El Gobierno trabaja para promover la candidatura presidencial de Javier Milei
Aunque parezca que el Gobierno está abocado a defender a Cristina Kirchner en sus peripecias judiciales, en realidad su trabajo más denodado, y quizás el único que tenga éxito, es el de promover la candidatura presidencial de Javier Milei.
La mega expansión fiscal destinada a solventar la campaña electoral del oficialismo en 2021, financiada con la segunda emisión monetaria más elevada de las últimas décadas –la más alta fue en 2020– terminó impactando en una aceleración de la inflación en los primeros meses de 2022. La inflación acumulada en el primer trimestre fue de 16,1%, la mayor desde 2002, en el contexto de un extendido control de precios, y de tarifas y tipo de cambio pisados.
La elevada inflación está impactando de lleno en la popularidad del Gobierno. En los períodos en los que se acelera la inflación la mayoría de la población, que recibe remuneraciones nominales fijas como salarios, jubilaciones o planes sociales, pierde poder adquisitivo. La inflación se elevó a niveles que ya la vuelven muy molesta para la vida diaria. El sistema de precios pierde efectividad; los consumidores no sabemos si pagamos caro o barato, y los productores pierden la brújula que en regímenes de inflación baja o moderada proveen los precios relativos de costos y de venta, y comienzan progresivamente a volcarse a reglas más simples, como seguir la cotización del dólar.
Todas las encuestas muestran, principalmente debido a la aceleración de la inflación, un marcado deterioro del humor social y de las expectativas sobre el futuro. Atrapado por el torbellino de la inflación, el Gobierno se enfrenta a otra tormenta más: el estancamiento económico. Cristina Kirchner podrá echarle la culpa al acuerdo con el FMI. Pero lo cierto es que el fin al impulso fiscal de 2021 iba a llevar de cualquier manera a un estancamiento en 2022, en un país que carece de motores de crecimiento distintos al gasto fiscal, y que tiene al sector privado ahogado en impuestos.
En este contexto de aceleración inflacionaria y de recesión, lo esperable es que los salarios, las prestaciones sociales y las jubilaciones corran detrás de la inflación. Pero el Gobierno, alarmado ante esta perspectiva, anticipó la apertura de las paritarias y dio un bono extra a jubilados y a perceptores de planes sociales. Las paritarias incluyen pedidos de aumentos de hasta 85%, como el caso de camioneros, y en todos los casos tienen cláusulas de reapertura en los últimos meses del año. Los gremios, por alguna extraña razón, no creen en las promesas del ministro Martín Guzmán.
Es decir, ante el fantasma de desaceleración del consumo por la caída de los ingresos ajustados por inflación, los gobernantes optaron por otorgar o autorizar la negociación de nuevos aumentos nominales a los ingresos. La medida quizás dilate la desaceleración económica unos meses, pero no la evitará, y el costo será una aceleración aun mayor de la inflación. Los aumentos de salarios serán traspasados a los precios en unos pocos meses.
A este cóctel se le suma que el Banco Central está teniendo que acelerar la depreciación del peso en el mercado oficial. En forma anualizada, la depreciación está en un nivel cercano al 60%, comparado con una devaluación contra el dólar del 22,1% en 2021. La razón es simple. A este tipo de cambio, el Banco Central no está pudiendo sumar reservas. Según el programa acordado con el FMI, tiene que acumular US$4100 millones en el segundo trimestre, que es el de mayores exportaciones agrícolas. En los primeros 20 días de abril acumuló solo US$127 millones, comparado con US$1127 millones en los primeros 20 días del cuarto mes de 2021.
Más depreciación del peso, salarios más altos, y subas de tarifas en junio. Es decir, lo que se puede esperar es que el humor social se deteriore aun más en los próximos meses, dado que la inflación excederá cómodamente el 60% en 2022. Según cómo resulten las paritarias, puede llegar a superar el 70%.
En contextos como estos suelen aparecer políticos que ofrecen soluciones fáciles a los problemas cotidianos de la gente. En los Estados Unidos, Donald Trump culpó a China y a los inmigrantes mexicanos por el deterioro del poder adquisitivo de la clase media, y ganó la elección de 2016. En el Reino Unido, políticos de todos los colores culparon a la burocracia de la Unión Europea por el deterioro del nivel de vida fuera de Londres, y la población apoyó el Brexit.
En América Latina, el patrón se está repitiendo en todas las elecciones presidenciales: el centro político pierde terreno a manos de extremos de izquierda y derecha que promueven soluciones fáciles. La creciente radicalización del presidente Jair Bolsonaro en Brasil puede parecer absurda, pero le está dando resultados. El centro político se vacía y Bolsonaro acorta distancias con el ex presidente Lula Da Silva. El exjuez y ministro de Justicia Sergio Moro ya bajó su candidatura presidencial y el centrista exgobernador del Estado de San Pablo Joao Doria mide menos del 5% en las encuestas. Mientras tanto, según el agregador de encuestas de la Society for the Americas, el presidente Bolsonaro acortó la distancia con Lula a 9 puntos porcentuales, comparado con 17 puntos en febrero.
Es difícil pensar que en la Argentina no ocurrirá lo mismo que en el resto del planeta, ante crisis agudas en la economía y en los partidos tradicionales. El deterioro del humor social abarca a la principal coalición de la oposición, que no cuenta con credenciales anti-inflacionarias, ya que durante su mandato la inflación se aceleró fuertemente.
Solo hace falta alguien que interprete el signo de los tiempos. Ese signo en la Argentina es la frustración, la bronca con las elites gobernantes y la sensación de que nos roban el fruto de nuestro trabajo.
Es en este contexto en el que hay que analizar la propuesta de dolarización de la economía de Javier Milei. Desde el punto de vista económico, la iniciativa carece de sentido. No debido a digresiones teóricas acerca de los beneficios de adoptar el dólar, comparado con tener una moneda independiente, sino por una razón mucho más prosaica: no hay dólares. Para dolarizar la economía hay que tener dólares, para convertir la base monetaria y los depósitos en pesos a dólares porque, de lo contrario, éstos deben ser licuados o reestructurados.
Sin embargo, discutir esta iniciativa u otras que el candidato esgrime desde el punto de vista técnico es perder el foco del problema. El centro de la discusión para entender el fenómeno Milei está en la detección de los síntomas, no en las soluciones. Sus propuestas facilistas son técnicamente inconvenientes o políticamente difíciles de implementar por él, pero esto no le va a llevar a perder votos si dichas propuestas responden a preocupaciones genuinas de la población, como es el caso de la inflación.
Nadie en el oficialismo puede ofrecer soluciones a los problemas de la población. Están tan desorientados que recuerdan a una anécdota de la guerra de Malvinas recientemente contada en la nacion por el conscripto Milton Rhys. Según él, el general Menendez le pedía armas y municiones a Galtieri, que enviaba televisores para los kelpers. Parecido al gobierno actual. La gente le pide poder comer, y Oscar Parrilli les ofrece la vuelta de Fútbol para Todos.
El surgimiento de Milei debería también convertirse en un fenómeno ordenador de la discusión dentro de Juntos por el Cambio. La demanda social no es solamente de reducir la inflación, para lo cual se requiere atacar el déficit fiscal. Es importante entender que esa reducción no puede venir de la mano de nuevos impuestos, sino de un ataque frontal a las múltiples fuentes de despilfarro y corrupción que existen en todos los niveles del sector público. Este abarca no solo al sector público nacional, sino a las provincias y municipios, las empresas públicas y los múltiples organismos que viven de impuestos y contribuciones. También debe incluir un cambio del modelo sindical y del mecanismo de distribución de la ayuda social. Los partidos tradicionales tienen que dejar de hacerse trampa al solitario, pensando que el país puede seguir funcionando como en la actualidad, cuando lleva décadas de estancamiento y de crecimiento de la pobreza. La Argentina pide a gritos un shock de capitalismo, que le permita a la gente quedarse con el fruto de su esfuerzo, y también la separación de Estado y partido, problema que nos afecta desde mediados del siglo pasado.
Esa es la agenda de Milei, porque es la que mejor interpreta el humor social. Esta tendencia no va a cambiar, sino que se va a exacerbar, porque la inflación va a subir y la actividad se va a estancar en los próximos meses. El Gobierno, con su infinita incompetencia, es quien más trabaja en la candidatura de Milei.
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