El fantasma bonaerense lee El capital
El lunes a la mañana, varios intendentes del PJ recibieron la misma llamada. Venía con un pedido: respaldar públicamente a Axel Kicillof. Justo Kicillof, el candidato a gobernador a quien no habrían elegido si se les hubiera consultado y que, pese a los esfuerzos, no termina de prestarles la atención que quisieran. El exministro había recibido horas antes una crítica de María Eugenia Vidal directa al corazón del kirchnerista: "Kicillof es Máximo, no tengo dudas, y el proyecto es Máximo 2023", había dicho ella en el programa de Jorge Lanata, en Eltrece. Los jefes comunales cumplieron. "Me sorprende la campaña de agravios de @mariuvidal a @kicillofok", escribió Ariel Sujarchuk, de Escobar, en su cuenta de Twitter. "No es La Cámpora, somos todos", agregó Javier Osuna, de General Las Heras. A las pocas horas, la gobernadora posteó el tape de su frase y lo acompañó con una leyenda: "Kicillof es Máximo".
Es el nuevo eslogan macrista. Miguel Ángel Pichetto lo retomó dos días después, en el acto en Parque Norte, donde volvió a cuestionar la ideología del candidato bonaerense: "Además de tener una conformación marxista (sic), ha vuelto a reiterar algo que pasó y que, como dice la gobernadora, expresa potentemente la idea de que La Cámpora va a gobernar la provincia de Buenos Aires. Dijo que si ganaba el Frente con Todos iba a haber una intervención de nuevo en el mercado de capitales. Esto quiere decir ni más ni menos que cepo: ¡cepo!"
El Gobierno decidió confrontar con Kicillof. En el equipo de Vidal han designado al ministro de Economía, Hernán Lacunza, para contestarle técnicamente en los medios. La estrategia se sustenta en una obviedad: toda la energía del Instituto Patria está puesta en ese distrito, el más accesible porque no tiene ballottage y mantiene un alto nivel de rechazo a Macri, y donde incluso podría erigirse un bastión de poder en el caso de que Frente de Todos no ganara en la Nación. Lo único novedoso del enfoque oficialista es que burla un principio de Durán Barba: siempre es mejor destinar las críticas a protagonistas con mayor imagen negativa que positiva. No es el caso de Kicillof. Pero han prevalecido esta vez preceptos más clásicos: obligado por la conformación del espectro electoral, el Gobierno admite que prefiere evitar que lo corran por derecha. La llegada de Pichetto inauguró ese regreso a la ortodoxia política.
Es cierto que el humor oficialista ha mejorado en las últimas semanas. Los sondeos vinieron con un cambio cualitativo: por primera vez en mucho tiempo, la intención de voto de Macri creció más que la de Vidal. Cuatro puntos, contra uno de la gobernadora. "Eso quiere decir que el Presidente vuelve a traccionar", se entusiasman en la provincia. La manifestación más clara de este quiebre en la tendencia no está tanto en el Gobierno como en empresarios que se espantan ante el regreso de Cristina Kirchner y que han olvidado el proyecto que más irritaba en la Casa Rosada, el "Plan V". Ahora pasa lo contrario: es el jefe de Gabinete, Marcos Peña, el que pide moderación. "Estamos mejor, pero nadie votó nada: hay que seguir trabajando", le dijo esta semana a su equipo. Ese reparo es también una antigua recomendación de Durán Barba: conviene llegar a la elección desde atrás, remontando una situación adversa. Pero el alivio existe y se interpreta internamente a partir de varios factores. El más relevante es contrafáctico: no sobrevino, al menos por ahora, la corrida cambiaria preelectoral temida por Macri. Y eso coincide con el anuncio del acuerdo Unión Europea-Mercosur, que ubicó simbólicamente al país en la senda de integración global, y con desencuentros no del todo visibles en la campaña del kirchnerismo. Son diferencias internas, algunas apenas estéticas, pero que desnudan una deficiencia estructural en el Frente de Todos: cierta dificultad en la recaudación de fondos, hasta ahora reducidos mayoritariamente a lo que puedan aportar sindicatos y municipios afines.
"¿Qué empresario nos va a poner a nosotros después de la causa de los cuadernos?", se preguntan quienes trabajan en la campaña, que recuerdan que solo la fiscalización de las dos elecciones de la provincia requerirá de unos 70 millones de pesos y que, en todo caso, si hubiere medios emprendedores periodísticos afines, estos circunscribirán sus aportes a espacios, no a suministros en efectivo.
Es una restricción relevante porque incluye en primer lugar a Kicillof, que prefirió manejarse hasta ahora con una prescindencia que incomoda en el PJ. Ahí no solo le objetan la pretensión de no deberle un centavo ni favor a ningún intendente, sino hasta piezas publicitarias. Creativos que trabajan con Alberto Fernández, por ejemplo, no quedaron conformes con el spot en que el economista compra naranjas y mandarinas en San Pedro. Detalles para entendidos: es cierto, observan, que no todo el mundo tiene la deferencia de saludar al vendedor, y no habría nada escandaloso si se lo contrasta con acusaciones clásicas que suelen recibir los candidatos, pero lo inexplicable es que haya sido la propia gente del candidato la que grabó y publicó el video.
En el kirchnerismo trabajan tres equipos proselitistas que no siempre están de acuerdo. Y no hay un jefe de campaña porque el propio Alberto Fernández ha decidido no tenerlo. "Puede ser atendible no creer en gurús, pero eso lo sobrecarga de trabajo y lo puede afectar en su estado de ánimo", dijeron cerca de un intendente. El otro cuestionamiento es al mensaje: ¿puede un candidato mostrarse como un "hombre común" y, al mismo tiempo, conservar una épica a la que la militancia del Instituto Patria venía habituada? Son ambigüedades de la estrategia nacional que, sin empatía entre Kicillof y los intendentes, se ahondarán todavía más en la provincia. El conurbano tiene una lógica propia: si no hay confianza, ventajas que merecen aplausos en otros ámbitos, como la de no cargar con denuncias serias de corrupción, podrían ser interpretadas en las comunas como amenazas de futuras auditorías. Las sufrió De Vido entre 2012 y 2015.
En el libro El creyente (Planeta, 2012), la biografía que escribió sobre Kicillof, el periodista Ezequiel Burgo evoca el momento de abril de 2002 en que el entonces joven militante de la agrupación TNT se presenta como candidato a rector de la UBA para suceder a Oscar Julio Shuberoff. Los votos que obtuvo finalmente -0, contra 101 de Guillermo Jaim Etcheverry, 59 de Aldo Ferrer, 35 de Félix Schuster y 13 de León Rozitchner-, no lo acobardaron para desafiar en su discurso de presentación a competidores que le duplicaban la edad. "A esta universidad no la limpia ni Manliba", dijo, mientras se quitaba la campera y mostraba al auditorio lo que llevaba puesto debajo: una remera con el logo de la empresa de recolección de residuos. Difícil el equilibrio en la alta política, habituada a barrerlos bajo la alfombra.
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