El dinero, como el crédito, es fungible
Había una vez un país cuyo gobierno estaba obsesionado, no solamente por direccionar el crédito bancario, sino también por asegurar el cumplimiento de lo dispuesto. El Banco Central dictó normas precisas referidas a quiénes podían recibir préstamos y quiénes no. Un mediodía, una persona se presentó en un banco comercial y pidió un préstamo para almorzar. Como tal destino figuraba en la planilla confeccionada por el Banco Central, se lo otorgaron.
Pero para estar seguro de que el crédito no sería desviado a otros usos, antes de entregarlos el cajero anotó los números de los billetes. La persona se dirigió al restaurante más cercano, acompañada por un funcionario del banco.
Cuando se dispuso a pagar, dicho funcionario constató que efectivamente la cuenta se abonó con los billetes que acababa de retirar del banco, por lo cual labró un acta constatando que efectivamente el crédito se había utilizado para el fin previsto.
¿Qué habría hecho la persona en cuestión si no hubiese obtenido el crédito? Esta es la pregunta relevante. Ciertamente que igual habría comido, pero no habría realizado algún otro gasto, por ejemplo, no habría comprado un libro. Pero entonces el crédito se usó para comprar el libro.
El dinero es fungible, así que no me vengan con que el Estado tiene que cobrarme otro impuesto o aumentar la alícuota de alguno que ya estoy pagando para que los jubilados de más de 90 años no se mueran de hambre, o para que en los hospitales haya barbijos quirúrgicos. Porque todos los recursos van a parar a la misma olla.
Cuando me quieren conmover explicándome que el mayor esfuerzo impositivo que me piden tiene un fin noble, tengo derecho a preguntar: ¿quiere decir que todo lo que ya estoy pagando no lo tiene? En otros términos, ¿seguro que no pueden revisar ningún gasto público y que todo el ajuste fiscal tiene que seguir recayendo sobre los contribuyentes impositivos?
Que el dinero es fungible no es de ahora. El empréstito que Bernardino Rivadavia consiguió en 1824 tenía como objetivo financiar la construcción del puerto de Buenos Aires, lo cual hubiera posibilitado aumentar las exportaciones. Endeudarse para invertir de manera productiva, de libro de texto. Pero cuando los fondos llegaron a nuestro país, Argentina estaba en guerra con Brasil, así que se usaron para otra cosa.
Los compartimientos estancos no existen en la realidad, sólo en la imaginación de algunos funcionarios.