El conocimiento sobre cómo usarlos genera más valor que los recursos en sí mismos
En el contexto actual, en el que los mayores ingresos provienen de los empleos que implican la toma de decisiones y en el que las inversiones tecnológicas son la fuente de riqueza, el debate de nuestra dirigencia suele mostrarse demasiado pobre
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Casi todos los trabajos durante la época de mis abuelos requerían esfuerzos manuales. Cuando mi abuelo emigró de Lituania, el 40% de los trabajos estaba en la agricultura y el 35% en la artesanía o la manufactura. Pocas profesiones dependían del pensamiento de un trabajador.
Mis hijos interactúan en un mundo laboral en el cual el 40% de los trabajos bien remunerados corresponde a “gerentes, funcionarios y profesionales”. Son trabajos basados en la toma de decisiones. Otro 40% son trabajos de servicios logísticos, marketing, educación y entretenimiento, entre otros ítems, que a menudo dependen tanto de las estrategias como de su implementación, siempre usando más el conocimiento que el esfuerzo físico. Una frase para el mundo laboral de hoy sería: “Si no venís a trabajar un sábado, ni te molestes en venir a trabajar el domingo, estás despedido”.
Por eso, me parece muy pobre el debate de nuestra dirigencia. Se sigue discutiendo sobre retenciones, regalías, extracción de materias primas y reparto entre provincias y Nación, en un mundo donde lo que vale es la tecnología de extracción o desarrollo, y no el recurso en sí. Genera más valor agregado social y comercial el conocimiento para aprovechar los recursos, que las materias primas en sí mismas.
¿Alguien duda, a esta altura de la humanidad, que la efectividad del campo, de la minería o de los recursos energéticos se debe a la inversión tecnológica más que al propio recurso? No es solo sembrar y ya, ni explorar y ya.
En la década de 1970 parecía que el mundo se estaba quedando sin petróleo. La economía global se desarrollaba y usaba mucho petróleo. Finalmente, no nos quedamos sin energía, y no porque hayamos encontrado más petróleo, sino porque encontramos la tecnología para extraerlo en forma no convencional y, además, porque comenzamos a hacer automóviles, fábricas y viviendas más eficientes energéticamente de lo que solían ser. Se necesita un 60% menos de petróleo para impulsar un auto que hace 40 años.
“Mis hijos interactúan en un mundo laboral en el cual el 40% de los trabajos bien remunerados está basado en la toma de decisiones”
Según la filosofía, la riqueza es una construcción social. No es posible que un individuo sea rico (es decir, que tenga un mayor acceso a bienes y servicios que la mayoría de sus pares), si no hay detrás una sociedad que produzca esos bienes y servicios. Pero esa construcción hace que, luego, la misma sociedad le otorgue valor a esos bienes y servicios, convirtiéndolos en metas indispensables para algunos e inalcanzables para otros.
Los jóvenes de hoy tienen una nueva construcción social. Para las personas de mi generación la riqueza se medía en hectáreas de tierra, o en granos, o en cabezas de ganado. Los ricos eran los dueños de los bienes. Era común escuchar decir: “Ahí viene el del auto marca XX” o “ahí viene el dueño de tal cosa”. Pero a los menores de 30 años de hoy les gusta viajar, vivir más el presente. Uno intenta incentivarlos a ahorrar para el futuro, pero a ellos hoy “les gusta” viajar. Tener menos compromisos les da más posibilidades de despegar.
¿Por qué nos cuesta tanto cambiar la matriz de nuestras discusiones? ¿Quizás es por la propia resistencia al cambio? Leí alguna vez que generalmente no hay resistencia al cambio, ya que sabemos que tarde o temprano hay que cambiar, pero sí a que te impongan el cambio o el momento de hacerlo. En el fondo, no es solo el cambio, sino cuándo hacerlo.
Morgan Housel (de quien tomé muchos conceptos para esta nota) sostiene que nuestras experiencias personales con el dinero representan tal vez el 0,00000001% de lo que pasa en el mundo, pero, tal vez, el 80% de cómo creemos que funciona el mundo. No siempre una sociedad quiere escuchar la verdad; muchas veces prefiere tapar la realidad.
Por eso, es muy importante entender cómo cada uno ve un problema. Si yo voy por la calle y veo un local vacío pienso en escribir un informe sobre la recesión y un abogado piensa en un posible conflicto entre partes; en cambio, un emprendedor piensa en qué negocio puede desarrollar ahí.
“Me parece muy pobre el debate de nuestra dirigencia; se sigue discutiendo sobre retenciones, regalías, materias primas y reparto de fondos”
Entendamos, entonces cómo piensan, según su formación, quienes toman decisiones.
Un macroeconomista ve el déficit fiscal como su principal batalla. Es distinto al caso de un gobernador provincial que tiene presión política, que debe manejar las prioridades con sus votantes y prefiere evitar tomar decisiones políticamente incorrectas.
A un macroeconomista, escuchar la expresión “déficit fiscal” le produce quizás la misma reacción que la que tendría mi perro si le quisiera sacar la comida de la boca. Independientemente de lo que me quiera, el tarascón me lo va a tirar igual. Si me meto con su comida (léase, déficit fiscal) va a reaccionar de la misma manera que un político, que prefiere morderte antes de perder su comida (léase popularidad o votos).
El dólar se mueve por la percepción de una balanza comercial positiva. Este mes, el dólar bajó un 15% porque descuenta un ingreso de divisas mayor al que vamos a necesitar. Pero el conflicto político puede complicar ese escenario.
Se percibe que la inflación está bajando porque, debido a la recesión, ya no conviene stockearse. Además, el Gobierno, al bajar a cero su déficit fiscal, deja de emitir. Sin emisión y con recesión, la inflación debería desacelerarse. Pero el conflicto político puede complicar ese escenario.
La suba de los bonos y del riesgo país se da porque el mercado percibe que se va en serio con la baja del déficit. Entonces, se achica la deuda y aumenta la capacidad de pago. Pero el conflicto político puede complicar ese escenario.
“La resolución de conflictos trae aparejada una lucha de intereses; la desregulación y la quita de subsidios del Estado, también. Todo lo que merece la pena exige un poco de dolor”
Vivimos en una sociedad que entiende que hay que cambiar el rumbo para resolver nuestros crónicos problemas estructurales, y que desconfía de la política para resolver sus temas del día a día, pero no puede prescindir de ella para darle sustentabilidad a los cambios.
La resolución de conflictos trae aparejada lucha de intereses. La desregulación económica trae lucha de intereses. La quita de subsidios por parte del Estado trae lucha de intereses. Todo lo que merece la pena exige un poco de dolor. El truco está en que no nos importe que duela, si realmente queremos un cambio.
Vivimos como optimistas sobre el futuro, pero paranoicos sobre lo que nos impedirá llegar al futuro.
Amigos, el riesgo cero no existe y tenemos que tomar decisiones empresariales o profesionales en una Argentina donde, quizás, ninguna de las partes afloje en sus posturas, porque creen en cosas distintas.
Si me paralizo esperando definiciones, quizás pierdo una oportunidad histórica, pero si me la juego, quizás esté asumiendo riesgos irreparables.
Sumado a eso tengo la percepción de que los ciudadanos estamos más influenciados que informados.
Un periodista del Wall Street Journal dijo alguna vez que hay tres formas de ser un redactor profesional, que son las siguientes.
*Si les mentís a personas que quieren que les mientan, vas a hacerte rico.
*Si les contás la verdad a quienes quieren oír la verdad, vas a poder ganarte austeramente la vida.
*Si les contás la verdad a los que quieren que les mientan, te vas a arruinar.
Como conclusión, si usted cree que la Argentina va a cambiar su matriz dependiente de un Estado ineficiente, es momento de tener coraje e invertir.
Si piensa que no vamos a poder cambiar y que volveremos a dar un paso atrás: ¡qué lástima!
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