El país africano “más latinoamericano”, donde hay oportunidades, pero también muchas dificultades
En Angola son muy pocos los argentinos radicados, aunque una gran empresa tiene una fábrica en la capital; vivir es caro
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La Argentina y Angola tienen firmados varios acuerdos de cooperación y los angoleños aseguran que son el país africano “más latinoamericano”. No hay datos concretos de cuántos son los argentinos radicados en esta nación, de unos 34 millones de habitantes. Varios tienen actividades relacionadas con el agro, mientras que otros llegaron con una de las multinacionales argentinas que tiene una planta en la capital, Luanda. Como hablan portugués, el idioma es de lo menos problemático a la hora de la adaptación (aunque, además, hay otras 40 lenguas, la mayoría de origen bantú); el 90% de la población es cristiana.
Angola es el segundo mayor productor de petróleo de África Subsahariana y el cuarto productor mundial de diamantes. Por volumen de PIB, su economía es la 79 entre 196 países. Su PIB per cápita estimado para este año -un buen indicador del nivel de vida- es de apenas US$2.970, lo que lo deja en la parte final de la tabla, en el puesto 144. En materia de corrupción, la percepción es alta: posición 116 sobre 180 según Transparencia Internacional; mejoró en los últimos cinco años ya que era todavía más alta.
Cuatro años vivió en Luanda Fernando di Giusto, quien fue gerente de Negocio Angola de Arcor. En 2022, superando obstáculos importantes, la empresa invirtió US$45 millones e inauguró la mayor fábrica de chocolates, golosinas y galletas de ese país. Di Giusto trabajó desde el primer día en el proyecto; después se retiró de la compañía. Como “una tierra de oportunidades” define a Angola. “Hay muchísimo para hacer -sigue-. Hay un nivel de pobreza alto, pero también hay poca oferta, viven de cosas importadas. Los argentinos hemos desarrollado competencias para manejarnos en contextos de alta incertidumbre, tenemos un nivel de resiliencia alta y es posible llevar adelante un negocio allí”.
De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el 51,1% de la población vive en situación de pobreza multidimensional y 15,5% está en riesgo de caer a ese nivel. Angola es un país de “renta media baja” según el Banco Mundial. En el último Índice de Desarrollo Humano (IDH) que elabora el PNUD, ocupa el puesto 177 entre 196. Con 0,574 está por debajo de la media mundial que es de 0,739.
Atravesó una recesión de seis años (2016-2021) y, según datos oficiales, su PIB creció 5% en 2023 y se espera que alcance 6% en el corriente con la contribución de los sectores de agricultura, minería e industria. Es clave una diversificación en su economía.
Si la razón de ir a Angola son los negocios, está en el 177º puesto de los 190 que conforman el ranking Doing Business. Hace unos meses, entró en vigor con la Unión Europea el Acuerdo de Facilitación de Inversiones Sostenibles que busca “estimular las inversiones extranjeras necesarias para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible”. Se centra en mejorar el entorno empresarial, aumentar la transparencia de las normas de inversión, promover el uso del gobierno electrónico para las autorizaciones y mejorar la participación de las partes interesadas.
Chaqueño y veterinario, Walter Castro es el argentino que lleva más tiempo en el país, 44 años. Llegó a Luanda a inicios del ‘80; su padre era diplomático de Naciones Unidas, lo fue a visitar y le ofrecieron quedarse a trabajar como consejero del ministro de Agricultura: “Era por un año y me dije ‘por qué no’ -cuenta a LA NACION-. Y fueron uno más, uno más y ya no hay tiempo para volver”.
Después de haber sido consejero de cuatro ministros, Castro trabajó en la Compañía de Diamantes por tres años y medio “hasta que las balas comenzaron a picar cerca. Entonces regresé a la capital, seguí trabajando para multinacionales petroleras y cerealeras”. En 2018 inició un establecimiento agrícola propio en Waco Kungu, a unos 400 kilómetros de Luanda, donde hace básicamente soja.
“Siempre estuve relacionado con la producción agropecuaria -menciona-. En algún momento también puse en marcha una empresa de importación de productos básicos y dos o tres veces intenté importar carne de la Argentina pero no se pudo concretar, así que comencé a trabajar con unos menonistas de Paraguay que son impecables y también con productores de Brasil”.
La ingeniera agrónoma cordobesa Giselle Llanes fue en una misión comercial y hace 11 años que está instalada en Luanda. Fundadora de la empresa Hectárea Uno, dedicada a los agronegocios y a la consultoría para el sector hace una década. “Es un país que necesita todo, en muchas áreas desde cero -detalla-. En agro es un mercado creciente, con un potencial enorme, con mucha tierra disponible. Desde semillas, insumos, asesoramiento técnico… El país vive una realidad en el sector que la Argentina ya atravesó, está sumando tecnología”.
Los argentinos Marcelo Paladino (IAE Business School) y Bernardo Piazzardi (Centro de Agronegocios de la Universidad Austral) coordinaron el libro “El impacto transformador de los agronegocios: motor de desarrollo para Angola”, que permite identificar oportunidades de colaboración internacional con países líderes en agronegocios como es la Argentina. El proyecto fue impulsado por la Associação para o Agronegócio e Empreendedorismo, una entidad angolana sin fines de lucro que apoya el medio rural en alianza con la Fondation Ondjyla, una institución privada suiza dedicada a la formación y el desarrollo rural que mejora los modelos inclusivos y sostenibles de creación de riqueza.
Piazzardi lleva ocho años trabajando para la UE como consultor para Angola, Zambia, Sudáfrica y Namibia en cadenas agroalimentarias. “Comparando los cuatro es Angola la que tiene mayor potencial por tierras disponibles y por clima; podría seguir los pasos de Sudáfrica que ya exporta”, detalla y subraya que para los empresarios argentinos “hay una gran oportunidad, porque ya se inoculó y funcionó el germen argentino en Sudáfrica, donde se pueden ver maquinaria fabricada en Santa Fe y semillas argentinas”.
Añade que “llegamos con el conocimiento, eso es lo primero que hay que exportar. El caso sudafricano es replicable en Angola. Ya está pasando, pero todavía son patrullas aisladas de emprendedores. A los que están les va muy bien”. Advierte que “todo depende de con quién asociarse; hay contrapartes confiables. Conviene ese modelo y no cruzar el Atlántico con productos”. En ese sentido, resalta que Brasil está avanzando pero como parte “de una política nacional, de Estado”.
Candela Abdala vivió casi un año y medio en Luanda. Licenciada en terapia ocupacional, es una carrera que no existe en el país igual que fonoaudiología, por lo que hay muchas especialistas extranjeras en las dos áreas por parte de instituciones privadas. “Desde chica quería conocer África de chica y una compañera de la facultad sabía eso y me pasó una publicación de la búsqueda -cuenta-. Mandé mi currícula, pasé varias entrevistas y quedé”.
Lo más simple es complejo
Por su experiencia, Di Giusto enfatiza que “lo complicado es hacer andar bien las cosas simples: disponer de energía, de agua; conseguir gente para trabajar. Lo que en la Argentina uno da por sentado en Angola no es así. Hay que adaptarse a un sistema cultural muy distinto”.
Grafica que a los dos años de operar la fábrica, para 75% de la gente era su primer trabajo, no tenían experiencia con lo que la formación comienza desde los conceptos más básicos. No es fácil tampoco que los trabajadores tengan “la capacidad de asimilar los conocimientos; no hay autonomía en los puestos, no toman decisiones. La forma de relacionarse es otra, hay barreras de comunicación. Aprecian cuestiones básicas, más que la posibilidad de hacer carrera”. Como “extremadamente desafiante” califica el contexto.
Llanes reconoce esos aspectos pero, a la vez, destaca que “vivir y hacer amigos es viable”. Respecto de la Argentina, comenta que “se han familiarizado con el fútbol, hay mucha camiseta de la Selección; saben qué es el mate. Están abiertos a las vinculaciones”.
“Se aceleró la modernización, antes emprender era casi misión posible -dice Castro-. Pero hay que saber que trabajar y encarar negocios en Angola es una especialidad que no se encuentra fácilmente. No hay personal capacitado, hay corrupción. Todavía falta infraestructura”.
Aunque desde hace unos años ya no es exigencia legal tener un socio local para emprender, todos los consultados entienden que es lo más pertinente ya que la “cultura de negocios es otra y requiere una adaptación”. Di Giusto y Castro subrayan que es un país “ávido” en conseguir inversiones internacionales y que es necesario “llegar” a los niveles burocráticos más altos para avanzar con trámites. “El camino es de renegar mucho; la información no es clara. Hay empresas que funcionan de manera muy precaria”, sintetiza Di Giusto.
Llanes detalla que en el agro hay muchas empresas extranjeras trabajando, desarrollando proyectos nuevos. “Angola cambió mucho, se notan los avances -continúa-. Hay mejora en infraestructura, fomentos del Gobierno a determinadas actividades con programas buenos, financiamiento. Escuchan a los extranjeros. También hay inversores privados que generan nuevas opciones”.
Explica que en materia impositiva, hay “muchas menos cargas” que en la Argentina y, en el campo, no hay retenciones. La tasa de impuesto sobre el Ingreso Personal es del 25%, la misma que la de Sociedades. La de Seguridad Social para las empresas es del 8% y del 3% para los empleados.
El IVA es del 5% para los alimentos básicos; este impuesto entró en vigor por primera vez el 1 de julio de 2019 con una tasa del 14%. Ese mismo año y en el marco de una reforma tributaria se crearon el Impuesto a los Consumos Especiales (IEC) y el nuevo Impuesto a la Renta del Trabajo (IRT). El primero es obligatorio para todas las personas naturales o jurídicas u otras entidades que realicen operaciones de producción, cualquiera que sea el proceso o medio utilizado e importen bienes. Por ejemplo, es del 2% para bebidas no alcohólicas, tabaco no elaborado, fuegos artificiales, joyería y orfebrería; del 16% para bebidas alcohólicas y tabaco y del 19% para aeronaves y embarcaciones de recreo.
Castro es muy crítico de la misión comercial que, durante el gobierno de Cristina Kirchner, organizó Guillermo Moreno en Angola. Considera que fue “improvisada”, que no tuvo continuidad y que no se atendieron las exigencias legales que hay en exportación.
Di Giusto puntualiza que hay un segmento de alto poder de consumo -integrado por dueños de negocios y expatriados- pero es “chico. Para el consumo masivo no alcanza”. En esa línea, plantea que “si se entienden las necesidades y gustos del lugar hay una ventaja importante”. Ilustra con que, mientras en la Argentina las galletitas son parte del consumo programado (es decir, van en la lista de compras), en Angola la gente está mucho tiempo en la calle, “vive de lo que hace en el día y, entonces, el mercado de impulso es importante”.
“La oportunidad de crecimiento -si se comprende el contexto- es grande. La barrera de ingreso de competidores es alta porque es un país difícil y los locales, en general, no pueden competir con desarrollos más diseñados”, señala.
Extranjeros y locales
Las realidades que viven locales y expatriados -salvo que los primeros estén en el vértice de la pirámide- son muy distintas. El salario mínimo es de 100.000 kwanzas (aproximadamente 108 dólares); llegó a ese nivel después de un aumento del 25% como resultado de las negociaciones entre las centrales sindicales y el Gobierno para hacer frente a la inflación que este año estará entre 25% y 30%.
El tipo de contrato como el de Abdala incluye vivienda -una casa compartida con habitación con baño privado y servicios- además del traslado al lugar del trabajo y el seguro médico. “Está bien estructurada este tipo de propuestas. Siempre me sentí muy cómoda, la gente es muy respetuosa, muy amable -dice-. También hay quienes, por la historia del país, que miran más a quienes son blancos, pero en absoluto es que ‘miren mal’. Ha sido una gran experiencia, una oportunidad para las terapistas ocupacionales que en la Argentina tenemos inconvenientes para la inserción laboral”.
Añade que hay muchos expatriados, que conforman grupos y comparten actividades. Como capital, Luanda, “tiene movimiento, mucho para hacer”.
En cambio, los sueldos de los expatriados están siempre muy por encima de los locales. Por caso, un ingeniero agrónomo puede arrancar en US$4.000 y alcanzar hasta US$6.000. Alquilar en las mejores zonas de Luanda -La Isla o Talatona- ronda los US$1800 o US$2000 para un departamento. Di Giusto recuerda que era “desquiciadamente” más caro en el boom del petróleo, cuando pedían hasta US$5.000. Por esa época, hace una década, la capital angoleña era la urbe más costosa para expatriados, por encima de Hong Kong.
Por el contexto, la mayoría de los expatriados no van con familia. La educación, por ejemplo, es “extremadamente cara; unos US$15.000 por año de piso” y la atención sanitaria en casos de cuadros complejos, hace que quienes pueden viajen al exterior.
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