El desafío de vencer la cultura inflacionaria que tanto afecta a la Argentina
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La economía argentina se encamina a una inflación del orden de los tres dígitos en 2022. Del proceso de estanflación iniciado en 2012, que ya acumula 10 años consecutivos, se llega a esta alta inflación, cuando el índice era de un dígito hace quince años. Como desde hace décadas, la Argentina se enfrenta a una inflación persistente, a una restricción externa con déficit de divisas y con un déficit fiscal sostenido, y a una dinámica de la deuda pública relacionada con default, reperfilamientos y expectativas negativas.
Probablemente, los errores del pasado no han servido como aprendizaje y se repiten una y otra vez. El fin de la convertibilidad implicó una herencia de inflación muy baja hasta 2004, dado que la alta capacidad ociosa, el elevado desempleo y el bajo nivel de gasto público, no acumulaban presiones inflacionarias, con un tipo de cambio “alto”.
En la década de los años 2000, la inflación superó los dos dígitos solo en dos años, 2005 y 2010, pero con tasas de “apenas” 12,3% y 10,5% anual. En 2011 ya era de 22,8%. El proceso alcista no se detuvo. En 2014, la devaluación del peso decidida por el gobierno generó un inquietante guarismo de 38% anual. En 2019 fue de 53%, dejando una inercia hacia la “alta inflación”, aun a pesar del fuerte ajuste de gasto primario realizado en 2018 y 2019.
La dinámica de los precios pospandemia se aceleró notablemente, a la par de una brecha cambiaria que pasó de 29% en diciembre de 2019 a los actuales valores, que se ubican por arriba del 100%, reflejo de la alta incertidumbre acerca de la marcha de la economía, y, en definitiva, acerca de un país sin un rumbo claro, en ese proceso de decadencia que implica una estanflación larga, que acumula diez años.
Este proceso inflacionario, sin solución a la vista, plantea interrogantes actuales y del pasado. ¿Es tan negativa la inflación para temerle tanto? ¿Quién es el responsable? ¿Beneficia a alguien? ¿Perjudica a todos? ¿Por qué en la Argentina la inflación es un fenómeno recurrente de la política económica, si en principio todos creen que no es algo bueno?
Ante todo, tanto el origen como la solución de la inflación son responsabilidad exclusiva de los gobiernos y de la política económica. No obstante, pareciera que quienes hacen política en la Argentina –salvo el experimento exitoso de la Convertibilidad– no la consideran un problema.
La inflación genera algunos “ganadores”. Primero, los tres niveles de gobierno, Nación, provincias y municipios. ¿Por qué? Porque para el gobierno nacional puede financiar más gasto público, generar más empleo público, potenciar el ciclo económico y soñar con eternizar el ciclo político. Además, la inflación licúa la transparencia de los números de los presupuestos públicos, permitiendo más discrecionalidad en la asignación del gasto en los tres niveles estatales.
Luego, algunos actores de la puja distributiva adquieren gran protagonismo, como los sindicatos y los representantes de los planes sociales, pues sus ingresos se indexan según la inflación pasada. Y el poder adquisitivo se mantiene o, por lo menos, no cae mucho.
La producción de bienes y servicios se enfrenta a mayores costos salariales y de insumo. Pero, si se fijan precios en un contexto proteccionista para muchos sectores productivos, el mark-up asegura cuasi rentas atractivas, donde algunos precios internos se fijan por encima de los internacionales.
El crédito bancario para consumo de corto plazo se mantiene y con tasas elevadas. Pero el crédito para inversión a largo plazo es muy escaso, y el hipotecario casi desaparece, ante la “competencia” de los títulos públicos para financiar un déficit fiscal alto y permanente.
¿Y los perdedores? Con alta inflación, brecha cambiaria muy elevada y salarios que corren por detrás de los precios, es casi evidente. Los trabajadores informales, las personas más pobres, los consumidores, los empresarios competitivos –sobre todo, los exportadores–, todas las economías regionales (por ende, la producción y el empleo privado en la provincias) son los grandes perdedores del proceso, que deriva en estancamiento, menor inversión y menos empleo formal. O sea, pierde la economía en su conjunto.
Así, algunos actores se desenvuelven relativamente bien en el mundo inflacionario, que genera ganadores y perdedores. De todos modos, son más los perdedores en una economía que registra un largo proceso de estanflación –con una alta inflación de peligrosas raíces culturales, que solo la Convertibilidad logró vencer– del que siempre cuesta salir, y del que solo se saldrá con un adecuado plan antiinflacionario y de crecimiento, probablemente de shock.
El autor es economista. Director de la Maestría en Economía Aplicada en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica Argentina
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