El naufragio del populismo tarifario
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Hace pocos años, a propósito de la experiencia argentina en materia de ciclos tarifarios reales, y del gran ciclo de deterioro de tarifas entre 2003 y 2015, escribimos un trabajo de investigación con Walter Cont y Pedro Hancevic. El estudio estaba inspirado en la observación o paradoja de ciclos tarifarios que, por un lado, iban necesariamente a ser insostenibles y tenían que revertirse tarde o temprano y, por el otro lado, generaban subsidios generalizados a todos los hogares, que conllevaban transferencias medio obscenas a los hogares no vulnerables de la Argentina.
Nosotros tratamos de modelar este proceso y en una narrativa bastante simplificada lo asemejábamos a un barco (un Titanic), en donde se votaba ir a plena velocidad a sabiendas de que, si sobrevenía el choque con el iceberg, se iban a repartir los botes de modo suficiente como para que la mitad más uno acepte votar a favor de la aventura tarifaria o no penalice al gobierno. La distribución de los botes y salvavidas eran cruciales al momento del naufragio, haciendo recaer la carga del ajuste en empresas, por un lado, y hogares pudientes por el otro por la vía de una mayor discriminación de tarifas.
La evidencia del ciclo argentino de 2003-2015 no permitió ver el naufragio (la insostenibilidad tarifaria) y luego sobrevino una salida por parte del siguiente gobierno, de que yo fui -hoy sin ningún arrepentimiento- un crítico bastante duro por la forma en que se pensó e hizo. Pero ahora la historia le dio una segunda oportunidad al populismo tarifario desde 2019 y, esta vez, por varias razones, vamos a ver algo que no pudimos ver en el ciclo anterior.
Todo lo que estamos viendo ahora es el comienzo del episodio del naufragio del populismo tarifario. El capitán Sergio Massa ha ordenado a los oficiales de los sectores del barco que organicen la entrega de botes y salvavidas. La evacuación no responde a un plan coordinado o único para todo el barco, sino que cada sector adopta reglas diferentes sin coordinar mucho entre sus criterios para evacuar a los mismos pasajeros.
Hay algún criterio general de todos modos. El plan de evacuación del barco se ha hecho dividiendo a los que se van a intentar quedar a flote en el barco (grupo 2), los que van a tener algún bote o salvavidas a mano (grupo 3) y los que van a tener que tirarse al agua con lo que tengan a mano (grupo 1).
A los del grupo 3 se les va a limitar los pertrechos que se les va a dar y lo demás depende de ellos. Finalmente, y esto no es menor, la lista de pasajeros no coincide con los que declararon que están listos para evacuar. Están, además, los que no entendieron la señales o se quedaron dormidos en el camarote de primera o, peor aún, abajo en la tercera clase. Cómo va a salir esta operación -incluyendo en particular el resultado fiscal, en números finos- todavía es una incógnita, pero representa un avance respecto a la alternativa de hacer chocar mal el barco y provocar un desastre.
Ahora dejemos la narrativa y vayamos al análisis más técnico de este nuevo y novedoso episodio en la extensa historia tarifaria desde mediados del siglo pasado, que hace poco recopilamos en un libro junto a Cont, Francisco Pizzi, y nuestro gran maestro y colega de muchos años en teoría de los precios y tarificación de la Universidad Nacional de La Plata, Alberto Porto. Una primera cuestión se basa en la segmentación en sí misma, frente a otras alternativas más deseables. Acá existe un debate sobre si esto debería haberse hecho de este modo, pero dejémoslo a fin de suponer que había que operar rápido frente a la gravedad de la situación (causada por la propia política tarifaria adoptada en diciembre de 2019).
Aún dentro de la lógica de una segmentación hay varios caminos posibles y la pregunta es si tiene sentido haber realizado segmentaciones sectoriales tan diferentes y poco coordinadas entre sí, en particular las vinculadas a la energía. Hoy en el mundo existe un debate sobre cómo determinar los precios relativos de la electricidad, el gas natural y los combustibles líquidos para transporte, en el contexto de la transición energética, porque estos tres van camino o ya están en un sendero de mayor sustitución en función de cambios tecnológicos en curso.
Lo aconsejable hubiera sido, aún dentro de la misma lógica de segmentación que ha venido proponiendo el Gobierno desde hace ya dos años, pivotear sobre la segmentación de los hogares en electricidad y, una vez identificado el tipo (clase) de hogar, proceder a incluir al gas natural sobre reglas de precios relativos más transparentes que la galleta tarifaria que queda de un lado y del otro.
Esta galleta tarifaria no es algo nuevo en la Argentina y proviene de haber creído erróneamente por mucho tiempo que las cantidades de energía consumidas por los hogares son variables idóneas para el diseño tarifario, cuando en realidad no lo son tanto por razones de eficiencia como de equidad. En el jeroglífico tarifario argentino existen bloques de consumo con precios distintos que ahora además -notablemente en gas natural- van a tener valores con y sin subsidios dentro de cada bloque, que encima se determina sobre un promedio anual y requiere ajustes estacionales para su implementación.
El esquema propuesto no es un desastre, se nota que hicieron esfuerzo en buscar un criterio que acomode la restricción de subsidios por cantidades (algo que se usa en otros lados), en especial al caso más complejo y heterogéneo del gas natural. Tal vez las autoridades no tuvieron otra alternativa que operar de este modo, dado el modo de tarificación en base a bloques de cantidades que tiene la Argentina; en gas natural se nota que hicieron el esfuerzo de ser consistentes con dichos bloques que ya captan las diferencias de consumos por condiciones climáticas.
Pero el costo de este menjunje tarifario es muy alto porque da lugar a un festival indescifrable de señales de precios, que no es menor dado otro de los problemas más de moda en tarificación moderna, que es la limitación de los consumidores (aún en países más avanzados) para entender y procesar las señales. El problema de “analfabetismo tarifario” o rate illiteracy, que mucha gente -aún economistas- sufre, quedó evidenciado en la conferencia de prensa cuando la titular de la Secretaría de Energía tuvo que hablar de las categorías tarifarias. Y eso que todavía no terminaron de cerrar y explicarle la maraña de precios que nos espera.
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