El matemático que fundó una empresa en el exterior y le retribuyó al país con aulas universitarias
Sebastián Ceria se formó en la UBA, viajó a fines de los 80 a hacer un doctorado en Estados Unidos y, años después, creó la empresa Axioma; más recientemente aportó para un nuevo edificio educativo en Buenos Aires y le dio vida a una organización civil; sigue en el exterior –ahora reside en Londres– pero siempre dice que volverá
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A pesar de haber creado una empresa (y una vida) en el exterior, cuando sus conocidos le preguntan cuándo va a regresar al país Sebastián Ceria siempre responde lo mismo: “Dentro de cuatro años”. Es la misma respuesta que dio hace 33 años, cuando viajó a Estados Unidos para instalarse en tierras lejanas. Y es la misma respuesta que sigue dando hoy, ya con una trayectoria como profesor en universidades destacadas del exterior y una compañía valuada en millones de dólares.
La historia comienza en 1988, cuando a Ceria le otorgaron una beca y se fue de la Argentina para realizar un doctorado en matemática aplicada en la Universidad Carnegie Mellon (Estados Unidos). “Si bien el país estaba en condiciones deterioradas por la hiperinflación, yo no me fui por razones económicas sino por curiosidad intelectual, desarrollo profesional, como se quiera catalogar. Me fui, pero siempre con la idea de volver”, agregó el emprendedor.
Por aquel entonces tenía el objetivo de seguir “la trayectoria natural de quien hace un doctorado”. En su cabeza, conforme pasaran los años se convertiría en un académico, mechando sus días entre la investigación y el dictado de clases en las universidades. Hasta que en 1993 consiguió un trabajo como profesor en la Escuela de Negocios de Columbia y las ideas le empezaron a cambiar.
“Para 1997, internet estaba explotando. Veía que mis alumnos se iban, empezaban nuevas compañías y había una disciplina que en ese momento estaba muy incipiente, que era la utilización de datos para la toma de decisiones. Hoy lo vemos en todos lados, el algoritmo de Netflix, de Uber, de Google, pero 25 años atrás recién empezaba y vi la posibilidad de aplicar estas técnicas a disciplinas concretas”, recordó.
Como resultado, en 1998 se decidió a fundar Axioma. En parte, la empresa arrancó dedicándose a la consultoría a través de modelos matemáticos; en otra, a la venta de software. Las áreas de negocio se dividían en proyectos de logística (comenzaba a vislumbrarse el auge del supermercado online), la publicidad en internet y las finanzas; en esta última área, con Goldman Sachs como cliente. El negocio venía siendo próspero. Por lo menos hasta que llegó la burbuja de las puntocom y la compañía quedó al borde de la quiebra.
“Fue terrible. En abril de 2001 fue la primera caída, para el 11 de septiembre de ese año [con el atentado a las Torres Gemelas] terminaron de desaparecer muchas de las empresas que eran nuestros clientes. Nosotros logramos sobrevivir gracias a dos cosas: la primera, porque trabajábamos en finanzas con Goldman Sachs y vimos una oportunidad en esa área; la segunda, aunque suene raro, fue un partido de fútbol”, relató.
Con la desesperación de ver que su empresa se venía cuesta abajo, Ceria decidió ir a jugar al fútbol con los amigos que le habían quedado de Columbia. En una de las charlas que tuvo con un excolega, el empresario le contó su historia y cómo estaba a punto de fundirse. “No te preocupes. Yo te consigo la plata”, le respondió el profesor de finanzas, quien se estaba sumergiendo en el mundo del venture capital y buscaba proyectos en los cuales invertir. Al poco tiempo, Axioma recibió el dinero que necesitaba para seguir adelante y logró despegar.
Con el resurgimiento de la empresa, el área de finanzas pasó a ser el foco primordial del negocio. Los modelos matemáticos para la toma de decisiones estaban “en su época de oro” y el ejecutivo supo cómo sacarle provecho. La optimización se convirtió en la ventaja competitiva que ofrecían frente a otras de las firmas del palo y los contratos no paraban de llegar.
Incluso en la crisis de 2008, cuando explotó la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos, la compañía salió bien parada. “Fue un período difícil: crisis, recesión. Pero como empresa, si bien sufrimos un poco en el muy corto plazo, en el fondo nos terminó beneficiando porque sacó a la luz que los buenos sistemas de riesgo te permiten entender el riesgo de manera constante, conocer en tiempo real qué cartera de inversión tenés”, explicó.
En todos esos años, el contacto con la Argentina no cesó. Los primeros años eran los faxes que le enviaba su papá con las noticias más relevantes del país. Después, recibir a otros estudiantes que, cómo él había hecho antes, viajaban para formarse en el exterior. “Pero siempre mi sueño había sido agradecerle a la Argentina”, completó.
Retribuirle al país
El matemático considera que, en los momentos de éxito, es necesario detenerse para mirar hacia atrás y agradecer a quienes han colaborado para que uno llegue hasta ese punto. La primera vez que él lo hizo fue cuando vendió parte de su compañía en el año 2008.
“Es bastante común en Estados Unidos. Al principio, el emprendedor no gana mucha plata, es un asalariado más, tiene acciones de la compañía que se van valorizando. Tenés una buena vida, pero sos empleado de tus inversores. Hasta que llega cierto momento, cuando a la empresa le va bien, que vendés parte de ella para tener un poco de liquidez, plata para guardar y vivir mejor. La otra cosa que se hace es volver para atrás y agradecerle a quienes hicieron posible que la firma valga. Nunca la respuesta es a uno mismo”, remarcó.
Por costumbre, se agradece a las universidades mediante una donación. En su caso, decidió que el dinero vaya a parar a la construcción del edificio Cero + Infinito, de la facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), con el apoyo del arquitecto Rafael Viñoly. Una retribución de 23 aulas de docencia, diez laboratorios de computación, aulas de seminarios y espacios de estudio para los alumnos, para la institución que lo formó como profesional.
“A la distancia y con el apoyo del Ministerio de Ciencia y Tecnología –que estaba recientemente creado– empezamos con la idea del edificio. Viñoly donó el resto del proyecto. En 2011 se lo presentamos a Cristina Fernández de Kirchner, dijo que sí y empezó a rodar la burocracia. Hacer licitaciones, conseguir financiamiento, la primera licitación falló y se hizo la segunda. Cuando terminó el gobierno de Kirchner estaba todo aprobado, pero no estaba publicado en el Boletín Oficial. Faltaba eso, era noviembre y todos estaban con otras preocupaciones, hasta dudamos de que fuera a ocurrir. Pero en verdad se portaron todos muy bien, algo raro en la Argentina”, agregó.
En octubre de este año finalmente se inauguró. Para Ceria, vale el doble, porque en 2008, cuando empezó su construcción, el mundo “no era el que es hoy, sino que tuvimos la visión de que el futuro se venía por este lado, que la ciencia de datos iba a ser una pata muy importante”.
La segunda vez que el empresario argentino se tomó un minuto para agradecer por su trayectoria fue en septiembre de 2019, cuando vendió casi la totalidad de su empresa a la bolsa alemana de Fráncfort por US$850 millones.
“La vendí porque llegué a la conclusión de que habíamos crecido mucho, pero para atacar el siguiente paso necesitábamos más escala y nosotros no la podíamos tener. La transición no fue solo la venta, sino que nos fusionamos con otra sociedad que había en la bolsa, Qontigo. Esa es mi nueva empresa, que es el doble que la anterior y tenemos más capacidad para competir en el resto del mundo”, sostuvo.
En esa ocasión, al analizar su recorrido, decidió donarle parte del dinero a Carnegie Mellon, la universidad que lo becó y le permitió desarrollarse en el exterior. Ya el edificio Cero + Infinito estaba construido, pero aún faltaba más. Por eso, sin problemas de fondos, volvió a mirar hacia el país y creó la organización Fundar.
“Siempre fui un fanático de las políticas para el desarrollo, de la ciencia y la tecnología como gran motor. Para mí, el problema que tiene la Argentina es la creación de riquezas. Siempre pensamos en cómo repartirnos la torta, pero nunca en cómo crearla. Para que un país pueda ser desarrollado, necesitamos generar valor y para eso hay que pensar en cómo hacerlo, a través de ventajas competitivas frente al resto del mundo”, señaló.
Eso sí: para Ceria, generar valor no necesariamente está relacionado con crear unicornios, unas pocas empresas que valen miles de millones. Más bien, las pequeñas y medianas empresas suelen ser el gran motor de la Argentina. Sea de la manera que sea, en el país todavía resta pensar en qué áreas se pueden crear círculos virtuosos de generación de valor, trabajo que tiene que ser articulado entre instituciones, políticas públicas y empresas.
En ese punto es donde aparece Fundar. El objetivo de la fundación es investigar cómo la ciencia y la tecnología otorgan ventajas competitivas, cómo se puede crear una sociedad más igualitaria, cómo se atacan los problemas estructurales del país, entre otros pendientes. Para el ejecutivo, con foco en la discusión verde, hoy el mundo transita un período de transición y la Argentina tiene una gran oportunidad para aprovechar.
“El mundo es hostil, pero hay que estar insertado, es importante entenderlo. La Argentina no lo hace, no comprende cómo funciona, quiénes son los decisores, cómo se toman las decisiones, no sabe qué decir y qué no. Los argentinos pensamos que somos únicos en muchas cosas y en general no lo somos. Pero somos excepcionales al hablar mal de nuestro país ante gente que no nos preguntó. Eso crea daño. Hay que aprender a manejar el silencio, escuchar al otro”, aseveró.
Ceria es optimista de lo que se viene. El corto plazo no es fácil, pero si el país empieza a trabajar con una mirada hacia el futuro “va a estar muy bien”. Recientemente Ceria se mudó a Londres, aunque él sigue firme con la idea de que en cuatro años se vuelve para la Argentina. “Es el amor a la camiseta”, cerró.
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