El FMI debería seguir los pasos de la general Laura Richardson
La renegociación de los parámetros del programa económico con el Fondo Monetario Internacional (FMI) es en realidad un gran malentendido, una ficción. Tanto Alberto Fernández como el ministro de Economía Martín Guzmán y los funcionarios del FMI parten de un error que convierte toda negociación en un mero ejercicio espurio: suponer que el Presidente tiene algún grado de autonomía real.
Esta equivocación podría haberse subsanado fácilmente si Cristina Kirchner le hubiese regalado el libro adecuado al Presidente en su cumpleaños. En lugar de haberle enviado Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, debería haberle obsequiado Todos los hombres del Kremlin, de Mijail Zygar, u otro de los tantos libros escritos sobre Vladimir Putin. De paso, debería haber enviado copias a Gita Gopinath, Ilan Goldfajn, Luis Cubeddu y a los otros funcionarios del FMI que tienen la suerte de lidiar con la Argentina. Su lectura les hubiese permitido entender que, para Cristina Kirchner, Alberto Fernández es su Dmitry Medvedev. Tal aclaración haría todo más fácil, incluso para el Presidente, que encontraría así su propio destino.
La analogía con Medvedev tiene varias aristas interesantes. Cuando se acercaba la elección presidencial de 2008, Vladimir Putin se enfrentó a un dilema. La Constitución Rusa le prohibía un tercer mandato. Podría haber reformado la Constitución, pero todavía buscaba tener la aprobación de sus pares de Occidente. Entonces, comenzó lo que el campeón mundial de ajedrez y disidente político Gary Kasparov denominó como la “operación Medvedev”. La idea era presentar a Medvedev como un dirigente moderno y moderado. Según Kasparov, el candidato “no podía tener ninguna … ambición o base de poder propia, por las dudas.”
Apenas fue nombrado candidato, Medvedev anunció que designaría a Putin como primer ministro. Es decir, estaba claro que su candidatura era solo una forma de que Putin se mantuviera en el poder. Medvedev, que creció políticamente a la sombra de Putin, había sido anteriormente profesor de derecho, y fue un fanático del rock en su juventud.
“El FMI va a tener que reescribir sus manuales de cuentas fiscales si acepta la tergiversación que hizo el Gobierno para calcular el déficit”
Aquí terminan las similitudes con Fernández. Las diferencias, para lo que nos ocupa en esta columna, son más importantes.
Medvedev era un eficiente administrador. Más relevante aun es que, en palabras de Catherine Belton, autora de La gente de Putin, Medvedev “tomó pocas decisiones en forma independiente”. Según Masha Geshen, autora de El hombre sin rostro, “el rol de Medvedev era casi exclusivamente ceremonial.” Él entendió bien su rol, a diferencia de Fernández, de Guzmán y del FMI, que piensan que pueden ejecutar una política energética o salarial independientemente de lo que opine Cristina Kirchner.
Como seguramente ni los funcionarios del FMI ni el Presidente ni el ministro de Economía leyeron alguno de estos libros, el camporista Andrés Larroque les proveyó un resumen fenomenal. “El gobierno es nuestro”, dijo la semana pasada. Por si no quedaba claro, en una serie de tuits Cristina Kirchner les recordó unas lecciones básicas de instrucción cívica, diferenciando entre la legitimidad de origen y la legitimidad de gestión.
El problema es que el programa con el FMI ya nació descarriado, y para encarrilarlo se requerirían más esfuerzos fiscales y una depreciación del peso más acelerada, justo lo contrario a lo que busca Cristina.
Las metas establecidas con el Fondo para el primer trimestre quizás hayan sido cumplidas solo con una dosis de maquillaje muy importante, y en un caso con ayuda de una contabilidad dudosa. El Banco Central (BCRA) tenía que acumular 1200 millones de dólares de reservas internacionales netas (de deudas). En realidad, perdió 48 millones de dólares en el mercado cambiario en el primer trimestre, y las reservas brutas cayeron (sin contar el desembolso del FMI) en 3116 millones de dólares. Pero el FMI permitió contabilizar parte de su propio desembolso, 4464 millones de dólares de los 9870 millones que recibió en total el país, como si fuesen parte de las reservas netas. Es decir, aunque se haya cumplido la formalidad, la realidad subyacente fue la opuesta a la buscada: el Banco Central perdió reservas en vez de sumarlas.
“Si bien la aceleración de la inflación le permitiría al Gobierno ‘ahorrar’ en jubilaciones, deberá prometer un recorte de otras partidas”
La meta fiscal tuvo una suerte similar. Cuando el Ministerio de Economía publicó los resultados fiscales de marzo, anunció que había sobrecumplido la meta de déficit primario (sin intereses) de 222.000 millones de pesos establecida con el FMI para el primer trimestre. El resultado parecía raro, a la luz del hecho de que el gasto primario se había expandido fuertemente, siendo un 66% mayor que en el primer trimestre de 2021.
El análisis detallado de los datos de marzo mostraba un ingreso totalmente inusual, de 158.000 millones de pesos, de “rentas de la propiedad”, que consisten en ingresos financieros del fisco. Estos superaban con creces el ingreso normal por tal concepto, que fue de 35.000 millones por mes, en promedio, en los dos primeros meses del año. El ardid contable de marzo consistió en contabilizar como ingreso fiscal una diferencia obtenida por el Gobierno en la colocación de bonos indexados por la inflación. El FMI va a tener que reescribir sus manuales de cuentas fiscales si acepta tal tergiversación.
La dinámica económica durante el segundo trimestre viene igualmente complicada. Durante abril, el BCRA apenas compró 161 millones de dólares en el mercado, comparado con 1373 millones comprados en abril de 2021, a pesar de que las exportaciones de cereales y oleaginosas marcaron otro récord. Debido a pagos de deuda y otros factores, las reservas del Banco Central bajaron en 1131 millones de dólares en abril. En mayo la acumulación de reservas viene mejor, pero vale recordar que la meta original con el FMI implicaba la acumulación de 2900 millones de dólares de reservas netas en el segundo trimestre, un objetivo difícil a la luz de lo acontecido hasta hoy.
Las metas fiscales también serán difíciles de cumplir durante el segundo trimestre. El Gobierno no contará con el impulso a los ingresos que le dio el impuesto a la riqueza en el segundo trimestre del año pasado. Además, el gasto en subsidios está volando. Si el Gobierno llega a implementar subas de tarifas de electricidad y gas, serán muy chicas comparadas con el aumento de costos, y solo llegarán en junio.
Como el mercado siempre se anticipa a estas dificultades, al Gobierno ya le costó renovar todos los vencimientos de la deuda en pesos en abril. Por eso, el Banco Central tuvo que enviarle al Tesoro 80.000 millones de pesos el 29 de abril. El fantasma de la máquina de imprimir billetes siempre está presente ante cualquier desvío en la Argentina.
Es en este contexto en el que Fernández y Guzmán se hallan renegociando las metas del acuerdo con el FMI. El director del Departamento del Hemisferio Occidental, Ilan Goldfajn, ya dejó trascender que no cambiarán la meta de un déficit primario de 2,5% del PBI, ni la restricción de que “solamente” un 1% del PBI de financiamiento provenga del Banco Central. Si bien no hubo trascendidos, no creo que cambien sustancialmente la meta de acumulación de reservas internacionales del programa original, que ya era poco ambiciosa.
Es decir, se trata probablemente de un reajuste de parámetros, como el de inflación, y de una reasignación de partidas. El gasto en subsidios energéticos, que según se preveía en el programa original con el Fondo iba a bajar en 0,6% del PBI, se expandirá fuertemente. Si bien la aceleración de la inflación le permitirá al Gobierno “ahorrar” en jubilaciones y otros gastos fijos, para cumplir la meta fiscal deberá prometer un recorte de otras partidas, como las de infraestructura. Para acumular reservas, deberá acelerar la devaluación del peso.
Esto es lo que probablemente le prometerán Fernández y Guzmán al FMI. Sin embargo, las negociaciones siguen por el carril ficticio de suponer que pueden prometer algo. Gran parte de esta partida se jugará esta semana, en la que tendrán lugar las audiencias para determinar los aumentos de las tarifas residenciales de electricidad y gas. ¿Firmarán los funcionarios que responden a Cristina los aumentos que se determinen? Si no lo hacen, ¿qué hará el Presidente?
Si los funcionarios del FMI hubiesen leído los libros sobre Putin, habrían seguido los pasos de la general Laura Richardson, primera mujer a cargo del Comando Sur de los Estados Unidos, quien pidió ver a Cristina Kirchner en su reciente visita a Buenos Aires. En solo una reunión podría quedar claro qué se puede hacer y qué no en los próximos meses. Teléfono, por si nos está leyendo, para Luis Cubeddu.
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