autor es economista
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