El déficit fiscal, detrás del descarrilamiento de Brasil
Desde que Lula asumió su tercer mandato, en 2023, el desequilibrio de las cuentas públicas se instaló entre 8 y 9% del PBI; cómo puede incidir la crisis en la economía local
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A primera vista, Brasil puede ser desconcertante. La tasa de desempleo en el 6,1% es un piso histórico, y el PBI en 2024 creció más del 3,5%. Pero, en los últimos 30 días el Banco Central tuvo que quemar reservas por US$32.500 millones para evitar que la relación dólar/real superara la barrera de 6,20; el valor bursátil de las empresas no encuentra piso y la suba de tasas de interés en moneda local no encuentra techo.
El hilo conductor de tamaña disonancia es la escalada de la deuda pública, que entre 2022 y 2025 estará engordando en 10 puntos del PBI, en la medición neta, llegando este año a 66,1% del PBI. Lula asumió su tercer mandato a principios de 2023, y desde entonces el déficit fiscal se instaló en el andarivel de entre el 8% y el 9% del PBI. De manual, una política expansiva de origen fiscal financiada con endeudamiento creciente del Estado. Lo notable es que desde 2016 Brasil venía creciendo sobre bases relativamente sólidas. Insatisfecho con esa performance y, subestimando las alertas del mercado, Lula quiso acelerar el tren y, en lugar de llegar más rápido, terminó descarrilando.
Se trata de una crisis que no tiene resolución clara. En la medida en que el gobierno siga sin atacar el exceso de gasto público, en un escenario en el que el Banco Central mantenga su independencia, tendría que seguir subiendo la tasa de interés, tratando de frenar expectativas de inflación desancladas. La falta de coordinación entre la política fiscal y la monetaria ha llevado la economía a un rincón, sin salida política a la vista, con elecciones presidenciales fechadas para octubre de 2026.
Cuando el efecto dominó de la crisis pasó abiertamente al plano cambiario, el Banco Central de Brasil comenzó a intervenir en la punta vendedora, ofreciendo divisas en el mercado spot y operaciones de recompra. El balance de los últimos 30 días muestra que mantener la paridad dólar/real levemente por debajo de los 6,2 requirió ventas de la autoridad monetaria por unos US$32.500 millones, casi un 13% de las reservas netas.
El gobierno acusó el impacto, y volvieron promesas de reducir el déficit fiscal. Sin embargo, las luces de alarma siguen encendidas, y será muy difícil revertir las expectativas con dosis homeopáticas de medicina. Los inversores han puesto el foco en los mecanismos indexatorios del gasto público y en la escalada de deuda. Con dominancia fiscal, subir las tasas de interés agrava el problema de expectativas de inflación y devaluación, en lugar de resolverlo. La brutal pérdida del valor de las empresas en el Bovespa es muy ilustrativa al respecto.
A todo esto, pese al crecimiento del PBI del 3,5% de 2024, en los últimos meses aparecieron indicios de freno al nivel de actividad, caso del crédito al sector privado y de las importaciones. Este es el preludio de tres escenarios a considerar:
• Si el gobierno lograra una salida intermedia a la crisis, de todos modos, no podría evitar una suerte de “estanflación” en el bienio 2025-2026, con un horizonte que podría despejarse en función de las presidenciales de octubre del próximo año. En este primer trimestre subsiste cierta inercia positiva del nivel de actividad, pero la desaceleración podría ser brusca en el segundo trimestre, por el efecto contractivo de la política monetaria, y una pausa en las contrataciones laborales y en la inversión. Esto significa un mix de recesión con inflación elevada, quizá del 6% anual.
• El riesgo que aparece en el radar es la eventual reacción de Lula frente a la estanflación. Si tratara de empujar un rebote del PBI (buscando su reelección), por la falta de instrumentos genuinos se podría instalar un círculo vicioso de subas adicionales de tasas de interés, del dólar y de la propia inflación, una combinación que, en realidad, hundiría todavía más el nivel de actividad.
• Aunque no haya señales al respecto, si la crisis se profundizara no debería desecharse un tercer escenario, en el que el gobierno encare de raíz el problema del gasto público y de la deuda. Habría un giro de 180 grados en las expectativas.
La dinámica del mercado automotriz comenzó a anticipar algunas de las dificultades con las que se habrá de enfrentar la industria argentina. Cabe esperar que en 2025 una de las variables de ajuste sean las importaciones de Brasil, que en 2024 se incrementaron 9,2% (de todo origen), al tiempo que, aprovechando el real ultra devaluado, habrá un agresivo redireccionamiento hacia la exportación de la producción industrial que no tenga salida en el mercado interno.
Pese a que en 2024 en el vecino país hubo récord de patentamiento de vehículos, con un incremento de 15% respecto de 2023, las exportaciones de la Argentina en este rubro subieron apenas 1% (acumulado de 11 meses), mientras los autos “made in China” lo hicieron un 229%.
A su vez, las exportaciones de vehículos de Brasil a la Argentina se incrementaron en 2024 un 39% interanual, una dinámica que en 2025 solo podría ralentizarse por las reglas del acuerdo bilateral.
En términos generales, para el entramado industrial del país los temas recurrentes de la agenda 2025 en la relación con el principal socio del Mercosur estarán marcados por la asimetría cambiaria y de evolución del PBI, junto con la profundización del efecto disruptivo de China sobre la región.
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