El escepticismo político ha dejado su estigma en los empresarios de EE.UU.
En el balance de la turbulenta campaña electoral de Estados Unidos, los grandes perdedores han sido los empresarios, que se convirtieron en el blanco de las críticas más ácidas desde todos los flancos.
Los dos partidos y sus nominados no estuvieron de acuerdo en casi nada durante más de un año de intensas disputas. No obstante, Donald Trump y Hillary Clinton hicieron causa común al despotricar contra la influencia y las motivaciones de las grandes empresas y cuestionar los méritos del libre comercio.
Los ataques han desatado un sentimiento populista tanto en la derecha como en la izquierda y desnudado un sentimiento de profunda injusticia en gran parte del electorado estadounidense.
De aquí en adelante, ambos partidos afrontan un electorado escéptico respecto de los intereses del empresariado. Hace cuatro años, los líderes corporativos esperaban que la elección pusiera fin al estancamiento que ha paralizado la política en Washington. Ahora, muchos de estos mismos ejecutivos consideran que un gobierno dividido —donde un partido se instala en la Casa Blanca y el otro controla al menos una de las dos cámaras del Congreso— que mantenga el estancamiento sería el escenario más benigno para sus intereses.
Una prueba inicial tendrá lugar en el Congreso justo después de la elección, cuando se espera que el presidente Barack Obama busque la aprobación del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés). Después, es probable que legisladores y grupos políticos externos sometan a un mayor escrutinio a los nominados para formar el gabinete del nuevo presidente ante los llamados cada vez más estridentes para que los designados tengan una cierta independencia de las industrias que están encargados de supervisar.
En un quiebre de la postura tradicional de su partido, fue el candidato republicano el que lanzó los ataques más feroces contra el empresariado. El magnate de bienes raíces criticó en los últimos días de su campaña a las compañías “globalistas”, a las que acusó de promover políticas comerciales que trasladaron fábricas a otros países y disminuyeron los salarios de los estadounidenses.
En un aviso televisivo difundido en la última semana de la campaña, Trump atacó a una “estructura global de poder” que le ha “robado a nuestra clase obrera y privado a nuestro país de su riqueza para colocarla en los bolsillos de un puñado de grandes corporaciones”.
Por el lado demócrata, Clinton prometió aumentar los impuestos que pagan los estadounidenses más acaudalados y las empresas además de nuevas regulaciones sobre las compañías. “Voy a donde está el dinero, y el dinero está con los ricos y las corporaciones porque les ha ido muy bien en los últimos 15 años”, dijo la candidata demócrata durante un discurso pronunciado el domingo en Cleveland. “Y deberían pagar lo que les corresponde para apoyar a nuestro país”.
Clinton prometió en reiteradas ocasiones que bloquearía el TPP, defendido por Obama y los republicanos en el Congreso. Clinton enfrenta presiones desde el ala izquierda de su partido para expandir programas sociales del Estado como la seguridad social (pensiones), buscar un aumento del salario mínimo a US$15 la hora y una regulación más enérgica de Wall Street, para girar hacia la izquierda de Obama y marcar un claro cambio con las políticas centristas que caracterizaron el gobierno de su marido, Bill Clinton.
“La pregunta es si gobernaría como un tercer período de Bill Clinton o como un tercer período de Barack Obama”, señala John Catsimatidis, un empresario multimillonario que se postuló sin éxito a la alcaldía de Nueva York en 2013 por el Partido Republicano. Catsimatidis espera que de ganar, Clinton trate de encontrar terreno en común con los republicanos en el Congreso.
Más allá de los resultados de las elecciones, las empresas esperan mayor claridad sobre las políticas que seguirá el nuevo gobierno.
Después de una campaña ruidosa, “las empresas hicieron básicamente una pausa para ver cómo evoluciona la situación antes de tomar una decisión sobre compromisos de capital de varios años”, dijo Craig Arnold, presidente ejecutivo del conglomerado industrial Eaton Corp. en una reciente conferencia telefónica con inversionistas.
Los analistas señalan que una mejora de la economía después de las elecciones ayudaría a atenuar las críticas contra el empresariado. Aunque el crecimiento de la economía no ha despegado como lo esperaban muchos analistas, el desempeño de EE.UU. ha sido superior al de otros países industrializados tras la crisis financiera de 2008.
El desempleo ha caído por debajo de 5% durante la mayor parte del año. Los bajos precios de la energía han aliviado a los consumidores y aumentado las ventas de automóviles. Mientras el mercado inmobiliario atraviesa su mejor momento desde la burbuja de bienes raíces, el alza de los arriendos y los precios de las viviendas ejerce mayor presión sobre las familias que alquilan.
Se prevé que un crecimiento más dinámico induzca a la Reserva Federal de EE.UU. a subir las tasas de interés en su reunión prevista para el próximo mes. “El hecho de que la economía parece estar cobrando mayor fuerza es importante. Si sigue mejorando, el desasosiego populista se calmará”, dice Greg Valliere, estratega jefe global de Horizon Investments.
La mayoría de las encuestas sugerían que los republicanos conservarían al menos la mayoría en la Cámara de Representantes, lo que podría proteger a las empresas de una ofensiva en pos de iniciativas como alzas de impuestos y del salario mínimo.
“La Cámara de Representantes sigue siendo un organismo muy a favor de las empresas”, indica Valliere, en cuyo caso el sentimiento populista surgido durante el último año será “mucho ruido y pocas nueces”.
Otros ejecutivos dicen que les preocupa el efecto acumulado de nuevas regulaciones en todo, desde el pago de tiempo extra hasta medio ambiente. Tomando en cuenta el poder del Ejecutivo a la hora de designar a los reguladores y proponer normas, “contar con el Congreso es una ayuda, pero no una gran ayuda”, sostuvo Andy Puzder, presidente ejecutivo de CKE Restaurants y asesor de Trump.
La elección también podría provocar una ardua disputa sobre el futuro del Partido Republicano y el papel de las grandes empresas en la colectividad. El ascenso de Trump refleja la visión de muchos electores republicanos de que los líderes del partido priorizan los intereses de los donantes en desmedro de los suyos.
“No hay una gran diferencia entre una pequeña empresa y la clase trabajadora de EE.UU., las cuales no sienten que tienen una voz en cómo funciona este país”, dice Jim Farrell, dueño de una compañía de equipo de construcción en Anniston, Alabama, quien apoyó a Trump.