El desafiante pasaje de la secundaria a la Universidad
Según establece la Real Academia Española, la palabra articulación significa la unión entre dos piezas rígidas que permite el movimiento relativo entre ellas. Aunque aún circula un imaginario compartido por alumnos y profesionales de la educación, que ubica a la escuela secundaria y la Universidad como espacios estancos, sin puntos de contacto, el pasaje de una hacia la otra debería ser percibido en los términos que propone la definición de la RAE.
Sucede que esta zona, en realidad, se constituye en un eje central a la hora de hablar de -y trabajar en- educación. La verdad es que mucho se ha escrito y debatido sobre este tema, implicando abordajes y teorías diversas, la mayoría sumamente enriquecedoras. La propuesta, sin embargo, pretende abordarlo desde la dimensión experimental a partir de la participación en el programa Apoyo al último año del nivel secundario para la articulación con el nivel superior, del Ministerio de Educación, que se realizó entre 2005 y 2012.
Aquella propuesta implicó una posibilidad concreta de derribar fronteras con objeto de preparar y facilitar el ingreso a la Universidad de los alumnos -en su gran mayoría provenientes de sectores populares- que cursaban su último año en instituciones de educación pública. En este sentido conviene resaltar que el proyecto contó con el respaldo de 19 universidades nacionales con presencia en el área metropolitana, en el interior de la provincia de Buenos Aires, nordeste y noroeste del país. Sólo durante sus dos primeros años de implementación, el programa había alcanzado a casi 80 mil estudiantes.
Allí se les planteaba a los alumnos la posibilidad de asistir a nueve encuentros semanales (los sábados por la mañana), estructurados en torno de tres ejes: lectura de análisis y producción de textos literarios; lectura y producción de textos informativos y argumentativos, y comprensión de información matemática. Docentes universitarios y de escuelas medias planificaban conjuntamente las clases y gestionaban las aulas según sus saberes y campos de conocimientos.
Este contexto habilitó un conjunto de experiencias enriquecedoras para los adultos y, sobre todo, para los estudiantes, muchos de los cuales por primera vez caminaban los pasillos de las sedes universitarias y ocupaban los espacios de socialización, participando en clases cuyas modalidades replicaban las clases teóricas y prácticas de la Facultad, con dinámicas muy diferentes a las que suelen constituir el paisaje de la secundaria.
Los encuentros de los alumnos de quinto año con docentes ajenos a la vida diaria de sus instituciones, así como con compañeros que provenían de establecimientos educativos y pertenecían a distintas franjas etarias, habilitaban relaciones novedosas, estableciendo puentes entre realidades heterogéneas, proceso que por sí mismo implica un crecimiento personal.
La modalidad de enseñanza en modo universitario, cristalizado en los enfoques propuestos por los docentes y en los manuales de estudio que se entregaban gratuitamente, permitía a los alumnos ensanchar sus horizontes de expectativas en cuanto al acceso al conocimiento ya que escapaban de las estructuras habituales y abrían paso a nuevas formas de implicarse con los fenómenos sociales, los razonamientos lógicos y las producciones textuales.
Vincular la escuela secundaria con la Universidad es una tarea necesaria. Al lograrlo, seguramente tendremos menos estudiantes que vivan esta etapa desde la frustración, un sentimiento que suele traducirse en una deserción temprana en los estudios superiores, sobre todo en aquellos sujetos pertenecientes a los sectores sociales más postergados.
La experiencia era visualizada por sus propios protagonistas y destinatarios -los alumnos- como un espacio que les facilitaba el acceso a una carrera, que los ponía en camino hacia la obtención de un título universitario, un hito en sus biografías no sólo porque se trataba de una herramienta para mejorar sus perspectivas en un mercado laboral cada vez más exigente, sino porque también les permitía vislumbrar la concreción de sueños anhelados por varias generaciones familiares.
Los autores fueron coordinador del programa por la UBA y docente, respectivamente
Fabián Beremblum y Martín Leguizamón