El juego de Pokémon Go y los granos de oro
El entusiasmo que despertó la app en varias latitudes llevó a las empresas a ver oportunidades; una experiencia por las calles de San Francisco
SAN FRANCISCO.- En temporada de asesinatos al azar y conmoción política, ¿quién puede resistir la tentación de complementar una realidad tensa y que da miedo con un poco de fantasía amable?
En pocos años, nos asegura Silicon Valley, tendremos realidad virtual, un escape a la fantasía y a la ilusión que todo lo abarque. Mientras tanto, como pequeño paso, existe Pokémon Go, un juego para niños ahora reconfigurado en un deporte high-tech para todos.
En esencia es ornitología mejorada digitalmente: encontrar criaturas fantásticas como Weedle y Golbat en la naturaleza, coleccionar la mayor cantidad posible y obtener con ello satisfacción personal y derecho a alardear.
Probablemente usted haya visto los artículos y las fotos que anunciaron la llegada de una obsesión espontánea, auténtica y generalizada. Grupos de gente que invade un área, con la mirada concentrada en sus celulares. Un video de un conductor que juega a Pokémon pasando junto a un auto de policía en Baltimore. Anécdotas de gente que se cae de acantilados, que descubre cadáveres y que sale a la calle inconsciente de lo que hace.
Para relatar la experiencia descargué la app Pokémon Go. Cargué la batería de mi celular y procedí al parque Dolores, un lugar verde en el centro de la ciudad, que fue el sitio del primer gran evento de Pokémon en San Francisco. Más de 900 almas se habían comprometido a participar a través de Facebook. Si había misterios profundos que descubrir acerca de esta nueva sensación sería allí.
Hacía 20°C, una noche de verano perfecta. En un momento la app me dijo que estaba pasando junto al lugar donde nació el poeta Robert Frost y lo citó: "Tal era la vida en el Estado Dorado: el oro espolvoreaba todo lo que bebíamos y comíamos y yo era uno de los niños a los que se les dijo: Todos debemos comer nuestro grano de oro".
Más tarde, tras haber capturado unos cuantos Pokémon, supe que Apple (que me vendió mis pelotas Pokémon), Nintendo (que creó el Pokémon original), Google (que es inversor en Iantic, que creó Pokémon Go), habían capturado un poco más de mi dinero y atención y datos. Granos de oro.
"Es interesante que un juego pueda hacer subir el precio de las acciones", observaba, con fuerte acento ruso, uno de los participantes del juego esa noche. Un analista proyectó que Apple obtendría US$ 3000 millones tan sólo de descargas de Pokémon Go.
En el parque, la gente se esparcía lánguida. Lentamente un grupo se congregó cerca de una estatua de Miguel Hidalgo, padre de la independencia mexicana. Eran casi todos jóvenes y muy mayoritariamente blancos. Parecía Silicon Valley, aunque con mayor presencia femenina.
Todos tenían la mirada concentrada en sus celulares, atrapando las criaturas que la app superponía al paisaje. Aaron Orcino, uno de los participantes, bebía cerveza. Lo atractivo, dijo, "es lo azaroso; uno no sabe lo que va a suceder". ¿Tenía otras opciones excelentes para entretenerse esa noche? "No, esto es lo mejor", dijo.
Hablaba un poco en broma. Orcino trabaja en Facebook, por lo que al menos en parte su interés era profesional. "Lo estoy estudiando, conociendo su dinámica -dijo-. Quiero ver cuánto tiempo puede jugar la gente antes de que Pokémon tenga que introducir un nuevo elemento en el juego."
Hace 50 años, el FBI se preocupaba de que la juventud de Estados Unidos pudiera fomentar una revolución y se infiltraba en las manifestaciones en San Francisco. Ahora las compañías de tecnología ejercen el control preguntándose si juegos como Pokémon representan una amenaza que debe ser neutralizada o una oportunidad a explotar. Así es el progreso.
Durante lo que pareció un largo tiempo, no estaba claro si pasaría algo en el parque. Periodistas televisivos hacían entrevistas. Haagen-Dazs regalaba helados. Con menos de tres semanas de existencia, Pokémon Go estaba cumpliendo con su destino como oportunidad de marketing y medios.
Finalmente nos pusimos en marcha, quizá llegáramos a 200. Una multitud más grande y algo más diversa, quizá 600 personas, partió de la terminal opuesta, el edificio Ferry, y marchó en nuestra dirección.
Caminamos cazando Pokémon por el camino. Sergio González llevaba una botella de champagne que compartió generosamente. "Esto es mi niñez que florece", dijo este sommelier, que tenía 9 años en 1996 cuando debutó el Pokémon original. "Me estoy reconectando con mi generación."
Leí un correo de Michael Saler, experto en la vida aumentada que las compañías tecnológicas están creando. Se mostraba moderadamente optimista. "Pokémon Go es hacer que todo vuelva a ser nuevo -dijo-. No es sólo el atractivo de la caza, sino encontrarse con otra gente que hace lo mismo. Estas app van de puros juegos de fantasía a ayudarnos a apreciar la realidad un poco más. Muestra que la naturaleza y la fantasía no son opuestos, que pueden converger."
Saler agregó: "Siempre pensamos en estas innovaciones como un nuevo paraíso en la Tierra o el noveno nivel del infierno. Pero nunca se trata de una cosa o la otra; siempre hay desventajas y ventajas".
Al leer los voluminosos comentarios online sobre Pokémon Go vi pocas críticas más allá de las preocupaciones por la privacidad.
En cambio hay entusiasmo generalizado por lograr que la gente salga al exterior. Las personas que seguían el camino concordaban en que era poco menos que un milagro.
"Si hace una semana me hubiese dicho que tenía que salir hubiese preguntado: ¿cómo?", dijo Anton, programador que no quiso dar su apellido. Contó que jugaba Pokémon Go durante horas, corriendo por los parques.
Esa es una manera de verlo. Otra, por supuesto, es que el juego ata a la gente aún más firmemente a sus dispositivos en el lugar que solía poder escapar al menos parcialmente de ellos: la naturaleza. En el Equipo de Supervivencia Pokémon en Facebook, entre los ítems que figuran que hay que llevar se cuenta un "cargador portátil para el teléfono". Muchos lo traían, con los cables desapareciendo en sus mochilas.
Pasamos junto a la multitud Pokémon que se dirigía al parque Dolores. Nuestro destino, el edificio Ferry, estaba a la vista y se hacía tarde.
Traté de tomar el tren para ir a casa en el este de la bahía, pero había algo obstruyendo las vías. La estación siempre atestada y a menudo sobrepasada en su capacidad anunció que no habría servicio a través de la bahía quizá por varias horas. Recomendaba un bus. Con el espíritu de Silicon Valley de contar las multitudes, yo estimé que habría al menos 9000 personas en la terminal.
Sólo quedaba llamar a Uber, que me informó que estaba vigente la tarifa por suba de la demanda y que sería del doble o el triple de lo habitual. Mi viaje a casa que cuesta cualquier día 5 dólares costó 76 dólares. Otro grano de oro para Silicon Valley.
Traducción de Gabriel Zadunaisky
La columnna Ecosistema de José Del Rio volverá a publicarse el próximo domingo
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