El peligro de la hiperinflación
Por Roberto H. Cachanosky Para LA NACION
¿Existe un peligro cierto de hiperinflación en la economía argentina o es una exageración producto de nuestro miedo al pasado, cuando a fines de la década del 80 los precios se dispararon hasta alcanzar el tan temido fenómeno? Vale la pena recordar que en febrero de 1989, cuando el Banco Central dejó de vender dólares para sostener la paridad cambiaria, la inflación se ubicó en el 9,6%, teniendo luego la siguiente secuencia: marzo 17%, abril 33%, mayo 78%, junio 114,5% y julio 196,6%. Es decir que entre febrero y mayo de ese año, la tasa de inflación fue duplicándose mes tras mes.
En la actualidad, con la devaluación, los precios al consumidor crecieron un 3,1% en febrero; 4% en marzo y 10,4% en abril. Es decir, ya en abril la tasa de inflación se más que duplicó con relación a marzo y sin que se produjeran subas de salarios ni de los servicios públicos. Dicho de otra manera, de mantenerse el ritmo de crecimiento de los precios de abril, en dos meses estaríamos en una inflación del 40% mensual.
En todo el segundo semestre del año pasado los precios al consumidor registraron bajas mensuales que oscilaron entre el -0,7% y el -0,1%. Es decir, en un par de meses pasamos de deflación mensual a inflación de dos dígitos, lo que marca la velocidad con que se acelera el costo de vida en la Argentina.
Obviamente que para caer en la hiperinflación debería producirse un hecho clave: el aumento en la cantidad de moneda por emisión. ¿Por qué causas puede emitirse moneda en forma desenfrenada? Básicamente por dos. Una es porque el Banco Central emita pesos para darles redescuentos a los bancos para financiar el retiro de depósitos. La otra razón es que se emita moneda para financiar el déficit fiscal.
Esta última posibilidad es la que mayores temores genera por dos razones: a) el déficit fiscal tiende a aumentar como consecuencia de la persistente caída de los ingresos tributarios producto de la recesión y de una clara rebelión fiscal, y b) por el posible incremento del gasto público que se produciría ante un aumento de salarios y jubilaciones.
Dilema
Dada la inflación acumulada en los primeros cuatro meses del año (21%) para los precios al consumidor, el salario real ha caído produciendo una mayor reducción en el consumo. La caída del consumo se traduce en menores ingresos tributarios, profundizando el déficit fiscal. Esta tendencia a aumentar que muestra el desequilibrio de las cuentas públicas hace pensar que en algún momento se va a emitir para cubrir el rojo, catapultando la suba de precios y del tipo de cambio.
Ahora bien, si el Gobierno quisiera evitar una mayor caída del consumo decretando aumentos de salarios y jubilaciones, el sector público estaría incrementando sus gastos y ampliando el déficit fiscal. Esto obligaría a una mayor tasa de emisión monetaria, acelerando la inflación hasta llevarla a la híper.
El dilema en que se encuentra el Gobierno es que si no toca los salarios, la caída de los ingresos reales implicará menor consumo y menores ingresos impositivos con ampliación del déficit fiscal. Y si aumenta los haberes también entra en mayor déficit con niveles de emisión monetaria más altos e híper.
¿Por qué toda emisión de pesos irá a precios y a la suba del dólar? Porque la gente no confía en la moneda doméstica y peso que se emita peso que la gente tratará de quitarse de encima lo antes posible para resguardar sus ingresos. La forma de quitarse los pesos de encima es comprando bienes antes que vuelvan a subir (expectativas inflacionarias) y adquiriendo dólares.
Si el Gobierno aumenta los salarios y emite para financiarlos, la inflación crecerá y los salarios reales volverán a caer, con lo que habrá que volver a subir los salarios y jubilaciones, emitiendo, ahora, mayor cantidad de moneda para financiar el nuevo aumento del gasto público. Así desembocaríamos en la hiperinflación, producto de la carrera entre aumento de precios, salarios y emisión monetaria.
Como el Estado se ha quedado sin crédito, no tiene activos para vender y la recaudación no reacciona, el único mecanismo de financiamiento que tiene para enfrentar el déficit es la emisión, situación que justifica el temor a la hiperinflación.
La única manera de evitarla consiste en lograr un profundo cambio de expectativas de los agentes económicos para que comiencen a invertir en el país y así, genuinamente, se creen puestos de trabajo. El problema es que para lograr una corriente inversora los dirigentes políticos con poder de decisión deberían transformarse en personas confiables y creíbles para la gente. Además deberían hacerse todas las reformas estructurales que requiere la economía y, finalmente, la Justicia debería hacer una profunda reforma que convenciera a los inversores de que, ahora sí, van a respetarse los derechos de propiedad haciendo viables las inversiones.
El costo de haber destrozado las instituciones económicas y jurídicas del país es haber puesto nuevamente a la Argentina al borde de la hiperinflación.
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