El huevo o la gallina; el desarrollo económico y la elite empresaria: ¿qué viene primero?
Una universidad suiza elabora un ranking de calidad de los grupos de negocios en el mundo; qué se evalúa, qué países ocupan los primeros lugares y cómo rankea la Argentina
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¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? La pregunta tiene antecedentes que van desde la discusión entre los sabios clásicos como Aristóteles y Plutarco hasta investigaciones recientes de inteligencia artificial y genética, pasando por relatos bíblicos, creacionistas, del budismo y por un largo ensayo del fallecido físico Stephen Hawkins (que concluye que primero fue el huevo).
Tan difícil como resolver este misterio es otro que alude al campo económico: ¿qué viene primero, el desarrollo económico o contar con elites empresariales virtuosas, que le aporten a la sociedad más valor que el que se llevan? ¿Tener un grupo de poder económico “no extractivo” (que genere ganancia para toda la sociedad) es una condición inicial para el crecimiento, o es un estado que se consolida cuando el proceso de desarrollo ya corre en velocidad en los países?
La respuesta intuitiva podría ser la de Silvio Soldán en el programa televisivo Feliz Domingo: “Los dos a la final”, ya que hay un círculo virtuoso o vicioso entre ambas variables, pero los economistas que investigan en detalle esta temática tienen una respuesta mucho más asertiva: “La flecha de la causalidad es así: primero viene la calidad de una elite, luego la calidad de las instituciones y, por último, los resultados económicos, como el crecimiento del PBI o la tasa de innovación. La calidad de las elites constituye el ‘micro-fundamento’ del cambio institucional y el posterior desarrollo económico”, cuentan a la nacion Tomas Casas i Klett y Alex Tonn, investigadores principales del “Índice de Calidad de las Elites” que elabora la Universidad de Saint Gallen (HSG), en Suiza, una de las más antiguas y prestigiosas de Europa. La quinta edición del estudio se difundió semanas atrás, abarca 146 indicadores para 151 países y ubicó a la Argentina en el puesto 70, con una mejora de nueve lugares con relación al año anterior.
En la “premier league” de las elites mundiales de 2024 tomó el primer lugar Singapur (desplazó a Suiza al segundo puesto) y vienen en ascenso países de Asia, con muy buenas performances de Corea del Sur y Japón. En Occidente, el que más subió fue Holanda, que quedó en el tercer puesto.
Si esta es la línea de causalidad, entonces tener una elite saludable (se miden dos grandes áreas, la de influencia política y la de creación de valor) para un país de ingresos medios o bajos es un buen predictor de futuro crecimiento económico. “El supuesto es que una creación de valor sustentable por parte de los modelos de negocios de las elites motoriza el crecimiento del PBI per cápita de los países. En esta situación promisoria están India, Indonesia y, en menor medida, México y Brasil”, cuentan a la nacion los dos investigadores.
El desagregado de indicadores de 151 países es un festival de muchas mediciones poco comunes que incluyen áreas de economía, de derechos, de igualdad o de calidad de la democracia. La Argentina rankea en forma favorable en “periodistas asesinados por millones de habitantes”, en “personas muertas en batallas” (queda última en esas categorías) y en “acceso a la electricidad”, y pésimo en inflación o en porcentaje de sectores protegidos por trabas a las importaciones. La dinámica y el movimiento de elites también es importante, y por eso tienen peso, por ejemplo, los indicadores de creación de pequeñas empresas y de emprededorismo, con actores que pueden llegar a un lugar de poder económico en el futuro.
“Tenemos una elite con baja generación de valor y bajo poder político”, dice el politólogo Andrés Malamud, que siempre incluye el gráfico de Saint Gallen en sus presentaciones. “Resultado: las elites se frustran y se mudan a Uruguay”, concluye.
Aunque el indicador de calidad de las elites de Saint Gallen recién lleva cinco años, el tema de la morfología del poder económico es objeto de estudios minuciosos de científicos sociales desde hace décadas. Los que mandan, de José Luis de Imaz, publicado en 1970, es un clásico del género a nivel local, marca Malamud.
En el campo de la divulgación internacional, el muy exitoso Por qué fracasan los países, de los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, indaga en la conducta “extractivista” de los grupos económicos de poder de distintas naciones, con rentas asociadas a algún tipo de privilegio obtenido a costa del resto de la sociedad.
En la edición 2024 del Índice de Saint Gallen, el capítulo argentino estuvo a cargo de Pablo San Martín, CEO de SMS Latam, uno de los estudios contables más grandes del mercado hispano, con oficinas en 21 países. San Martín es experto en impuestos: “De la misma manera que leyendo la Constitución de un país podés inferir la calidad de su democracia; estudiando su sistema tributario podés anticipar cómo es su situación socioeconómica”, dice a la nacion.
Para San Martín, la estructura de impuestos de la Argentina, muy basada en cargas al consumo, hace que el Estado no tenga incentivos para que las empresas ganen dinero: “Si la situación fuera la inversa, con más cargas sobre la renta y menos sobre el consumo, habría más políticas de promoción de exportaciones de valor agregado y menos Ahora 12; de alguna manera sería poner al Estado a comisión de las ganancias de las empresas”.
Hay investigadores que centran el foco en los orígenes o el ADN de la elite argentina. Es el caso del doctor en Historia Leandro Losada, que escribió varios ensayos al respecto y que en 2009 publicó por Sudamericana Historia de las Elites en la Argentina. Losada, de Conicet y la Unsam, estudió las elites de 1880 a 1930, aproximadamente. “Al comienzo de ese período se formó un grupo social que se puede definir fundadamente como la primera elite nacional o argentina, en tanto fue contemporánea a la consolidación de la unidad política, territorial y estatal.”
“Esta elite tuvo una composición heterogénea, tanto por sus perfiles socio económicos como por sus orígenes familiares, pero puede decirse que tuvo algunos rasgos singulares: fue una elite de enriquecimiento rápido, que produjo que pasara a ser la elite propietaria más rica de América Latina y tuvo una oscilación, en lo referido a sus identidades, entre el cosmopolitismo aristocratizante y la reivindicación de su carácter patricio, de haber hecho el país”, continúa Losada.
En cuanto a sus debilidades, el historiador remarca que esta elite no tuvo acuerdos políticos perdurables (sus integrantes tuvieron posiciones políticas enfrentadas–conservadores, radicales, socialistas–) y que su apogeo social fue notable, pero también relativamente corto, entre 1890 y 1930. Mantuvo influencia simbólica (sus espacios de sociabilidad, como el Jockey Club, la Recoleta, o el Teatro Colón, la estancia, etcétera), siguió siendo importante, pero su peso en la política y en la economía argentina comenzó a declinar al menos desde la década de 1930; el peronismo, en este sentido, cerró un proceso histórico.
Es probable que muchas condiciones de la elite argentina que destacó San Martín para su trabajo para Saint Gallen estén condicionadas por este ADN inicial, de consolidación a medias, que se remontan a los orígenes de esta estructura, como sucede con la discusión del huevo y la gallina.
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