Iba a ser la experiencia cultural de la década, pero terminó en un fiasco. ¿Quién podría resistirse a pagar miles de dólares por un fin de semana en una paradisíaca isla de las Bahamas, con las mejores bandas musicales y el mayor lujo imaginable? Nadie. Eso fue, al menos, lo que pensó el joven emprendedor William "Billy" McFarland cuando ideó un festival nunca antes visto. Pero olvidó un "detalle": cumplir con todo lo que había prometido.
McFarland, nacido el 11 de diciembre de 1991, en Nueva Jersey, Estados Unidos, tenía la idea fija de explotar el atractivo nicho de los millennials de alto nivel adquisitivo. Por eso, había probado con diversos productos dirigidos a ese público y siempre apuntalados desde una plataforma digital.
Hijo de promotores inmobiliarios, a los 13 años, fundó su propio negocio: un servicio online que ponía en contacto a diseñadores web con potenciales clientes. Intentó estudiar ingeniería informática en la Universidad de Pennsylvania, pero abandonó antes del año, para fundar la efímera plataforma de publicidad online Spling, donde se desempeñó como CEO.
En agosto de 2013, creó la compañía de pagos Magnises con US$1,5 millones aportados por inversionistas. Su objetivo era crear una black card (tarjeta negra, en inglés) exclusiva con beneficios especiales, dirigida a millennials de alto nivel económico.
No tardó mucho en caer en el descrédito con la tarjeta de crédito, pero no se amilanó. En 2015 lanzó Magnises Air, una variación de la black card, mediante la que sus usuarios podían adquirir pasajes para vuelos desde Nueva York a varios destinos en aviones que promocionaba como los "Ferrari del cielo".
No conforme con eso, Billy lanzó Fyre Media, una compañía que, según el informe que él mismo exhibió a los potenciales inversores, había alcanzado en poco tiempo una valuación de US$90 millones. A esta altura, ya se había asociado con el conocido rapero Ja Rule, con el que empezaría a "dibujar" la gran fiesta de la década.
En el principio, Fyre consistió en un proyecto de app destinada a contratar artistas para eventos, una especie de "Uber de la contratación", pero luego se convirtió en la plataforma desde la que se impulsaría la fiesta más espectacular que alguien se hubiera podido imaginar: el Festival Fyre.
Fyre iba a ser, como se dijo, la experiencia cultural de la década: en concreto, sería un festival de dos fines de semana en una isla privada de las Bahamas, con potentes grupos musicales, glamping (camping de lujo), catering del estelar Stephen Starr (dueños de prestigiosos restaurantes y ganador de varios premios), paseos en yate y toda la parafernalia que se espera tener si se pagan US$500, US$1500 y hasta US$12.000 por entrada.
Tal como se muestra en el documental Fyre: la fiesta más exclusiva que jamás sucedió, que se puede ver en Netflix, en los videos promocionales aparecían modelos famosas, mirando insinuantes a cámara y chapoteando en aguas de un azul electrizante. El lugar elegido para montar Fyre fue Cayo Norman, que se comentaba que había sido propiedad de Pablo Escobar Gavíria, pero que en realidad había sido, en parte, de otro narcotraficante (Carlos Enrique Lehder Rivas).
Lo primero que le pidieron las autoridades de la isla a Billy y compañía fue que no hicieran mención a Pablo Escobar Gaviria ni a ningún otro narcotraficante vinculado al lugar. Y lo primero que hicieron el joven emprendedor y su socio fue promocionar el sitio como "la isla de Pablo Escobar". Así que fueron expulsados de ahí y debieron mudarse a otra isla menos glamurosa: Gran Exuma.
McFarland veía en este festival la oportunidad de esquilmar a una élite de chicos ricos que pagaría los carísimos abonos sin chistar. Es más, Billy comunicó a los interesados en asistir a esta fiesta que no se usaría efectivo ni tarjeta en la isla, por lo cual deberían "cargar" con dinero unas pulseras en forma previa al evento: de este modo, Fyre recaudó US$2 millones, mediante el aporte de 5000 jóvenes ávidos de asistir a lo que se suponía sería el epítome del hedonismo capitalista. Todo estaba listo para la gran fiesta.
Aquel chico emprendedor de Nueva Jersey, que no había terminado la universidad, era ahora millonario, estaba a punto de concretar la gran experiencia cultural de la década y era catalogado por algunos como el "nuevo Mark Zuckerberg". Estaba en su mejor momento. Tocando el Cielo con las manos. Pero… siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
Temprano, en la mañana del 27 de abril, cayeron fuertes lluvias sobre Gran Exuma, empapando las carpas abiertas y los colchones amontonados al aire libre. Los primeros vuelos desde Miami llegaron a las 6.20 de la mañana y, como la infraestructura estaba a medio armar, los recién llegados fueron llevados a una "fiesta improvisada en la playa", donde se los hizo esperar unas seis horas y se los tapó en alcohol.
Los que llegaron más tarde fueron llevados directamente a los terrenos en autobús escolar, donde el verdadero estado del sitio del festival se hizo evidente: los alojamientos, que supuestamente iban a ser habitaciones de lujo, eran poco más que carpas de socorro dispersas en pisos de tierra; las confortables camas no eran más que colchones empapados por la lluvia, y la comida gourmet había sido reemplazada por sándwiches de queso en bandejas plásticas.
Eso no fue lo peor: no había suficientes carpas y colchones para todos, por lo que terminaron robándose unos a otros. Para colmo, no había forma de ir a los resorts cercanos de la isla, porque era temporada alta, había una regata anual y estaba todo reservado. La gente que había pagado una fortuna para estar ahí, se encontraba ahora varada en medio de la noche, sin electricidad, sin internet, sin asistencia médica y sin efectivo para pagar el transporte. A muchos les extraviaron las valijas.
A la mañana siguiente se anunció que el festival se posponía y que los asistentes regresarían a Miami lo antes posible: pero no fue "lo antes posible", porque los vuelos hacia y desde Miami fueron cancelados debido a que el gobierno de Bahamas prohibió que cualquier avión aterrizara en el aeropuerto local. Los pasajeros fueron encerrados en la terminal del aeropuerto de Exuma sin acceso a alimentos, agua o aire acondicionado. La fiesta VIP se había convertido en una verdadera pesadilla, que se terminó cuando a la tarde varios vuelos charters los sacaron de allí.
Como explicó en este diario Marcelo Stiletano, en la nota Netflix: crónica de un festival de lujo que terminó en caos, estafa y cárcel", Fyre se había gestado "en la ambición y el descaro sin límites de McFarland, un joven empresario de la nueva economía que, como muchos otros en su terreno se acostumbró muy rápido a manejar millones de dólares generados por la economía del espectáculo, las redes sociales, los influencers y los sueños aspiracionales de miles de personas resueltas a procurarse la gran vida en el menor tiempo posible".
En efecto, todo ese proyecto mesiánico había sido producto de una gran estafa por parte de Billy, que fue demandado por US$100 millones en una demanda conjunta de todos los asistentes al festival Fyre. Además de esa demanda colectiva, se presentaron seis demandas federales y cuatro demandas individuales en relación con su esquema fraudulento.
McFarland fue arrestado y acusado de fraude electrónico en la corte federal de Manhattan por su papel en la organización del festival. Fue condenado a devolver US$26 millones y sentenciado a seis años en una prisión federal. Actualmente cumple su condena en FCI Elkton, en Lisbon, Ohio. Así se terminaron las trapisondas del hombre que hoy es llamado "El Madoff de los millennials".
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