El irritante arte de hacer la plancha
Ocurrió en un bar. Dos mujeres: una jefa, la otra, en su línea de mando, discutían sobre las metas 2016. Una, la jerárquica estaba algo más callada, como con culpa. La otra, su empleada, envalentonada por alguna injusticia de la que había sido víctima en el trabajo. "Desde ya te lo digo –dijo en un tono como para que al menos el vecindario de mesas escuchara–, este año tengo otra prioridad. Basta de trabajar como lo hago desde hace tiempo. Este año hago la plancha."
Los hacedores de planchas pululan por todos lados, increíblemente enquistados en las estructuras modernas. "Qué lástima que no tiene tiempo pero le podría contar la historia de mi vida. Con eso le alcanza para contar las correrías de un experto en planchas", dijo el Gurú de la cortada de la calle Estomba.
No hay que mirar los pliegues del Estado para encontrar plancheros. Las empresas modernas generan decenas de rincones de agua quieta donde estos hombres y mujeres pueden dedicarse a lo que mejor saben hacer: quedarse quietos y flotar gracias al sostén que proporcionan otros agentes de la organización, puntualmente, los que trabajan.
Pese a las declamaciones, las organizaciones tienen muchas disfuncionalidades cuando se las analiza en forma horizontal. Sean por tareas, por cúmulo de trabajo, por salarios o por beneficios, empleados que están a una misma altura en el organigrama tienen tratamiento diferente. Desde un local comercial en el que trabajan dos o más personas hasta multinacionales, las diferencias siempre existieron. Y en esas desigualdades es donde los hacedores de planchas anidan.
La principal características que tienen es una suerte de pátina que los inmuniza de las miradas felinas de sus compañeros. Los hacedores de planchas, además, son más bien sordos; no escuchan las críticas de radio pasillo. Otra de sus características es saber amplificar pequeñas tareas. Con cierta facilidad para el relato, convierten en grandes epopeyas pequeños actos de trabajo diario.
Son algo huraños cuando alguien les habla de su escaso fanatismo por el trabajo, al punto que esta característica termina por ayudar a los plancheros; con tal de que no se ponga "de punta", lo dejan no hacer.
Entre la vastísima fauna de hombres y mujeres que flotan hay varias subespecies. En principio, están los clásicos plancheros relatores, cuya característica es sacar de la galera excusas imposibles de comprobar para esquivar el trabajo. También, los plancheros excursionistas, que van y vienen a todos lados. Y los no menos irritantes plancheros con salud endeble, a los que se los reconoce por tener en la billetera, en el primer pliegue si es posible, la tarjeta de la ART. Desde resfríos crónicos –siempre más graves que los que les atacan a sus compañeros– hasta tropezones con tapitas de gaseosa, todo sirve para hacer una llamada a la ART. Y si casualmente es lunes o viernes, mejor.
El problema es que muchas veces las corporaciones, y los jefes directos, sobre todo, los amparan. Prefieren no confrontar y dejar que la cosa siga. Total a los grandes plancheros nadie les pide resultados.
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