El ministro Kicillof, un "gastomaníaco" que no está solo
Desde que Axel Kicillof asumió como ministro de Economía, hace ya un año, se encargó muchas veces de desmentir ideas o argumentos que se le adjudicaban, o insinuó que los medios de comunicación las habían reproducido fuera de contexto. Lo único que nunca negó, y que repite una y otra vez, es que su receta para salir de la recesión pasa por el aumento del gasto público. Kicillof es un gastomaníaco convencido. Aunque claramente no está solo en su cruzada.
Está tan convencido que justifica además que ese gasto se financie casi exclusivamente afectando el balance del Banco Central. De allí su sistemática prédica a favor de la hipótesis de que la emisión monetaria nada tiene que ver con la inflación. Otra cruzada, por cierto, en la que tampoco está solo.
En efecto, los últimos ocho ministros de Economía acompañaron la gastomanía de los presidentes Néstor y Cristina Kirchner. De la misma manera, los últimos cuatro presidentes del Central aceptaron no sólo la convalidación monetaria de tasas de inflación crecientes, sino también la utilización de las reservas del BCRA para pagar la deuda del Tesoro (unos 50.000 millones de dólares que ya no están y que fueron cambiados por pagarés, llamados Letras Intransferibles del Tesoro Nacional).
Kicillof no sólo dijo que la receta para salir de la recesión es gastar más, sino que lo llevó a la práctica. Según datos conocidos ayer, en los primeros nueve meses del año, el sector público nacional registró un déficit primario (sin transferencias de utilidades desde el BCRA) de $ 64.719 millones, más de cuatro veces superior al desequilibrio observado en idéntico período de 2013 ($ 15.244 millones). Ese deterioro se explica por un crecimiento del gasto que excede en diez puntos porcentuales el crecimiento de los recursos: el gasto sin intereses creció a una tasa anual promedio del 44%, mientras que los recursos tributarios lo hicieron al 34,2% anual.
El gasto público vino acelerando su tasa de crecimiento, y en la actualidad se ubica en niveles similares a las que existían cuando Néstor Kirchner le servía en bandeja la presidencia a Cristina Kirchner. Claro que en aquel entonces la inflación no era del 40% como lo es hoy y, por lo tanto, los efectos reales de aquel gasto eran muy superiores a los actuales. Ése es el problema principal que generan el empecinamiento y la pulsión que siente el Gobierno por aumentar el gasto. Aunque se empeñe, los efectos reales del gasto público seguirán siendo prácticamente nulos. Inexorablemente la inflación seguirá convergiendo a la tasa de aumento del gasto generando incluso efectos contrarios a los buscados. Esto como consecuencia de la incertidumbre que produce el permanente deterioro del balance del BCRA.
Es probable que el Gobierno especule con la posibilidad de financiar parte del aumento del gasto sin recurrir al balance del BCRA. Una alternativa es la emisión de títulos ajustables por el dólar oficial, como las realizadas recientemente. Otra consiste en la posibilidad de acceder al mercado internacional, una vez que se resuelva la saga holdouts y se logre salir del default. Pero tanto una como otra fuente de financiamiento resultarán insuficientes y se agotarán rápidamente como alternativa a usar el balance del BCRA, en la medida en que el gasto continúe acelerándose tal como lo viene haciendo en el último año y medio.
Otros especulan con la posibilidad que el Gobierno finalmente acepte que el descontrol fiscal compromete la estabilidad cambiaria y monetaria, y que con ello pone en riesgo sus posibilidades electorales. Pero esto es pedirle al kirchnerismo que vaya en contra de sus creencias. Porque si de algo está convencido es de que el rol central del Estado en la economía es la redistribución del ingreso y que esa redistribución se hace a través del gasto y de las empresas públicas.
Hoy, muchos opositores, entre ellos gobernadores, intendentes y candidatos presidenciales, parecen compartir la pasión por gastar, y hasta parecen querer correr al Gobierno por izquierda, prometiendo más gasto público. Parecen no darse cuenta de que la gastomanía y el descontrol fiscal de los últimos años ya superaron el límite de lo social y económicamente tolerable.
El autor es economista
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