El gobierno agrava la vorágine china
Las convulsiones de la semana pasada en los mercados chinos de acciones y divisas dieron rienda suelta a los peores temores de los inversionistas: la segunda economía del mundo está en problemas y las autoridades son incapaces de resolverlos.
La verdad es menos aterradora, pero la situación sigue siendo tensa. China trata de llevar el crecimiento económico por un sendero más pausado y seguro, menos dependiente del gasto de capital y el endeudamiento. Los tecnócratas saben que eso significa abrir más la economía a las fuerzas del mercado, pero la élite gobernante aún no está dispuesta a aceptar la pérdida de control.
La economía ya está lo suficientemente abierta como para que el Partido Comunista no pueda simplemente anunciar el resultado deseado y esperar que eso ocurra. Los inversionistas, tanto dentro como fuera de China, también tienen voz. El resultado es que conforme el crecimiento se desacelera, el gobierno intenta una y otra vez contener las turbulencias de los mercados y a menudo las exacerba. La gran pregunta es si ese instinto intervencionista hará en última instancia descarrilar la transformación de la economía.
El desplome del mercado la semana pasada ilustra la magnitud del desafío. Después de una serie de medidas para frenar el colapso de la burbuja bursátil a mediados del año pasado, el regulador de valores propuso establecer un sistema de suspensión automática de las operaciones de bolsa durante 15 minutos cuando el índice de acciones líderes cae o sube más de 5% y durante toda la jornada cuando el movimiento supera 7%.
"Fue un intento sincero de los reguladores de contar con un mecanismo para prevenir el pánico", dice David Dollar, experto en China de la Brookings Institution, un centro de estudios en Washington.
Sin embargo, el collar resultó ser demasiado estrecho, lo que tal vez refleje una aversión irrealista a la alta volatilidad que es inherente a los mercados. Poco después de que el sistema de interrupciones entró en vigencia la semana pasada, el mismo se activó luego de que la divulgación de malas noticias económicas y un yuan en caída generaron una ola de ventas. Inversionistas temerosos se apresuraron a vender. Eso aceleró la caída e hizo que muchos dieran por sentado que las operaciones volverían a suspenderse. Las imprevistas interrupciones desataron una ansiedad que no tardó en propagarse a otros países.
Una tensión similar aqueja a la política cambiaria. China ha impuesto durante un largo tiempo estrictos controles sobre los flujos de capitales. Sin embargo, el gobierno los ha relajado paulatinamente con el fin de facilitar el acceso al yuan, que acaba de adquirir el estatus de moneda de reserva global.
Cuando la economía comenzó a perder bríos el año pasado y el Banco Popular de China recortó las tasas de interés, los inversionistas trataron de retirar capital del país. La respuesta del banco central fue devaluar el yuan a fines de agosto y describir la medida como orientada a permitir que el mercado tenga un mayor papel en su valuación.
Los líderes políticos tenían un motivo más apremiante: estimular las exportaciones y el crecimiento. Puesto que los inversionistas esperaban más de lo mismo, las salidas de capital se aceleraron y la cotización del yuan en los mercados offshore cayó por debajo del nivel de China continental. El Banco Popular de China intervino activamente. Entre julio y diciembre de 2025, sus reservas en moneda extranjera descendieron de US$3,65 billones a US$3,33 billones. La entidad también intervino en los mercados offshore.
Luego, a medida que el dólar se fortalecía ante otras monedas, incluido el yuan, el banco central reactivó su antigua promesa de manejar el nivel de la divisa contra una canasta de monedas, no sólo el dólar. Esta parece haber sido su justificación para volver a devaluar contra el dólar la semana pasada.
Las acciones y el yuan se han visto afectados por el deterioro de los fundamentos de la economía, no sólo por la especulación. La economía se desacelera y podría crecer menos que la meta informal de 6,5%. La desaceleración ha sido encabezada por los sectores de industria pesada y bienes raíces, que sufren de un exceso de capacidad e inventarios.
Los economistas de UBS estiman que si China se expandiera 4% este año, en lugar de la proyección del banco suizo de 6,2%, el crecimiento de Estados Unidos se reduciría en medio punto porcentual, el de Europa 0,8 en puntos porcentuales y el de Japón en 2,6 puntos porcentuales. Esa es la razón por la que los precios de las acciones y de las materias primas son tan sensibles a China.
Durante una conferencia sobre los temas económicos en diciembre, los líderes del Partido Comunista reconocieron que la desaceleración era inevitable cuando priorizaron la reducción del exceso de capacidad. También sugirieron que las políticas monetaria y fiscal serán utilizadas no para apuntalar sectores obsoletos, sino para estimular la demanda. La versión en Internet de El Diario del Pueblo, el vocero del Partido Comunista, publicó las declaraciones de una fuente "con autoridad" que señala que "la turbulencia no puede ser eludida por completo, pero es una turbulencia que vale la pena".
Esta clase de retórica no es nueva. Un año después de haber asumido como líder del Partido Comunista en 2012, Xi Jinping prometió concederles a los mercados un papel "decisivo" en la economía. No obstante, la realidad ha sido diferente. Una reforma de empresas estatales dada a conocer en septiembre sugirió que los burócratas tratarían de fusionar empresas que sufren de un exceso de capacidad, en lugar de permitir su quiebra.
Esto podría ocasionar menos trastornos a corto plazo, tanto en lo económico como en lo político, al evitar cesaciones de pagos y minimizar los despidos. Sin embargo, Haibin Zhu, de J.P. Morgan, subraya que la estrategia también implica un alza de la deuda, un descenso de la productividad y el crecimiento y el refinanciamiento de préstamos a empresas maltrechas.
A largo plazo, entonces, podría ser mejor para China y el mundo que el país sufra ahora el impacto de las fuerzas del mercado.
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