El "juego de escape" que muestra cómo son realmente las personas
Unas semanas atrás fuimos con mi familia a festejar un cumpleaños a un juego de escape. Para quienes no lo conocen, es una actividad inmersiva en la que un grupo de personas -en este caso éramos seis- tiene que ir descubriendo pistas para resolver un misterio y así lograr escapar, en menos de una hora, de una habitación cerrada. Desde ya les spoileo el final: ¡no lo logramos!
Este juego nos permite experimentar en carne propia qué nos pasa, como individuos y como equipo, cuando nos enfrentamos con lo incierto y lo desconocido. Lo que ocurre en ese espacio cerrado es una metáfora tangible de muchas situaciones que vivimos en el trabajo, en la familia o en diversos grupos en los cuales estamos embarcados con otros para cumplir un objetivo y donde el éxito de la empresa depende de nuestra capacidad de colaborar.
El objetivo del juego era descubrir el tesoro que un tío ladrón había dejado a sus descendientes. Al principio fue un gran desorden: cada uno por su lado recorría la habitación e intentaba distinguir qué cosas eran útiles y cuáles no. Como suele ocurrir en muchos procesos de cambio, de entrada se hicieron evidentes las diferencias entre los que destacan los obstáculos y los que miran las posibilidades. La manera de mirar de los primeros los predispuso desde el vamos a considerar que el escape era imposible y, por lo tanto, que no valía la pena el esfuerzo.
Ya con tres llaves en la mano, no dábamos con ninguna puerta donde usarlas. ¿Cuántas veces nos pasa, en distintos ámbitos, que contamos con los recursos, los conocimientos y las personas, y estamos tan confundidos y abrumados que no sabemos cómo aplicarlos?
Teníamos la posibilidad de pedir tres pistas a los organizadores a través de un handy. Habían pasado solo cinco minutos de juego y mi marido ya se había puesto ansioso y quería pedir esa ayuda al exterior. ¿Valía la pena gastar ese recurso tan temprano? ¿O era mejor reservarlo para más adelante, ya que no sabíamos si las cosas se iban a poner todavía más difíciles? ¿Cómo íbamos a sobrevivir los siguientes 55 minutos? Para ser justos, mi cuñado y uno de mis hijos creían que podíamos resolver los acertijos solos y nunca querían pedir ayuda. Esto derivó en discusiones que se repitieron cada vez que nos bloqueábamos.
A los 15 minutos, uno ya quería tocar el botón de pánico para salir. Se le habían ido las ganas de jugar: ya no se bancaba la presión ni la ansiedad. A los 30, tres de nosotros habíamos tirado la toalla y charlábamos, sentados en el piso, dos confiando en que los otros tres lo iban a resolver y otra, yo, desconectada, porque tanto esfuerzo adivinatorio había liquidado mi motivación. ¿Qué hubiera pasado si nos poníamos las pilas y seguíamos buscando la manera de avanzar? ¿Si no hubiéramos cargado el peso de nuestra indiferencia y nuestras quejas sobre los que sí estaban en movimiento?
Los tres entusiastas siguieron probando hasta que descubrieron cómo pasar a una habitación secreta. Pero, una vez ahí, las cosas volvieron a complicarse. Era el minuto 40 y ya nos habíamos gastado todas las posibilidades de ayuda. El estrés y la presión del reloj caldearon los ánimos y estallaron algunos malos tonos y recriminaciones. Ya calmados, los tres paladines renovaron sus esfuerzos, blindando sus oídos para no dejarse distraer ni bajonear por nuestros chistes y nuestras protestas, hasta que sonó la alarma anunciando el fin del juego. ¿El resultado podría haber sido distinto si esos tres, en lugar de hacer oídos sordos, dedicaban un poco de esa energía que estaban poniendo en salir al servicio de levantarnos a nosotros?
En el proceso colectivo de aprender, lograr un cambio, avanzar a otro nivel o alcanzar un objetivo, cada integrante del grupo mira de una manera particular, tiene sus propios tiempos y su caudal de energía. Los que perciben con más claridad los obstáculos tienden a desmotivarse, a criticar a los demás o a correrse, y hasta a no hacer nada. No es que haya que ser ciego a las dificultades y los peligros, pero si la duda y la crítica aparecen demasiado pronto pueden llevar a la parálisis. Además, con intención o no, se vuelven una carga que la parte del equipo sostiene la fuerza, la motivación, tiene que arrastrar.
La Rosa Inesperada, ver las posibilidades
En general, los que ven las posibilidades y creen que se puede salir, cambiar, triunfar, se sienten vivificados por los desafíos. Son los emprendedores que buscan y rebuscan sin darse por vencidos, los que pueden conectar datos aparentemente inconexos, los creativos que miran más allá de los lugares que todos señalan y encuentran "la rosa inesperada", como dice el poeta Conrado Nalé Roxlo. Algunos de ellos se quedan solos con el esfuerzo, aunque no quieran. No consiguen persuadir a los demás para ir juntos. Otros prefieren ir solos. No pueden o no quieren, por desconfianza o espíritu de competencia, esperar a los demás. Les cuesta pedir ayuda, compartir la información, escuchar al resto y valorar opiniones distintas de la propia.
La mirada es subjetiva
Cada uno hace una lectura de la situación, y esta lectura le genera un estado de ánimo particular. El problema es que los estados de ánimo son contagiosos, y si nos dejamos contagiar por los que no ven las posibilidades es más probable no logremos lo que buscamos. Entonces: ¿Qué nos sirve mirar, y qué no, cuando queremos producir un cambio, una mejora o alcanzar un objetivo? ¿Qué clima colectivo generamos si destacamos más los obstáculos que las posibilidades? ¿Qué pasa si somos más los que nos enfocamos con energía en seguir buscando maneras de resolver los acertijos, si sumamos, si contribuimos?
Contagiar el estado de animo
¿Qué nos conviene decirnos y decirles a los demás para mantener alta la motivación y contagiar un estado de ánimo positivo? ¿Cuáles son las mejores maneras, los tonos adecuados, para que fluya la información y más personas se sientan involucradas?
Muchas veces en la vida tenemos que lidiar con la incertidumbre y con desafíos para los que no nos sentimos preparados. Como en los juegos de escape, es mucho más probable que completemos exitosamente el reto si nos sentimos responsables de contagiar y de dejarnos contagiar la curiosidad, el entusiasmo y la convicción. Si estamos abiertos a nuevas opciones, atentos, en movimiento, participativos y pasándola bien en el juego.
Para provocarse y provocar el mejor estado de ánimo en los grupos de los que formamos parte, el que más favorezca la colaboración y el éxito colectivo, necesitamos entrenar y contagiar nuestra capacidad de asombro. "A-sombro" significa sacar a la luz, iluminar lo que está en la sombra, es decir "des-cubrir" con empatía, en nosotros mismos y en los demás, las emociones que nos frenan y las diferencias que complican nuestra conexión.
En una familia, un equipo de trabajo y en cualquier otro grupo, lograr un cambio, avanzar a otro nivel o alcanzar un objetivo en equipo requiere de la participación y el compromiso de la mayoría de los involucrados. La colaboración es, simultáneamente, ineludible y difícil.
A pesar del estrés, la incertidumbre y la presión del tiempo, si echamos luz sobre lo que sí se puede, sobre lo que está funcionando bien y los avances que hacemos -aunque sean pequeños-, es más fácil IR JUNTOS y sostenernos unos a otros mientras nos movemos en la dirección adecuada.