El dólar es un límite para el Gobierno
Una de las principales características que define este mandato de la presidenta Cristina Kirchner es la resistencia a aceptar la existencia de límites. El Gobierno está convencido de tener la suma del poder público y, a través de él, la capacidad de generar sólo relaciones de sumisión. Si algo (o alguien) se atreve a desafiar esta situación, no habrá reparo en utilizar cualquier instrumento.
Frente a una oposición diluida, el temor oficial recae sólo en tres eventos: una corrida cambiaria, la huida de depósitos y la gente en las calles. De estos desafíos, lo que hoy desvela al Gobierno es el manejo de la política cambiaria y el camino elegido para obtener las divisas es la coerción. Ello sólo impulsa una sucesión de restricciones que profundizan la principal urgencia de nuestra economía: el persistente atraso cambiario. La Presidenta empieza a encontrar un límite infranqueable en el valor del dólar.
Las nuevas restricciones, tanto a la compra de dólares como al comercio internacional, son una muestra de que se ha iniciado un camino de no retorno.
Un ejemplo de ello es la reciente decisión de suspender el acuerdo de complementariedad económica con México, soslayando los efectos negativos que esto tendrá para la producción automotriz. Es sugestivo el trato diferencial que se le da al país azteca en comparación con el que se dispensa a Brasil, constituyéndose en un signo más del grado de marginación que la Argentina ha logrado en los mercados internacionales. Esta política es otro reflejo del cortoplacismo que opera en las decisiones gubernamentales y de los costos crecientes que se imponen en la matriz productiva.
De superávit a déficit
Mi experiencia personal al frente de esta negociación evidencia que dicho acuerdo permitió alcanzar tanto exportaciones récord (535 millones de dólares en 2006) como un balance comercial ampliamente superavitario (438 millones de dólares en 2004) que, sin embargo, terminó por esfumarse en 2010.
No fue casual que ese haya sido el año de inflexión, no sólo por la crisis internacional, que deprimió la demanda mexicana, sino porque a partir de entonces nuestro país emprendió una política económica fragmentada profundizando el incipiente atraso cambiario.
Lo ocurrido con el sector automotor y México no es un caso aislado, sino el fiel reflejo de lo observado en otros sectores ante la profundización del déficit comercial industrial (28.000 millones de dólares en 2011) que es hoy similar al vigente en la convertibilidad. En efecto, los crecientes costos en dólares han erosionado la competitividad de la producción local, afectando la dinámica productiva de las actividades económicas; mientras el mayor poder adquisitivo en dólares ha impulsado el auge en las importaciones.
No se ha dado suficiente importancia al hecho de que esta estrategia condiciona en definitiva el desarrollo exportador, único grifo genuino de obtención de divisas. En primer lugar, una menor producción por carencia de insumos indefectiblemente deriva en una baja en los saldos exportables, intensificada ya por los vapuleados incentivos a invertir. Además, el menor fondeo en dólares -tras la caída de los depósitos en moneda dura- impacta en las líneas de prefinanciación, primero encareciéndolas y después afectando su disponibilidad. En paralelo, la normativa de anticipación de liquidación de exportaciones significa un desentendimiento total de la forma en que se reproducen los ciclos de financiación y comercialización de productos, redundando en costos de reputación para nuestros exportadores.
A enfrentar la divergencia
Más tarde o más temprano el Gobierno deberá enfrentar la divergencia entre el tipo de cambio y la evolución de los precios. Para ello se requiere de una acción coordinada que posibilite una corrección en las variables nominales, a través de la convergencia de la política monetaria, fiscal, de ingresos y cambiaria. Existe un sendero superador basado en encarar un programa económico integral que convoque a los dólares de la inversión y una estrategia multipolar en materia de comercio internacional.
En definitiva, mientras se intente maximizar la obtención rápida de divisas a costa de un menor crecimiento, se profundizará la miopía de la política económica, subestimando los efectos colaterales de abordar en forma parcializada los desequilibrios.
La falta de un enfoque sistémico para liderar el desarrollo de nuestro país termina generando llamativas paradojas, como el hecho de que al intentar preservar un saldo comercial abultado se termine afectando a su principal pilar: las exportaciones. Construir las bases de un desarrollo sostenido lleva mucho tiempo pero, tal como lo muestra la experiencia reciente, destruirlo, sólo cuestión de días.
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