El mercado desoye a la política y ya mira 2024
Entre los inversores financieros más avezados empieza a instalarse la idea de que es momento de meter algunas fichas en la Argentina
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“Suelo ser una persona con suerte”, responde un funcionario cuando se le pregunta sobre las inconsistencias que, una vez más, empiezan a poner en riesgo la frágil estabilidad financiera y cambiaria que logró el Gobierno hacia fines del año pasado. La idea de que la providencia siempre juega a favor del peronismo nunca se abandona. De todas formas, el equipo que conduce Sergio Massa empezó a negociar con los delegados del Fondo Monetario Internacional (FMI) una recalibración de las metas contenidas en el acuerdo para el primer trimestre del año.
En principio, se estaría hablando de un esquema similar al que en su momento logró el exministro Martín Guzmán: una leve alteración de las metas trimestrales, pero no una modificación de las anuales contenidas en el acuerdo. Tal vez no sea exactamente la renegociación del acuerdo que Máximo Kirchner pidió públicamente, pero podría hasta ayudar para alimentar el relato interno del socio del Frente de Todos que se muestra incómodo con la política económica del gobierno de Alberto Fernandez. Las chances electorales del peronismo –con Massa a la cabeza– crecen “si están todos adentro”.
Si bien los representantes del FMI que están de visita por estos días en el país vinieron sobre todo para evaluar el cumplimiento del acuerdo a diciembre –que el Gobierno superó–, también tienen como objetivo recabar información sobre la meta de marzo. Para ello, en el Gobierno consideran que el argumento de la sequía –fenómeno que azotó a la Argentina por tercer año consecutivo– es todavía más fuerte que el de la guerra en Ucrania. Los números finos de Hacienda muestran que, salvo que exista algún shock adicional por el lado de los ingresos en los próximos 40 días, la Argentina todavía estaría a 0,3 puntos porcentuales de cumplir con la meta fiscal de marzo (y a un punto porcentual, por ahora, de la meta del 1,9% de déficit para todo el año).
Más lejano aún luce el objetivo de reservas internacionales. El stock de reservas netas debería ser, según el acuerdo original, de unos US$7075 millones a fines de marzo. Hoy el BCRA estaría a más de US$1000 millones de esa meta. Y no pareciera tener demasiadas chances de alcanzarla, considerando que en lo que va de febrero lleva vendidos más de US$307 millones. Si bien es cierto que el Tesoro no usó todavía si quiera la mitad de los US$1000 millones de las reservas que, anunció Massa, destinarían a la compra de bonos, la operación en el mercado no ayuda a las cuentas del Central. Mientras los dólares financieros se mantengan relativamente calmos –a juzgar por las últimas ruedas, en Economía creen que la corrida ya se superó– no habría intenciones de seguir destinando dólares a la compra de bonos. En tal sentido, admiten desde el oficialismo con algo de sorna, ayudó la denuncia de la oposición, que planteó sus sospechas ante el posible uso de información privilegiada los días previos a que se anunciara la medida de recompra de bonos. “Las sociedades de Bolsa ya desfilaron todas por la Comisión Nacional de Valores, y después tendrán que hacerlo en la Justicia. Y finalmente van a terminar dando información que nos venían retaceando todo este tiempo”, se congratuló un funcionario del equipo económico.
Así y todo, las negociaciones con bancos internacionales para conseguir un préstamo –Repo, en la jerga– por unos US$2000 millones siguen en pie. Siempre y cuando el préstamo sea a más de un año de plazo serviría para contabilizarse dentro de las reservas, y además, el dinero luego podría usarse, en caso de ser necesario, para contener los dólares financieros. Usar reservas para comprar bonos –y así intervenir sobre los precios de los dólares financieros– transgrede cualquier manual del FMI, pero en el Gobierno aseguran que los técnicos del organismo ya aprendieron durante el macrismo que puede ser un mal menor frente a una escalada descontrolada del tipo de cambio.
El equipo económico también cuenta con que haya algo de liquidación de dólares del agro en marzo. Para eso, se evalúa anunciar antes de que termine el mes un dólar soja 3. Ayer, no obstante, el secretario de Agricultura, Juan José Bahillo, convocó a los directivos de la Asociación de la Cadena de Soja Argentina (Acsoja) a una reunión en la que evitó hablarles del tema, y ante la consulta, simplemente les aseguró que “por ahora el Gobierno busca fortalecer las reservas con esquemas de otros países”.
Las dudas dentro del equipo económico con respecto a esta nueva versión surgen porque temen que en el mercado no quede tanto poroto. Las estimaciones privadas hablan de un stock remanente de algo más de 3 millones de toneladas de 2022 (pero en manos de productores duros, que aguantaron las dos versiones anteriores del dólar soja) y no hay nada aún de la campaña 2023. Con la sequía, la siembra de la zona núcleo que tradicionalmente se daba en octubre se aplazó hasta noviembre y hasta diciembre, con lo cual la cosecha que tradicionalmente comenzaba para marzo también se posterga.
“Sería mucho mejor que el dólar soja lo lancen en abril. Recién ahí puede haber algo más de cosecha, o que ahora incluyan al trigo y al maíz, que por ahí hay algo más”, se sinceró un hombre fuerte de la industria cerealera. El problema es que la revisión del acuerdo trimestral con el FMI es a fines de marzo, y la aceleración de los precios en el mercado interno eliminan la posibilidad de incluir en el régimen especial a cualquier cultivo que sea clave “para la mesa de los argentinos”. Lo perfecto es enemigo de lo posible.
Massa podrá buscar recalibrar en algo las metas, pero sabe que no puede alejarse demasiado. El acuerdo con el FMI es una de las pocas anclas que tiene el Gobierno para contener las expectativas de un mercado que, por premios que reciba, no deja de ver las inconsistencias de la macro.
Las otras son las tasas y el tipo de cambio. El Banco Central, que conduce Miguel Pesce, abandonó la idea de bajar las tasas de interés en pesos con la que en algún momento coqueteó hacia fines de año, cuando el índice de inflación del Indec le arrojó un “amable” 5,1% para el mes. Tampoco prevé acelerar demasiado el ritmo de devaluación, aunque en las primeras ruedas de febrero esté convalidando una tasa del 6,1% mensual versus el 5,2% de enero pasado, según destaca un informe de Facimex. En Economía esperan, en paralelo, que los datos de inflación de marzo vengan mejor que los de enero y febrero, ya que entonces entrarían en vigencia de lleno los acuerdos de precios alcanzados en los últimos días. Una vez más, las estimaciones puestas al servicio de la providencia.
Recién para junio, y a pesar de la erosión que produce la inflación en la moneda, el BCRA espera poner en circulación los nuevos billetes de 2000 pesos. Más que valorizar el billete de mayor denominación, el BCRA busca solucionar un problema que tienen los bancos, que últimamente destinan más presupuesto para pagar el traslado de efectivo por el país que para invertir en tecnología. Tanto es así que algunas entidades financieras hasta decidieron en los últimos meses comprar camiones de caudales propios –se los puede ver en la City financiera, pintados de blanco, sin bandera– para cubrir trayectos cortos. Una oportunidad para el moyanismo.
La idea sería luego avanzar también con el billete de $5000, que también, al igual que sucedió con el de $2000, se planteará como una emisión conmemorativa. Todavía no hay definición sobre qué personaje lo va a ilustrar, aunque en el BCRA se llegó a hablar de hacer algo conmemorativo del Mundial de 2022. (En una de esas, el amor por la Selección logra lo que la economía no pudo: hacer subir la demanda de pesos). La presidenta del Banco Nación, Silvina Batakis, medio en broma, medio en serio, deslizó esta semana que le gustaría ver un billete de $10.000 con la figura de Lionel Messi.
En cualquier caso, en el Gobierno refutan (no sólo en público) la idea de que estén planificando una bomba económica para dejarle a la siguiente administración, tal como denunciaron esta semana los economistas de las oposición. “El peronismo nunca cree que va a perder”, justifica una fuente del oficialismo.
La afirmación tiene algo de cierto y algo de engañosa. Todavía dentro del Gobierno no dan por perdida la elección. La realidad es que el mercado descuenta que Massa hará lo imposible por mantener la estabilidad económica hasta las elecciones primarias, las PASO. Pero también creen que los incentivos para mantener el orden fiscal y seguir cumpliendo con las metas del FMI se reducen drásticamente si el resultado de esa encuesta nacional no le es mínimamente favorable al oficialismo. Teorema de Baglini invertido.
Por ahora, los socios del Frente de Todos bancan al ministro. Massa hace por su parte los deberes entre los gobernadores para mantenerlos alineados. En lo que va de febrero, logró fotos con seis caudillos. Todos ellos se acercaron al Palacio de Hacienda y se llevaron promesas de créditos productivos o de obras públicas.
Cumbre de economistas K
El kirchnerismo, por su parte, planea una reunión de economistas y técnicos “del frente nacional y popular” para el 11 de marzo. Para los peronólogos es una fecha conocida. Ese día, en 1973, ganó las elecciones presidenciales el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli). Es posible que el cónclave de tecnócratas K reclame por un amplio acuerdo de precios y salarios a lo Ber Gelbard. Necesidad que la jefa del espacio ya hizo pública, y no solo en materia económica. Cabe recordar que el plan trienal del tercer gobierno peronista estalló por los aires justamente por desatender los frentes fiscales y monetarios. Medio siglo, ningún aprendizaje.
Con elecciones presidenciales en el calendario, en el oficialismo saben que este año será un año más que complicado económicamente. También sabe la oposición que las medidas que deberá tomar, si es que gana en noviembre, serán bien antipáticas. Hay más consenso entre los economistas de Juntos por el Cambio sobre el ajuste fiscal que deberán hacer en los primeros meses –con un fuerte ajuste de tarifas y de las transferencias a provincias y a las empresas públicas– que del relato que deberán adoptar mientras dure la campaña. Así las cosas, la decisión es “ni empujar al Gobierno al abismo ni hacérsela fácil”. En otras palabras, hablar desde la “ambigüedad”, confían.
Paradójicamente, entre los inversores financieros más avezados empieza a instalarse la idea de que es momento de meter algunas fichas en la Argentina, más allá de las problemáticas con las importaciones y con los controles de precios, que inquietan a la economía real.
El banco Morgan Stanley dijo en un informe que considera que las acciones argentinas tienen margen para subir este año otro 20% en dólares. Detrás de este pronóstico subyace la idea de que cualquier candidato que gane la elección, ya las probabilidades de que el Gobierno siga un camino de irracionalidad o anti mercado son casi nulas. Y los activos a precio de remate hacen que la apuesta en este momento tampoco tenga que ser tan grande. Ya en enero pasado, según datos del mercado, el volumen operado en acciones locales aumentó en un 500%. Los grandes fondos de inversión, que hasta el año pasado obviaban a la Argentina en sus visitas por la región, este año están llegando de por decenas. Lo pueden comprobar los economistas del oficialismo y de la oposición. Paradojas de una economía que todavía no vio lo peor.
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