El crónico malestar de la sociedad argentina
Aunque algunos datos parecen mostrar que la situación económica mejoró, se manifiesta entre los argentinos una sensación de hastío, que hace prever que nada será mucho mejor durante 2022
- 6 minutos de lectura'
Asistimos a un hecho extraño. El verano registró una de las mejores temporadas turísticas de las últimas décadas. La economía creció 10%. El dólar libre se mantuvo estable –el 23 de octubre de 2020 había llegado a cotizar a $195 y hoy cuesta alrededor de $200–. La tasa de desempleo se redujo hasta el 8,2%, luego de haber tocado el 13%. Las ventas en shopping centers crecieron 70% en el año y las de restaurantes y hoteles, 21%, ambos entre los sectores más golpeados por la pandemia y la cuarentena.
Tal como se preveía, en cuanto pudo, la gente salió desesperada del largo encierro dispuesta a vivir la vida. Sin embargo, se manifiesta entre los argentinos, y de manera explícita, un profuso, denso y creciente malestar. Es un contrasentido. ¿Lo es?
En nuestro último relevamiento cualitativo del humor social realizado con focus groups al promediar el verano, cuando históricamente el estado de ánimo tiende a mejorar, nos encontramos con una sociedad opaca. Al hacer el balance de los dos años que venían de vivir, la conclusión fue abrumadora: resultaron insoportables. Ese unitiempo dentro del hábitat viral, como lo definió Sil Almada, de Almatrends Lab, donde se desarticuló la cronología, solo dejó un hastío que corre el riesgo de volverse crónico.
Se expresa con un profundo desgano, una falta de entusiasmo y una incapacidad para proyectar el futuro que asombran. A lo que se suma una calle que se percibe violenta y que raspa hasta el límite de lo filoso. Hay que andar con la guardia en alto y nervios de acero. Una actitud diferente sería riesgosa.
En este entorno que se juzga opresivo, de cara al futuro próximo todo es incertidumbre. Lo único previsible es que nada será mejor durante 2022. ¿Cómo se explica semejante desazón cuando las evidencias demuestran que efectivamente la situación ha mejorado?
Una de las explicaciones más obvias emerge cuando revisamos algunas otras cifras. Tres datos que nos pueden ayudar a explicar lo aparentemente inexplicable.
El primero es que si bien el consumo masivo se recuperó en el segundo semestre del año pasado, cuando analizamos el período anual completo las ventas en supermercados y autoservicios cayeron 2%, de acuerdo con la información de Scentia. Y los productos más básicos –azúcar, aceite, arroz, harinas, fideos, latas de tomates–, que tienen un peso relativo mayor en los sectores sociales de menor poder adquisitivo, cayeron 8%.
El segundo se vincula con uno de los productos más emblemáticos para nuestros hábitos y costumbres: la carne vacuna. Su consumo no para de caer. Está en 47 kilos per cápita, el nivel más bajo de la historia. Un 5% menos que en 2020, un 17% menos que en 2017 y un 31% más bajo que en 2007. No hay una irrupción generalizada de veganismo. Simplemente, para muchos consumidores es un producto que se ha vuelto inaccesible. Algunos de nuestros entrevistados de clase media baja y clase baja confesaron que en sus hogares hace más de un año y medio que no se come carne de vaca.
Finalmente, el tercer dato es más propio de las clases medias, pero ilustra las distorsiones y el deterioro que se aprecian en la economía cotidiana. Es la primera vez en la historia que se venden más motos que autos. Eso ocurrió en 2021. Otra vez, no hay aquí un cambio en los patrones de movilidad. El trazo es bastante más grueso: no hay dólares, y por lo tanto hay menos autos. Los que hay, como todo bien escaso, son significativamente más caros. Apenas se vendieron 382.000 unidades. En 2013 habían sido 950.000 y en 2017, 900.000.
El segundo componente de la explicación se vincula con el primero y tiene nombre y apellido: inflación. La última encuesta nacional de Synopsis indica que para el 49% de la población esa es su principal preocupación. Solo se admite una respuesta ante esta pregunta, lo cual quiere decir que la sociedad ubica este problema por encima de cualquier otro. De acuerdo con los últimos datos del Indec, solo la clase alta y la clase media lograron que sus ingresos superaran la suba de precios el año pasado. El resto de la población apenas empató. Eso implica que no se recuperó el 11% de poder de compra que se había perdido durante 2020. Hablamos aquí en pesos. Si pasamos la ecuación a dólares, la cuestión es bastante más apremiante.
Idesa calculó la evolución de los salarios formales medidos al dólar blue (el que puede comprar la mayor parte de la gente y que opera como metro patrón de cómo van las cosas). En 2011 había llegado a ser de 1500 dólares. En 2017, de 1700. Al cierre de 2021 apenas si superaba los 500 dólares. El valor más bajo de la serie histórica, salvo en 2002, cuando tocó el piso en 380 dólares. En el mundo globalizado en que vivimos casi todo tiene dólares adentro, por supuesto la tecnología y la indumentaria, pero también los alimentos y la energía.
En el nuevo mundo en el que entramos hace dos semanas, donde se está produciendo una guerra en Europa estilo siglo XVIII registrada en vivo con toda la parafernalia de herramientas propia de la transformación digital y la hiperconectividad, mucho más.
La sociedad sabe muy bien qué implica para su bolsillo futuro una suba del precio global del petróleo y el gas.
Salida difícil
Por último, la tercera explicación es de carácter más estructural y sociológico. Los argentinos parecen haber caído en la cuenta durante la pandemia y la cuarentena de cuál es la situación real del país y la propia. La fragilidad y la vulnerabilidad que sintieron a flor de piel durante tantos meses transparentaron el estado del sistema. Saben que salir de acá va a resultar sumamente difícil y trabajoso. Llevará años.
El año pasado hubo una recuperación importante, sí. Para volver, en el mejor de los casos y con suerte –salvo alguna excepción– a los niveles de la prepandemia. Después de 24 meses, los datos señalan el fastidioso volver a empezar.
Algunos han decidido tirar la toalla y se van o al menos expresan el deseo de hacerlo. En particular, los jóvenes de clase media alta y clase alta. Los padres, con dolor, no pueden más que alentarlos. Para ellos es game over, partido terminado. Otros, la gran mayoría, decidieron quedarse. Todavía creen que las cosas en algún momento podrían ser diferentes, pero no en el corto plazo. Crece entre ellos la sensación de que esto así “no va más”, sin que eso implique que tengan claridad sobre cómo, cuáles y con qué timing deberían ser los cambios de fondo que anhelan sin llegar a poder describirlos en detalle.
Por ahora es más un registro emocional que una reflexión detallada y meditada que pueda organizar una demanda homogénea. Mientras procuran clarificar sus ideas, avanzan con paso cansino y paciencia corta hacia otro año que, estiman, les proveerá menos de lo mismo.
Otras noticias de Nota de Opinion
Más leídas de Economía
Valor mensual. Cuál es el monto del programa social Volver al Trabajo en noviembre
Modo vs Mercado Pago. Se desata un nuevo conflicto por los pagos con códigos QR
Últimos registros. ¿A cuánto cotizan el euro oficial y el blue este sábado 2 de noviembre?
Inconsistencias y fondos en la mira. El Gobierno usó una dura auditoría para desactivar programas ligados al agro