El imperio de lápices que sobrevive
Faber-Castell fue fundada en el siglo XVIII en Alemania por una familia de condes; a pesar de las constantes innovaciones tecnológicas, la compañía logró mantenerse gracias a sus productos especiales para artistas y de lujo
STEIN, Alemania.– El conde Anton-Wolfgang von Faber-Castell a veces lanza lápices de madera desde la torre de su castillo al patio de adoquines. No se trata de ataques de bronca de un aristócrata bávaro enloquecido. El conde de 72 años, el octavo en una larga estirpe de fabricantes de lápices, simplemente quiere ver si los lápices que llevan el nombre de su familia son resistentes.
La familia Faber-Castell ha estado fabricando lápices de madera, por cientos de millones, en un ambiente de libro de cuentos, bisecado por el río Rednitz, que en un tiempo era la principal fuente de energía. Un torrente de lápices coloridos fluye de máquinas ruidosas en una fábrica centenaria con techo de tejas y ventanas con marcos en colores pastel.
Faber-Castell es el mayor fabricantes de lápices con cuerpo de madera en el mundo y también hace una amplia variedad de lapiceras, crayones y elementos de arte y dibujo, además de accesorios como gomas de borrar y sacapuntas. Alrededor de la mitad de la producción alemana de la compañía se exporta, mayormente a otros países en la zona del euro. Eso significa que Faber-Castell contribuye, por lo menos mínimamente, al gran y controvertido superávit comercial alemán, que ahora rivaliza por el primer lugar con el de China.
Faber-Castell ilustra cómo las compañías medianas, que aportan alrededor de 60% de los puestos de trabajo del país, pueden mantenerse competitivas en el mercado global. Se ha concentrado en el diseño y la ingeniería, desarrollando la capacidad de convertir productos cotidianos en artículos de lujo y se mantuvo firme en la convicción de que sigue teniendo sentido mantener algo de su producción en Alemania.
"¿Por qué fabricamos en Alemania?", preguntó el conde durante una entrevista en el castillo familiar cerca de la fábrica. "Por dos motivos: en primer lugar, para ser los mejores en Alemania y retener el conocimiento en Alemania. No me gusta regalarle el conocimiento para producir nuestros mejores lápices a China, por ejemplo. "Segundo, Made in Germany sigue siendo importante."
A diferencia de muchas compañías estadounidenses como Apple, que han tercerizado casi toda su producción a Asia, Faber-Castell y muchas otras compañías alemanas le dan importancia a mantener una masa crítica de manufactura en Alemania. Lo ven como central para preservar el vínculo entre diseño, ingeniería y la planta fabril.
Hay amenazas por todas partes, incluyendo competidores chinos cada vez más sofisticados, la economía estancada de la zona del euro y cambios imprevisibles en la tecnología. Y cuando hasta los chicos del preescolar saben manejar una iPad, no hay certeza de que los lápices de colores y los marcadores de tinta tengan futuro.
"El mayor desafío para Faber-Castell será cómo se desarrollará la escritura con el advenimiento de la tecnología digital", dijo Hermann Simon, un consultor de management que acuñó el término "campeones ocultos", para describir las compañías medianas como Faber-Castell que dan impulso a la economía alemana. "¿Seguirán escribiendo los niños?" Pero Faber-Castell reconoce este desafío.
La situación actual del mercado pone a prueba a Faber-Castell. La compañía manifestó el mes pasado que las ventas en lo que va de este año fiscal han caído 9% por la depreciación de las divisas en mercados como Brasil y bajas ventas en el sur de Europa.
De todos modos, Faber-Castell, fundada en 1761 cuando los lápices de grafito eran una novedad, ha sobrevivido a anteriores cambios tecnológicos. Cuando el conde Anton se hizo cargo del negocio en 1978, luego de la muerte de su padre, el conde Roland von Faber-Castell, la compañía era líder en la fabricación de reglas de cálculo. Ese negocio se arruinó pronto por el advenimiento de la calculadora electrónica.
Luego, en la década de 1980, el advenimiento del diseño por computadora liquidó el mercado de sus productos de dibujo mecánicos.
Con ayuda del Boston Consulting Group y los diseñadores de la compañía, el conde modernizó la línea de productos y puso más énfasis en los de precio más alto, desde los lápices de colores para artistas, hasta las lapiceras fuente que cuestan miles de dólares. Los productos premium representan alrededor del 10% de las ventas.
"Hay que cambiar continuamente", dijo el conde Anton, que llevaba un traje cruzado clásico con corbata roja y un pañuelo blanco en el bolsillo del saco. "Si uno se recuesta y dice: «Estoy contento con mis productos», es el primer paso al infierno."
El conde, aunque es consciente de la amenaza digital, sostiene que nunca desaparecerá la escritura a mano. "En algún sentido, el lápiz es un producto muy arcaico, pero sigue siendo indispensable", dijo. "El lápiz seguirá con vida mucho más de lo que creemos." Para asegurarse de que eso siga así en la próxima generación, su hijo, de 33 años, el conde Charles von Faber-Castell, graduado de la escuela de negocios de Columbia, se sumó recientemente al departamento de marketing.
"Primero tiene que conocer el negocio", dijo el conde.