El costado económico de un divulgador de lujo: ¿quién quiere ser Steven Pinker?
Steven Pinker es psicólogo. Estudió el rol del lenguaje en la naturaleza humana, hace experimentos sobre cognición visual, estudia las estructuras gramáticas de la lengua madre de los niños y también lo que los verbos revelan acerca de nuestras representaciones mentales. Si tras esta descripción aburridísima el lector aún sigue conmigo, quiero presentarle al otro Steven Pinker. No al académico, sino al divulgador, ese que lo convirtió en una personalidad reconocida mundialmente. Porque su mayor virtud es su capacidad para ser bueno en aquello a lo que no se dedica y ello transmite a sus lectores la extraña sensación de que ellos podrían ser Steven Pinker.
Pinker entendió muy temprano que no cualquiera tiene acceso a lo que se sabe a ciencia cierta, lo que no se sabe, y lo que se sabe falso en un campo determinado. Esto lo convenció de la importancia de agrupar, organizar y explicar conocimientos de manera coherente y amena. Así nació La tabla rasa, su primer éxito editorial, cuyo título refiere al mito de que los humanos nacen con el cerebro “en blanco” y listo para ser rellenado con la crianza y el entorno. Pero, ¿cómo es posible incorporar enseñanzas, se pregunta Pinker, si el cerebro está vacío en primera instancia? Otra leyenda que Pinker destierra, en la misma obra, es la del “buen salvaje”, la idea de que los humanos vivíamos felices y pacíficamente hasta que sobrevino la modernidad. Con su estilo implacable de poner negro sobre blanco, en este caso sobre la verdadera naturaleza humana, Pinker comienza a cosechar su primer grupo de ofendidos.
Tras advertir sobre nuestra naturaleza brutal (debida casi en su totalidad a los varones), Pinker publica en 2011 Better Angels of Our Nature (algo así como “lo mejor de nosotros”), donde muestra empíricamente que, pese a esta tendencia innata, la sociedad moderna logró reducir sus índices de violencia en todos los rubros a una velocidad asombrosa. Si bien los datos son públicos y contundentes, Pinker observa que la percepción general es exactamente la contraria. No se sabe si por una suerte de memoria de corto plazo a lo Dory (el personaje olvidadizo de Buscando a Nemo), o simplemente por un mecanismo de negación, la gente tiende a asumir que “todo tiempo pasado fue mejor”. Aun cuando Pinker explica con paciencia que están equivocados, los que se sienten agraviados con sus afirmaciones se siguen sumando.
Pronto Pinker nota que la sensación acerca de la violencia es apenas un aspecto de una percepción mayor (y más errónea aún) de que la humanidad, lejos de progresar, empeora. En su libro de 2014 En defensa de la Ilustración, Pinker encara la titánica tarea de demostrar que la salud, la prosperidad económica, la seguridad, la paz, el conocimiento y la felicidad en general están en franco aumento, no solo en Occidente, sino en todo el mundo. Una vez más, muchos descreen, pero los números corroboran esta tendencia. Un capítulo será dedicado enteramente a sus siguientes adversarios: Pinker acusa a algunos progresistas de “odiar el progreso”, una forma algo brutal de decir que están influenciados por el inevitable sesgo de negatividad de las noticias, y por la suposición injustificada de estos analistas de que el sistema “debe estar roto”.
El trabajo de este autor genera adhesiones abrumadoras, pero son sus atacantes quienes reciben más prensa. Como tantos otros científicos famosos, fue acusado de pertenecer a la derecha más rancia (por sus teorías sobre la naturaleza humana) y también a la izquierda demoníaca (por su ateísmo y su pública adhesión al Partido Demócrata). El ensañamiento con Pinker tiene orígenes diversos, pero uno de ellos es sin duda su estilo claro y divulgativo. A pocos les importa que estos temas se discutan en papers académicos con jerga específica, pero cuando estas ideas llegan con claridad al gran público, la reacción negativa es inmediata.
Y tratándose de la divulgación, Pinker sabe de lo que escribe. En 2014 publicó un verdadero “manual de escritura” donde critica sin eufemismos la prosa de ciertos académicos tildándola de tosca, oscura y confusa para los lectores, que termina por convencerlos de que si no entienden es por culpa suya. Sus libros, en cambio, cumplen con creces sus reglas: Pinker escribe claro, preciso, profundo y entretenido, gambeteando con frescura lo que para cualquier escritor mortal serían dilemas insolubles. Parece tan fácil ser Pinker cuando se lo lee, como ser Messi cuando se lo ve jugar.
Su última publicación, Racionalidad, tiene un mes de vida. Su objetivo explícito es convencer a sus lectores de que ser racional paga. La mejor defensa a su posición es que criticar la racionalidad no es posible, porque... ¿quién lo haría usando argumentos que no usen la razón? Si bien esgrimir las razones de la racionalidad termina por ser una tarea circular, Pinker invita al mundo no tanto a ser lógicos profesionales, sino simplemente a tratar de “seguir a la razón”.
Si bien su contenido es algo más técnico y específico, este libro toca varios temas caros a la economía del comportamiento, como los sesgos cognitivos que nos hacen presuntamente “irracionales”. Consultado por LA NACION, Pinker indica que la cruza entre economía y psicología va a permitir mejorar nuestro entendimiento del mundo y los subterfugios de la racionalidad. Pinker registra además una conexión concreta entre racionalidad y progreso económico: “Cualquier intercambio económico más sofisticado que el trueque requiere la aplicación de pensamiento abstracto”, señala. “Hay que tener en cuenta que el gran escape de la pobreza universal, como lo llama Angus Deaton, comenzó en el siglo XIX y se basó en las innovaciones tecnológicas, económicas y de políticas que nos dejaron el Iluminismo y la revolución científica en los siglos precedentes”, reafirma.
Pinker no se ha involucrado demasiado en la economía. Su economista-filósofo favorito es Thomas Sowell, a quien considera un pensador adelantado en varios tópicos (muchos que exceden la economía), aunque no siempre acuerda con sus ideas libertario-conservadoras. Los libros de Pinker han asaltado y exaltado a historiadores, psicólogos, lingüistas y cientistas políticos, pero los economistas rara vez se sintieron tocados. Incluso así, tuvo un par de intercambios dignos de mención. Uno fue su polémica con el irascible Nassim Taleb, quien lo acusó (injustamente) de ser un optimista irremediable y de ignorar los cisnes negros. El otro fue una respuesta de Pinker a la hipótesis de Steven Levitt, según la cual el crimen declinó en los 90 en Estados Unidos como consecuencia de que el aborto fue legalizado en 1973, gracias a lo cual las madres que no estaban preparadas para serlo simplemente abortaron a futuros jóvenes problemáticos. En Better Angels... Pinker dedica tres páginas a refutar esta idea de manera convincente, pero para muchos la explicación ya había quedado demostrada por los métodos irrefutables de la ciencia social estelar.
Canadiense de fama mundial, científico de Harvard y docente ejemplar, talento literario con infinidad de galardones y con una familia poblada de científicos y artistas. Y también, como intelectual público, una personalidad expuesta a ataques virulentos de analistas y académicos de varias disciplinas. Usted, ¿quiere ser Steven Pinker?
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