El dólar, entre soluciones fallidas y frases insólitas
Luego de sucesivas estafas perpetradas por el Estado, aprendimos a resguardar los ahorros en billetes estadounidenses, cuya popularización en el país está ligada a la historia de la inflación
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En plena corrida cambiaria, con el dólar blue sin techo, la caja del Banco Central con reservas líquidas exhaustas y desbordada por la emisión de pesos, el gobierno del fragmentado Frente de Todos debería leer el libro El dólar. Historia de una moneda argentina 1930-2019, para entender que todo lo que vino haciendo en los últimos meses y diciendo en los últimos días no tiene nada de novedoso ni eficaz.
Contra lo que podría suponerse, sus autores, Mariana Luzzi y Ariel Wilkis, no son economistas, sino sociólogos graduados en la UBA que documentan cómo el ahorro en dólares pasó a ser un fenómeno que atraviesa a todas las clases sociales, a raíz de la crónica desvalorización del peso y las recurrentes crisis cambiarias.
“La historia de la ‘popularización’ del dólar corre en paralelo con la historia de la inflación. La presencia de la moneda estadounidense en los cálculos de las personas es tanto o más importante que en las cuevas, los colchones o las billeteras”, sostienen.
Precisamente, el libro fue publicado poco antes de que en las PASO de 2019 el triunfo de la fórmula Alberto Fernández- Cristina Kirchner disparara el salto de 50% del entonces dólar único y libre, que de un día para otro subió de $40 a $60 y bajó las chances de reelección de Mauricio Macri.
Si se repasan sus 334 páginas, podrá comprobarse la increíble actualidad que mantienen muchas frases y argumentos tristemente célebres, que pasaron a la historia cuando todos los caminos conducían al dólar en cada crisis cambiaria. Varias fueron reproducidas casi textualmente en estos días por el Presidente, su vocera y el titular del BCRA, para fustigar a los “especuladores”; señalar que “el mercado paralelo es reducido y por eso no afecta a la economía” y afirmar que “el tipo de cambio oficial no está atrasado y por lo tanto no habrá un salto devaluatorio”, pese a que en los últimos 12 meses fue ajustado 33,3% frente a una inflación de 70%. Ninguno habló de la brecha cambiaria de casi 150% entre el dólar oficial y los dólares financieros teóricamente libres (CCL y MEP), pero con demanda restringida oficial y oficiosamente en los últimos días.
Sólo una frase del pasado no puede ser rescatada ni reeditada porque perdió toda vigencia: “Yo les pregunto a ustedes. ¿Han visto alguna vez un dólar?” (Juan Domingo Perón, 1948, ante obreros ladrilleros). La respuesta del entonces presidente fue: “La historia de los dólares (escasos) es, simplemente, la presión externa para que nosotros no aseguremos nuestra independencia económica”. Un año antes había justificado la venta de reservas en oro a fin de “no hacer empréstitos para obtener divisas” y luego se anunciaron nuevas suspensiones de importaciones.
A 74 años de aquel discurso, datos oficiales del Indec registran la existencia de 260.000 millones de dólares atesorados por argentinos fuera del circuito económico, para ponerlos a salvo después de sucesivas estafas perpetradas desde el Estado (hiperinflaciones, “tablita”, “corralón”, pesificación asimétrica, desdoblamientos cambiarios, cepos, etc.). Y en los países limítrofes nadie quiere ver un peso argentino porque carece de valor. En el ínterin surgieron frases históricas como “el que apuesta al dólar pierde” (Lorenzo Sigaut, 1981); “un peso seguirá valiendo un dólar” (Fernando de la Rúa, 1999) o “el que depositó dólares recibirá dólares” (Eduardo Duhalde, 2002).
Todas ellas fueron una fuente de inspiración para muchos humoristas, como lo demuestran los famosos monólogos de Tato Bores, que hacen sonreír como si hubieran sido escritos en estos meses. Para Luzzi y Wilkis, el humor televisivo, gráfico, radial, teatral y ahora en redes sociales, contribuyó a la popularización del dólar en todos los segmentos socioeconómicos y todas las épocas. Ya en 1939, el teatro Maipo había puesto en cartel la revista “El dólar está cabrero”, ocho años después de que en la Argentina se aplicara el primer control de cambios. En 1949 estrenó otra con el mismo elenco y el título “La risa es la mejor divisa”.
El dólar en la tapa de los diarios siempre es señal de subas o de medidas oficiales que rara vez logran frenarlas. Es el caso del BCRA que, con pagos restringidos de importaciones, precios caros para los salarios en pesos convertidos en una cuasimoneda por la alta inflación, pero baratísimos en dólares libres, intenta ahora reponer reservas con parte de los dólares que traen al país los turistas extranjeros.
Para acceder al tipo de cambio diferencial equivalente a $320 con un tope de U$S5000 mensuales (al que no pueden acceder los ciudadanos argentinos, sometidos al cepo), no los obliga a abrir previamente una caja de ahorro transitoria como ocurrió con el fracasado intento de fines de 2021. Pero, como de costumbre, impone requisitos (declaración jurada, verificación de antecedentes por lavado de dinero) que hacen dudar de su eficacia. Sobre todo, por la facilidad con que los turistas pueden fraccionar sus dólares y cambiarlos por pesos en hoteles, comercios, cuevas o “arbolitos” a la cotización del blue, que en ese caso no van a las reservas del BCRA.
Por lo pronto, si un turista decidiera cambiar de una sola vez los US$5000 porque va a un destino alejado que no cuenta con bancos, recibirá $1.600.000. En el mejor de los casos, sería una cantidad de 1600 billetes de $1000 si tiene la suerte de que le entreguen 16 fajos con los de mayor denominación. Aun así, se trata de un volumen engorroso y peligroso para transportar hoy en la Argentina. Los viajeros provenientes de Estados Unidos y Europa están habituados a manejarse con tarjeta y no con esa cantidad de efectivo. Tampoco los de la mayoría de países latinoamericanos. Un efecto colateral de la absurda decisión política de incorporar imágenes de próceres a los futuros billetes (que aún brillan por su ausencia), pero no emitir denominaciones superiores a $1000, que hoy equivalen a 3 dólares; una propina.
Un esquema similar se aplicó en Venezuela en las épocas de Hugo Chávez, pero enseguida surgió la trampa: cuando un extranjero iba a pagar la cuenta de hotel, aparecía un venezolano que se ofrecía a cancelarla en bolívares con su tarjeta de crédito y se hacía de los dólares.
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