El plan Massa funcionó: por qué logró un triunfo en un país al borde de la híper
Su estrategia funcionó. El primer día que Sergio Massa asumió en el quinto piso del Ministerio de Economía les dijo a sus colaboradores cuál era su plan. Tenía una meta clara: ser el candidato del oficialismo para la presidencia de la Nación. En ese momento parecía una utopía. La presidencia de Alberto Fernández ya no tenía rumbo; Silvina Batakis, su exministra de Economía, se había enterado en un vuelo de regreso a la Argentina de que había sido despedida; Cristina Fernández de Kirchner estaba jaqueada por la Justicia, y el abogado de profesión se quedó con la lapicera para aplicar un plan que llevó a la práctica desde el primer día.
El Ministerio de Economía pasó desde el día uno a ser territorio político. A tal punto que rompió con una máxima de todos sus antecesores: apagó las seis pantallas del despacho y dejó de lado el minuto a minuto de las reservas, la cotización del dólar, los valores de las commodities y hasta de los bonos que siempre marcaron la agenda de los inquilinos en Hacienda. “A mí con el teléfono me alcanza. Si tengo alguna duda llamo al especialista, pero lo que tengo que tener es la temperatura de la calle”, se ufanó por lo bajo.
Anotó en su cuaderno las prioridades y las signó como un plan de ruta. El corto plazo, claro está, fue el GPS desde el momento inicial con tres hitos principales: las PASO, la elección del 22 de octubre y la definitiva, para la que empezó a trabajar mucho antes que anoche. ¿Pero cómo logra un ministro de Economía con un dólar blue a $1100 y una inflación del 148% anual convertirse en el ganador de la elección? ¿Qué cambió para que el país, que se había teñido de violeta y lo había dejado tercero, vuelva a mirar con buenos ojos al gobierno que tiene un 40% de la población por debajo de la línea de pobreza?
Paradójicamente, las razones económicas se encuentran en la matriz argentina al igual que su alianza inquebrantable con el ala sindical que no dudó en sentarse en la primera fila de su foto de campaña. Desde la oposición, Patricia Bullrich convocaba al orden y a la bimonetariedad, y Javier Milei, a la dolarización y a no intentar un “cambio con los mismos de siempre”. En ambos casos propusieron un ajuste: en Juntos por el Cambio, del Estado; y en La Libertad Avanza, de la casta. En Unión por la Patria sembraron la idea de “vienen por todo, vienen por tus derechos”, con un umbral de tolerancia cada vez más bajo por parte de una sociedad que hace tiempo la pasa mal.
Con esas herramientas en mano y datos concretos, Massa empezó a trabajar sobre la suma de los miedos de su electorado. En el país hay 18,7 millones de personas que reciben dinero del Estado, entre jubilados, pensionados, beneficiarios de planes sociales, pensiones graciables, y dentro de ese universo se encuadran unos 3,8 millones de empleados públicos. En el sector privado se emplea en la Argentina a unos 6,2 millones de personas. En Aerolíneas Argentinas se editó un video en el que se lo presentaba como la única opción, ya que el resto “querría cerrar la línea de bandera”; en los trenes les aseguraron a los pasajeros que sus tarifas se dispararían de $56 a $1100 en todas las pantallas; y así en cada uno de los rincones del sector público, donde el “aparato” de comunicación funcionó a la perfección. La macroeconomía y el déficit de US$3,5 millones que suponen los trenes estatales quedaron muy lejos para una población sumida en la desesperanza y el cansancio, que revelaron todos los sondeos que reflejan el clima de época de 2023.
“Plan platita”
“La plata no alcanza” era otra de las frases más recurrentes en los focus groups. De ahí que el “plan platita 3″ no escatimó en recursos tras la derrota en las PASO. Había que emitir programas para “todos y todas”. De mínima, el barco llegaría a diciembre; de máxima, sería un problema para la presidencia, pero con margen para ganar tiempo. Así es como unos $3 billones se volcaron a los sectores más disímiles. Es decir, el equivalente a 1,5% del producto bruto interno de un país que necesita ordenar sus cuentas.
“Poco importa de dónde vienen, si es que vienen. A la gente le preocupa que la rueda gire y eso es lo que logramos”, razonó exultante un integrante de la mesa chica del Ministerio de Economía. “A su vez, teníamos todavía latente la falta de cintura del macrismo que fundió cuanto comercio minorista había y ahora le proponían algo similar”, bramó otro dirigente kirchnerista.
Sin dudarlo, tras la derrota en las PASO pesó más que nunca la economía del metro cuadrado. Massa decretó el reintegro del 21% de las compras en supermercados, sin importar si es un alimento de la canasta básica, un electrodoméstico o un producto suntuario. Postergó el aumento de las tarifas energéticas y de transporte, decretó un bono de $20.000 para desempleados y otro de $94.000 para trabajadores informales; lanzó un alivio fiscal para autónomos; un refuerzo mensual para jubilados; una suma fija para empleados del sector privado; refuerzos en la Tarjeta Alimentar y Potenciar Trabajo, y un nuevo programa Previaje, al que busca convertir en política de Estado.
Los beneficiarios de Compre sin IVA son unos 7 millones de jubilados y pensionados; 2,5 millones de beneficiarios de la AUH; 2,7 millones de monotributistas; empleados en relación de dependencia y 440.000 trabajadores del Régimen del Personal de Casa Particulares. La devolución es de hasta 18.000 pesos. Al mejor estilo K, todo tiene su relato. “Las medidas son por el impacto de la devaluación que le impuso el Fondo Monetario Internacional (FMI) a la Argentina. Venimos a proteger el salario de los trabajadores, que nunca más pagarán Ganancias”, justificaron.
Una versión 2023 del “vamos a cuidar la mesa de los y las argentinas” como alternativa para cerrar exportaciones. Se omitió, por supuesto, que esa exigencia de devaluación vino como correlato de un desembolso que era indispensable para poder llegar a la próxima estación sin terminar de fundir el motor de las reservas inexistentes del Banco Central.
Como si fuera poco, se anunciaron distintas líneas de crédito a tasas subsidiadas para jubilados, monotributistas y trabajadores en relación de dependencia; un “alivio fiscal” para monotributistas de las categorías A, B, C y D; acuerdos de precios con empresas de consumo masivo, combustibles y con automotrices y congelamiento de las cuotas de prepagas desde octubre por 90 días. “El día después será el día después. Ahora basta con que la misión se logró con creces”, celebraban ayer en el búnker de Unión por la Patria.
La batalla final
Como si fuera poco, Massa ya había previsto que la batalla final sería en noviembre y que, en caso de llegar, sería imprescindible seducir a parte del electorado de Juntos. De ahí que con el sueldo de ese mes llegará el nuevo piso para tributar el impuesto a las ganancias. Así, con la liquidación de octubre, dejarán de tener descuento quienes tienen remuneraciones de entre $700.875 (o una cifra mayor, dependiendo de las deducciones por hijos o por gastos que se hayan declarado) y una cifra de aproximadamente $2.000.000. La mejora en el salario de bolsillo para ese segmento de trabajadores será inmediata.
“Me quedo hasta el 10 de diciembre, nunca suelto el timón en medio de una tormenta”, describió Massa con encuestas en mano. Claro está, en economía la magia no existe y, en la medida que el plan de estabilización se posterga, las alarmas son cada vez mayores. “Ahora empieza otra elección y la tenemos mucho más sencilla porque Juntos por el Cambio está afuera de juego y con Milei confrontar es claramente más fácil. Basta con decir lo qué piensa para que la sociedad entienda que es un salto al vacío”, anticipó ayer en modo campaña uno de los dirigentes de La Cámpora que más militó por la presidencia de Massa.
El tema sin dudas es que debajo de la alfombra se siguen acumulando cada vez más problemas. “Puedo entender el voto bronca, pero de ninguna manera el voto hiperinflación”, resumió ayer un exministro de Economía del gobierno de Mauricio Macri. “La economía no da para más. Varias empresas están frenando su producción y las deudas con los proveedores internacionales llegaron a un punto de no retorno”, se sinceró el presidente de una autopartista en estricto off the record. Ejemplos sobran, pero uno de los más paradigmáticos es el de General Motors, que mantiene paralizada su fábrica de Rosario y se encamina a dos semanas completas de inactividad.
“La maquinita”, una de las causas de la inflación, no para. Para el Ieral, de la Fundación Mediterránea, la expansión monetaria de origen fiscal apunta a alcanzar el equivalente al 6% del PBI en 2023, incluyendo todos los ítems, un número solo comparable al del pandémico 2020 (7,5 % del PBI). Desde enero a septiembre el rojo fiscal acumuló $2,6 billones. El Gobierno se comprometió a llegar a un déficit de 1,9% del PBI con el FMI, pero eso parece haber quedado en el olvido. “No hay dólares. No hay rumbo. No hay futuro”, gritaba ayer otro de los empresarios que esperaba una transición que ahora quedó inconclusa. Y agregó: “Ya no sé cómo estirar la mecha porque antes los inversores internacionales no le creían al Gobierno, pero ahora ya no nos creen ni a nosotros que tenemos más de sesenta años de historia”, se lamentó el hombre del interior. Anoche el dólar cripto que anticipa las cotizaciones aparecía a la baja, pero es solo una foto de una idea de gobernabilidad que para muchos parecía perdida.
El contraste del “plan platita” o pragmatismo político pasa también porque la manta es cada vez más corta. Mientras los pesos se reproducen de manera exponencial, el respaldo a la moneda es cada vez menor. Mientras los votos le dieron respaldo concreto a la gestión actual, son cada vez más los empresarios que señalan una “sensación de hiperinflación”, tal como describió Cristiano Rattazzi, expresidente de Fiat Chrysler.
El freno a las importaciones produjo también un impacto concreto en la actividad y, cuanto mayor es el cepo, menor es la cantidad de dólares que se suman a la economía. En nueve meses, el saldo comercial es negativo en unos US$7000 millones. Nadie duda de que crecerá como la deuda comercial que las empresas acumulan con sus casas matrices o sus proveedores internacionales.
“Ahora solo queda esperar el ‘plan platita’ de cara a la próxima elección, pero cada vez quedan menos dudas de que en la Argentina algo se rompió definitivamente y es la capacidad de sorpresa”, disparó uno de los empresarios más influyentes del país, que desde hace tres años vive en Uruguay. Y agregó: “Ahora la batalla se librará entre dos populismos: uno de derecha y otro de izquierda. Me da mucha tristeza saber que, ante la posibilidad de ordenar, la Argentina optó por los atajos que solo llevan a un camino sin retorno y la historia así lo demuestra”.
Massa confirmó que volverá a su despacho en Economía y los problemas son los mismos que dejó el viernes a última hora, con una sola diferencia: todavía sigue en la carrera presidencial. “Lo que la gente está esperando es un rumbo concreto, cosas normales, tipos normales, que digan cosas normales. El lunes la vida sigue, los bares no cierran, es todo momentáneo, es todo cualitativo. Cuando vas al supermercado, las góndolas no están vacías: el lunes va a ser un día normal”, concluyó el economista Juan Carlos de Pablo. Argentina, no la entenderías.
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