El extraño momento Dr. Jekyll y Mr. Hyde
Tal como sucedía en la famosa novela del británico Robert Louis Stevenson, publicada en 1886 con un suceso inmediato, la Argentina presenta una dualidad que resulta inédita por la potencia de sus contradicciones. Los tableros de control indican “disociación extrema”. Mientras la macroeconomía estaría próxima al punto de inflexión, la recesión en la economía real no encuentra piso. Estamos viviendo nuestro momento Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
Es probable que la inflación de alimentos sea de un dígito en abril. Las reservas del Banco Central ya habrían dejado de ser negativas o están muy cerca de ese punto. Comenzó a liquidarse la cosecha gruesa. El dólar se mantiene estable. El riesgo país no para de bajar. Tampoco las ventas. Abril no estaría mostrando hasta ahora señales de recuperación. Por un lado, los mercados financieros festejan; por el otro, las empresas y sus marcas están rediseñando de manera urgente todas sus estrategias.
El rostro de la regocijante normalidad convive en un mismo cuerpo con el de la temible ferocidad. ¿Cuál de los dos es el verdadero? Esa dualidad ¿es sostenible? ¿Es circunstancial o estructural? ¿Durante cuánto tiempo habrá que procesar señales tan dicotómicas?
Entre Churchill, los estoicos y la Divina comedia
En estos momentos se están concluyendo las encuestas de opinión de abril. Con una contracción del consumo que superó las peores expectativas durante el primer trimestre y que alcanzó “magnitud 2002″, la imagen del Gobierno no solo no cae, sino que se mantiene estable. Incluso, en algunas mediciones, sube.
"Sorprende el modo en que la mayoría de la sociedad argentina está emulando el espíritu con el que Winston Churchill condujo a los británicos en la Segunda Guerra Mundial"
Sorprende el modo en que la mayoría de la sociedad argentina está emulando el espíritu con el que Winston Churchill condujo a los británicos en la Segunda Guerra Mundial. Al dar su discurso de asunción, el 13 de mayo de 1940, y asumir como primer ministro en una instancia límite de la historia, pronunció la ya mítica frase: “No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Él mismo la sintetizaría luego como “sangre, sudor y lágrimas”.
En nuestras investigaciones cualitativas nos encontramos con expresiones que evidencian una repentina conexión con aquella impronta sacrificial, lo que a todas luces es una rareza. En una sociedad que siempre ha detestado los ajustes, el mantra “no hay plata” parecería haber calado muy hondo, al punto de llegar, en algunos casos, a replanteos filosóficos: “Vivíamos en un mundo irreal, ahora nos abrieron los ojos. No se podía seguir imprimiendo billetes”.
“Tengo mucha esperanza en que esto va a cambiar. Aunque hoy no la estoy pasando bien”. “Yo hago sacrificios. Me estoy privando de muchas cosas. Pero lo hago porque tengo la esperanza de que esto va a cambiar”. “Es hora de cambiar, de aguantar, pero vamos a un país más ordenado, más previsible. Yo no lo voy a ver, pero es para mis hijos”. “Hay que sacrificarse y ver que todo cuesta mucho, que nada viene de arriba. Tengo la esperanza de que los jóvenes entiendan esto”.
Este novedoso estoicismo nacional del que emerge una abrupta templanza para tolerar la adversidad tiene en su génesis un profundo dolor, la sensación de haber tocado fondo y la presunción de ser ineludible. Para escapar del “infierno” del 211% de inflación anual en 2023, cerca del 60% de los ciudadanos habrían aceptado pasar por el “purgatorio” de una vida más ascética y despojada. Suponen que es el único camino posible para llegar finalmente al “paraíso” de un país previsible y estable.
En ese nuevo amanecer, la inflación dejaría de ser una preocupación, y por lo tanto la vida cotidiana recuperaría dosis de tranquilidad. Siendo así, podrían recomponerse la idea de proyecto y la posibilidad del progreso. La mirada volvería a posarse en el futuro y no ya en el puro presente.
Cito textual algunos hallazgos que refrendan esta idea de un trago amargo que resultaba no solo inevitable, sino también necesario: “Me imaginaba que, mal que nos pese, nos teníamos que enfrentar con la realidad”, “Antes tenía una gran incertidumbre, que ahora se transformó en esperanza. Vamos a salir adelante”. “Después de 20 años haciendo lo mismo no se iba a salir en dos o tres meses. Hay que aguantar y bancar”. “Estábamos esperando que esto ocurriese y ocurrió”. “Estoy convencido de que va a haber un cambio, pero son momentos duros. Tranquilo no estoy. Está picante”. “Hoy podríamos haber estado mejor, pero a la larga hubiera sido peor”. “Era obvio que iban a pasar estas cosas. Era necesario, pero va a ser bueno para el país”. “Había que hacerlo. Vale la pena, pero nos complica mucho. Va a ser un año duro este”.
Es conveniente aclarar que, así como la economía adquiere una configuración crecientemente dual, también lo hace la sociedad. Aquellos que “no la ven” –hoy, entre el 40% y el 45% de los ciudadanos, según las diferentes mediciones– lo que sí ven es un “no porvenir”. Allí todo es oscuridad, incertidumbre, tristeza, enojo, miedo y angustia. Dicen que “todavía no vimos lo peor”.
Elon Musk y las paltas de a una
El icónico y fructífero encuentro del Presidente con uno de los empresarios más relevantes del mundo no puede de ningún modo soslayarse ni minimizarse. El suceso tiene un fuerte poder simbólico per se. Elon Musk no solo es el segundo hombre más rico del mundo –195.000 millones de dólares de patrimonio, según el ranking Forbes 2024–, sino que su nombre y su figura constituyen un significante muy potente.
Musk encarna la idea de un emprendedor sin límites. Alguien que a los 52 años pretende conquistar el espacio hasta llegar a Marte –SpaceX–, implantar chips cerebrales para curar enfermedades incurables –Neuralink–, revolucionar la industria automotriz –Tesla–, brindar internet satelital de alta velocidad en cualquier rincón del planeta –Starlink– o desarrollar robots amigables al servicio de los seres humanos –Tesla Bot– expresa, con solo mencionar su nombre, ambición, innovación, tecnología. Y, sobre todo, Musk significa futuro. Es el futuro hecho persona. Una especie de Thomas Alva Edison del siglo XXI. Encontrarse con él es una manera muy tangible, visual y comprensible de decir: “Hacia allá vamos”, de dibujar en el aire el render del paraíso.
En simultáneo, en el purgatorio del presente, la cadena de supermercados Dia presentó la semana pasada una llamativa oferta: paltas de a una a $750 la unidad.
El mercado está acelerando el proceso de reacción. Jumbo, Disco y Vea, que ya habían salido del formato promocional 3x2 o 4x3 para pasar a descuentos unitarios, ahora, además, bajaron 15% los precios de sus productos de marca propia y los congelaron por dos meses. Carrefour relanzó sus Precios Corajudos y mantiene los valores de sus propias marcas por tres meses. Quilmes les propuso a los consumidores, desde ayer, un nuevo “pacto” en su envase emblemático de 1 litro: fijó el precio por tres meses. Coca-Cola enfatiza en la vía pública que con sus envases retornables “cuidás el planeta y tu bolsillo”. VW ofrece sus vehículos financiados a tasa cero y con mantenimiento bonificado. Los principales bancos han relanzado sus descuentos para comprar indumentaria en los shopping centers y ahora adicionan cuotas sin interés.
También allí, entre el brillo de silicio del futuro y la opacidad de la restricción presente, hay una fuerte tensión y otra sintomática dualidad. El puente que une lo agrio con lo dulce está hecho de deseo, de ganas y de necesidad.
La humana necesidad de creer
El 15 de enero de 2006, se publicó en LA NACION una entrevista que Luisa Corradini le hizo al filósofo luxemburgués Jean Greisch, experto en catolicismo, a propósito del éxito cinematográfico y literario de sagas que por aquel entonces tenían un llamativo suceso, como Harry Potter, El señor de los anillos o Las crónicas de Narnia. Interrogado sobre las implicancias de esa particular conducta donde los niños, pero también los adolescentes y los adultos, se veían fascinados por mundos tan imaginarios como fantásticos, Greish dio una explicación que desde entonces recordé. “Todo ser humano está programado para maravillarse. Los antropólogos dicen que, aunque el hombre esté altamente especializado, habituado a razonar en términos utilitaristas, no perdió la capacidad de caer bajo el encanto de lo maravilloso. No podemos olvidar, como decía Freud, que los adultos somos eternos niños. Eso es algo que no se puede expulsar definitivamente del alma del ser humano (…) salvo que el hombre terminara transformándose en un robot”.
Luego, yendo más allá de la explicación del súbito atractivo por las historias mágicas, este pensador ahondó sobre una necesidad profundamente humana: “El hombre no puede vivir sin creer. No puede andar sin sus creencias. Es inimaginable una humanidad en la cual el hombre se haya dejado de contar cuentos”. Y, por lo tanto, “es impensable una humanidad donde haya desaparecido todo sentimiento de lo maravilloso. Porque está ligado a nuestra naturaleza más profunda. El hombre es el más excéntrico de todos los seres vivientes: no tenemos nuestro centro en nosotros mismos. Estamos en relación con el mundo, que no es solo un mundo de hechos objetivos, sino rico en potencialidades. Debemos administrar nuestra relación con lo posible y no solo con lo real. Heidegger dijo que lo posible es más real que lo real”.
Finalmente, concluyó: “Lo maravilloso podría llegar hasta lo milagroso. Pero hay un aspecto en el cual se piensa mucho menos: allí donde existe lo maravilloso, también está lo aterrador. Existe esa ambivalencia afectiva en el sentimiento de lo maravilloso: que puede pasar fácilmente a lo aterrador. En otras palabras, cuando lo maravilloso se despierta es, quizá, porque en algún sitio está agazapado el terror. Al fin y al cabo, no estamos seguros de nada”
Tal vez en estos pensamientos se encuentren algunas de las respuestas que estábamos buscando para explicar el extraño momento Dr. Jekyll y Mr. Hyde que transitamos con perplejidad y asombro.