La inteligencia artificial generativa avanzó vertiginosamente; sin embargo, su adopción masiva se vería condicionada por varios factores, como la preferencia mayoritaria por los bienes que son el fruto de la creatividad y del trabajo de las personas
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La aparición y el avance de la inteligencia artificial (IA) generativa ha sido tan vertiginoso que a muchos lleva a pensar que su adopción masiva es solo cuestión de tiempo. La narrativa es convincente: se espera que en las próximas dos décadas la IA generativa evolucione a una IA general (AGI, por su acrónimo en inglés) que supere las capacidades humanas en prácticamente todo, desde el trabajo administrativo rutinario hasta la creación artística y la investigación científica más sofisticada.
Sin embargo, esta visión tecnocrática del futuro deja de lado algunos aspectos importantes que podrían demorar su adopción: la evolución en forma de S (más sigmoidal que exponencial) que suele mostrar la difusión de los grandes avances tecnológicos, el problema de los outliers (situaciones improbables que, al no aparecer en las bases de entrenamiento, llevan a la IA a alucinar respuestas o a ignorar riesgos improbables), o la regulación que inevitablemente aparecerá para moderar sus efectos nocivos y la exposición a la manipulación o el hackeo.
Pero aun si somos optimistas y pensamos que encontrar soluciones para estos obstáculos tecnológicos es cuestión de tiempo, hay barreras no tecnológicas que pueden ser más irreductibles, y por buenas razones. A pesar del progreso de la IA, su adopción estará determinada en gran medida por nuestras preferencias culturales, consideraciones éticas y el valor que otorgamos al “toque humano” en la vida diaria.
El arte, la literatura y la música son áreas en las cuales la IA ha comenzado a hacer incursiones significativas. Ya existen algoritmos capaces de generar pinturas, novelas y composiciones musicales que engañarían a los críticos más exigentes. Sin embargo, aunque estas obras puedan llegar a ser técnicamente impresionantes, la mayoría de las personas seguiremos prefiriendo la versión humana. Walter Benjamin, en su célebre ensayo sobre el “aura” de las obras de arte, destacó el valor único que atribuimos al esfuerzo humano detrás de cada creación. Es este esfuerzo original el que agrega una capa de significado y autenticidad que la IA, como la reproducción mecánica, puede copiar, pero no replicar.
Tomemos un ejemplo de Benjamin. Imaginemos un cuadro como la Mona Lisa; incluso si una IA pudiera crear una copia indistinguible del original –como ya lo puede hacer un restaurador del Louvre– seguiríamos prefiriendo la obra de Da Vinci por el simple hecho de que fueron su visión y su talento los que la crearon. Del mismo modo, un libro o una canción hecha por una persona tendrá un valor añadido por la historia y la experiencia emocional detrás de su creación. No solo los actores de teatro resistirán la automatización, como sostuvo hace unos días Ricardo Darín; es difícil pensar que haya un público masivo para un cine hecho exclusivamente de animaciones de IA sobre la base de la semblanza frizada de actores pasados a retiro, como imaginaba el director israelí Ari Folman en The Congress.
Este apego a lo auténtico continuará existiendo incluso en un mundo donde la IA pueda generar arte, música, artesanías y literatura, así como manjares de cocina, sesudos ensayos y novelas indistinguibles de las hechas por seres humanos.
El aura, tan difícil de describir como fácil de reconocer, no solo establece un perímetro de exclusión a la automatización masiva. También ofrece una oportunidad para los mercados. Las empresas que pongan énfasis en la autenticidad y la creatividad humana encontrarán una audiencia dispuesta a pagar más por productos de la economía naranja hechos por humanos, del mismo modo en que ya lo hicieron con la economía verde orgánica o la azul del fair trade.
Del lado del trabajador humano, su valor agregado será potenciado por una mayor complementación con la tecnología, donde ésta no pueda replicarlos: antes que competir con la IA en eficiencia, muchos trabajadores del futuro encontrarán refugio en la imperfección y el empuje, la espontaneidad y la irreverencia, el sesgo y la diversidad que el autómata solo podrá emular de manera artificiosa, como el brillo sobrenatural de un cuadro hiperrealista.
Fronteras éticas y legales
El avance de la IA no solo enfrenta barreras culturales, sino también éticas y legales. Un claro ejemplo de esto es el caso de los vehículos autónomos, una tecnología que lleva años lista desde el punto de vista técnico, pero cuya adopción se ha retrasado, no por la tecnología en sí, sino por los dilemas legales que plantea.
¿Quién es responsable en caso de un accidente? Si el conductor humano comete un error, la culpa es clara. Pero, ¿qué sucede cuando un vehículo autónomo toma una decisión que resulta en un accidente? Estos dilemas éticos y legales no se han resuelto, y constituyen un obstáculo significativo para la adopción tecnológica.
De igual modo, otros sistemas de IA, como los utilizados en el ámbito judicial para predecir la reincidencia, han sido objeto de críticas: se ha demostrado que estos algoritmos reproducen mecánicamente los sesgos de los humanos a los que imitan, lo que plantea serias preocupaciones éticas y responsabilidades legales.
¿Podemos confiar plenamente en una máquina para tomar decisiones que afectan profundamente la vida de las personas? ¿Y qué decir de la opinión y el juicio de valor de un modelo predictivo entrenado en base a los valores y criterios de una cultural específica?
La respuesta, por ahora, es que no estamos listos como sociedad para delegar esas responsabilidades y decisiones enteramente en la IA.
Este tipo de barreras también ofrece una señal clara a inversores y desarrolladores: la adopción de la IA no solo depende de lo que sea técnicamente posible, sino también de lo que sea legal y éticamente aceptable. Las empresas que prioricen la transparencia, la equidad y el cumplimiento de las regulaciones emergentes de esta IA aun en pañales estarán mejor posicionadas para tener éxito en un mercado en el cual las consideraciones éticas son cada vez más relevantes.
Una oportunidad única
Lejos de ser una barrera para el avance de la IA, la resistencia humana puede ser vista como una oportunidad única para los innovadores. Aquellos que comprendan cómo equilibrar el progreso tecnológico con el deseo humano de autenticidad y originalidad, sin duda tendrán la ventaja competitiva. La adopción gradual de la IA, impulsada por la preferencia por lo humano, es una oportunidad para invertir en un futuro en el que la tecnología y la creatividad humana coexistan y se complementen.
El éxito no será para quienes se enfoquen únicamente en la efectividad tecnológica, sino para quienes sepan cómo integrarla con el factor humano, combinando eficiencia y autenticidad, lo masivo y lo artesanal, como sucede hoy en día con las tecnologías existentes.
Ni doomers, ni boomers. El futuro, siempre incierto, probablemente no sea solo tecnológico, también será humano. En buena hora.
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