El día en que murió la música gratis
Los usuarios adultos lo lamentan tanto como los jóvenes
NUEVA YORK (The New York Times News Services).- Siendo una persona que no domina la computación y teniendo más de 23 años, llegué tarde a la fiesta de Napster, mucho después que la mayoría de los 58 millones de personas que han usado el sitio de música gratis desde que se inició en una pensión universitaria, en 1999. Luego de la decisión de una Corte federal la semana última de que Napster fomenta la violación a los derechos de autor, tuve una sensación desesperada, tipo los últimos días de la música disco. Al igual que muchos otros, corrí al sitio y quise sacarle toda la diversión que pudiera antes de que Napster se convirtiera en un respetable servicio por suscripción.
La cuestión no es el dinero. Soy un adulto con buen empleo. Puedo pagar una cuota mensual de 10 o 20 dólares, si eso es lo que le cobrarán a los suscriptores. Pero eso no facilita la cosa. Porque puedo atestiguar que la gente que se aferra a Napster no son sólo estudiantes universitarios muertos de hambre; muchos somos tipos cuarentones respetables, que pagamos nuestros créditos hipotecarios. Somos adolescentes envejecidos para los que Napster no tiene nada que ver con la libertad, sino con la regresión. La libertad de encender una radio virtual que siempre toca tu canción favorita, aunque esa canción sea "Making love out of nothing at all", de Air Supply.
Descubrí el poder de Napster hace dos meses cuando fue la estrella de una cena con amigos. La diversión empezó cuando me levanté de la mesa y encendí la computadora para mostrar el software de Napster que acababa de instalar. "Es como tener un rocola privada", dijo una invitada, Bernadette Carr, de 33 años, diseñadora gráfica, al descargar "You dropped a bomb on me", de la Gap Band.
En pocos instantes había seis adultos de buenos modales rodeando mi escritorio, gritando sus pedidos de canciones, como si estuviéramos en un bar con banda que tocara a pedido. Temí que mi conexión telefónica fallara. Pero una melodía tras otra pasó a mi disco duro. Sean Flynn, de 36 años, periodista de policiales, solemnemente pidió "Tracy", de los Cufflinks y a continuación se dedicó a rebotar por el living como si fuera locutor de una fiesta de fraternidad universitaria, circa 1969.
Además de inspirar recuerdos musicales de la juventud perdida, Napster tenía el poder de generar en los adultos una compulsión adolescente. No tardé mucho en volverme adicto a la moda retro. No pasaba un día sin un poco de Napster.
Ganó el cerebro primitivo
Dado que me gano la vida escribiendo -es decir, cortesía de la propiedad intelectual-, por cierto que no me tomo a la ligera la violación de ese derecho. Por eso Napster resultó tan controvertida y fue el motivo de la demanda presentada por la industria musical que llevó a la decisión de la Corte en San Francisco esta semana. Pero por algún motivo mi cerebro superior, responsable de razonar, y mi cerebro primitivo, que ama la música para bailar, dejaron de estar en sincronía. Cosa que le pasó a mucha gente.
Siempre consideré que "Napsterear" no es muy distinto de escuchar la radio. Se enciende un equipo electrónico y sale la música. Uno es dueño del aparato, no de las canciones. Y grabar algo de la radio es legal. Las estaciones de radio pagan royalties, por supuesto, pero resultaba fácil perder de vista esa distinción, dado que Napster convertía a millones de usuarios de computadora que abrían sus rígidos a todo el mundo y se convertían en broadcasters en miniatura. Toda las personas que conozco que usaron Napster dijeron que les llevó a comprar más música, no menos, al estimular su gusto musical, igual que la radio.
Se presenta a los usuarios de Napster como estereotipo de jóvenes rebeldes sin causa, pero lo usaba mucha gente mayor, madura, incluso en sus lugares de trabajo. Si bien muchas empresas tienen barreras que impiden el acceso a sus redes, algunas llegaron a levantar las barreras parcialmente para permitir el uso de Napster.
De últimas, la diferencia sutil entre un servicio gratis y una suscripción no es financiera; es psicológica. Mis invitados a la cena concordaron. Tener que pagar "va en contra de esa sensación de ser un chico en un quiosco de caramelos -dijo Carr-. La suscripción me parece mal, porque no voy a tener la sensación de ser dueña de las canciones".
Flynn, que descargó el software de Napster al día siguiente de visitar mi casa, dijo: "Siempre llego tarde a las cosas buenas de la vida. Napster me hizo pensar que siempre hay alguien al que le gustan las mismas cosas que a mí".
Ahora me encuentro descargando todas las canciones que pueda antes del fin. Bajé 13 mientras escribía este artículo. Estoy agradecido a Napster. Pagar por la música lo vuelve a uno más selectivo y restringe la apertura a nuevos sonidos y reduce la impulsividad. Si tengo que pagar, quizá siga usando Napster, pero dudo de que vuelva a despertarme a las 3 de la madrugada para bajar "Build me up Buttercup", de The Foundations. Qué pena.