Jerónimo Podestá dedicó toda su vida a ayudar al prójimo, se convirtió en uno de los teólogos más brillantes de su época y llegó a ser obispo de la diócesis obrera más grande del mundo, pero un aciago día de octubre de 1967 su carrera se cortó para siempre: fue obligado a renunciar a su obispado bajo la acusación de un supuesto romance con una mujer.
Lungo, como lo llamaban, había nacido en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires , un 8 de agosto de 1920. Su padre, Daniel Antonio Podestá, era un médico que le transmitió los valores de honradez, trabajo y conducta ética. Su madre, Clara Wilmart, era una gran devota que lo inició en la fe católica.
Podestá creció, junto con ocho hermanos, en el conurbano fabril, algo que lo marcaría para siempre. "De mi padre, que fue un respetado profesional no recuerdo un solo acto malo en toda su vida. De mi madre, rescato que sembró en mí la semilla de la generosidad y de servicio fraternal con la gente. En toda mi vida, no he encontrado una persona tan preocupada por los demás como ella", le hace decir Clelia Luro de Podestá, en su libro "Jerónimo Obispo. Un hombre entre los hombres. Su vida a través de sus escritos" (Ediciones Fabro).
Lungo hizo parte de su primaria en el Colegio San José, de Buenos Aires. En el secundario ya empezó a cumplir una activa militancia católica y fue por aquellos años en los que comenzó a leer con avidez los clásicos, sobre todo a "Las Confesiones de San Agustín", de Agustín de Hipona. Además, cuando estaba en quinto año, su padre lo anotó en los Cursos de Cultura Católica.
Al momento de elegir carrera, se inclinó por Medicina, un poco porque era la profesión de su padre y otro poco porque le permitía desarrollar su vocación de servicio. Pero cuando cursaba ya tercer año, se planteó seriamente qué hacer con su fe y decidió volcarse de lleno a ella: ingresó en el Seminario de La Plata en 1940 y fue ordenado sacerdote en 1946.
Además, Podestá fue licenciado en Derecho Canónico y Teología, y también estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Al terminar sus estudios en 1950 fue docente en el seminario hasta 1962. Allí, amigos y enemigos coincidían en que era un brillante teólogo.
Se destacó por sus méritos e inteligencia y en 1962 el Papa Juan XXIII lo designó obispo de Avellaneda. Amigo del sacerdote brasileño Helder Cámara, Podestá adhirió después al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, y fue uno de los que inauguró en Latinoamérica la corriente de los curas obreros, antecedente de la Teología de la Liberación.
Siempre preocupado por cuestiones sociales, empezó a recorrer su diócesis. ¿Y en qué lo hacía? Pues en un diminuto Renault Dauphine que manejaba él mismo. Un día, se le pinchó una goma en Quilmes , se bajó, se arremangó la sotana (que un tiempo después dejaría de usar) y se puso a cambiar la rueda. Pasó un hombre que lo reconoció y le dijo: "¿Cómo un obispo haciendo eso". Él se dio vuelta y le contestó: "No me haga tan inútil, por favor. Toda la vida lo he hecho y por qué no lo voy a hacer ahora".
Tal como se afirma en el libro citado, además de los problemas pastorales, pronto Jerónimo empezó a atender otras cuestiones: los problemas personales de los sacerdotes, muchos de ellos relacionados con su sexualidad o con la relación con las mujeres. A muchos les consiguió una dispensa de Roma para contraer matrimonio canónico, pero a otros no pudo darles más que paliativos.
A sus 46 años, era reconocido por su capacidad intelectual y era considerado una de las mentes más brillantes de la iglesia en su época. Tan es así que unos años antes había sido convocado para participar del Concilio Vaticano II, que produjo una enorme revolución en la Iglesia. No solo eso, tenía gran injerencia política y manejaba la diócesis obrera más grande del mundo: Avellaneda. Estaba en su mejor momento y tenía por delante una carrera extraordinaria. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo estropea todo.
Un día de octubre de 1967, Lungo se levantó temprano, se tomó unos mates y se preparó para encarar otra larga jornada. En eso, recibió un llamado del nuncio apostólico, Humberto Mozzoni, que lo requería en su despacho. Él tomó su auto y, con gran intriga, se fue hasta la Nunciatura, ubicada en el mismo lugar en el que se encuentra hoy: Avenida Alvear y Montevideo.
Cuando llegó, Mozzoni le dijo sin rodeos que debía renunciar, porque tenía una relación con una mujer y eso era inadmisible. La mujer efectivamente existía, se llamaba Clelia Luro, era una divorciada que tenía seis hijas y que era cinco años menor que él, pero Podestá siempre negó el romance y afirmó que solo era su secretaria. "Para desembarazarse de él, utilizaron la presencia de su secretaria (en esa época los Obispos no podían tener secretarias menores de 60 años y mi madre tenía 40)", señala Clelia Isasmendi, una de las hijas de Luro.
Según cuenta Isasmendi, hacía ya un tiempo que las conferencias de Podestá sobre la Populorum Progressio (encíclica dedicada a la cooperación entre los pueblos y al problema de los países en vías de desarrollos) se habían vuelto cada vez más populares, sobre todo en medios sindicales y peronistas (16 estos últimos prohibidos por la dictadura). "Pero al mismo tiempo encendieron las alarmas en el gobierno militar y en los sectores conservadores civiles y religiosos", comenta.
Aunque Podestá negó tener una relación con la mujer que, insistía, solo era su secretaria, igualmente fue obligado a renunciar al obispado. Jerónimo fue a hablar con el Papa Paulo VI, pero ya el clero local había difundido su renuncia y no había marcha atrás. "De vuelta en Buenos Aires, cinco días antes de lo que le habían informado, el 3 de diciembre de 1967, Jerónimo fue desalojado con la policía de la diócesis de Avellaneda", recuerda Clelia.
Años después, en 1972, Jerónimo y Clelia se fueron a vivir juntos y formaron una familia (en 1995 se casaron formalmente). Poco antes, en 1971, cuando fue a testimoniar en el caso de Oberdam Sallustro (empresario industrial ítalo-paraguayo, director general de la empresa Fiat Concord en la Argentina, que fue capturado y asesinado en 1972 por el Ejército Revolucionario del Pueblo), la Iglesia directamente lo suspendió a Divinis y lo nombró simbólicamente Obispo de Orrea D´Aninico (una diócesis inexistente de Africa).
Según lo recuerdan las seis hijas de Clelia Luro, la mencionada Clelia, María, Nanina, Clara, Alejandra y María de los Angeles, Jerónimo fue siempre una persona íntegra. "Y lo sostuvo en todo momento, en la curia diocesana y en la curia romana, en los barrios marginales y en los medios de comunicación, frente a la dictadura militar argentina (que lo llegó a considerar el principal enemigo, por boca del generalJuan Carlos Onganía) y en el exilio forzado", afirma Isasmendi.
Según las hermanas Isasmendi, que lo consideraron en todo momento un padre maravilloso, Lungo supo siempre a qué se enfrentaba. Para ratificar esto, ellas rescatan sus propias palabras: "Sufrí la incomprensión de algunos y las críticas de otros... a medida que mi acción se fue haciendo más pública y más comprometida, se me fue advirtiendo que encontraría enemigos implacables y así fue. Acepto ser señal de contradicción, incluso ante mis hermanos de fe. Acepto también que no se comprenda que yo haya asumido conscientemente la pérdida de cargo eclesiástico como la Diócesis de Avellaneda , para no claudicar ante un valor personal".
Jerónimo vivió hasta el día su muerte con su inseparable Clelia, con la que fundó el Movimiento de Curas Casados en América Latina, del que fue presidente. Poco antes de partir para siempre de este mundo, tuvo una visita muy especial: la del entonces cardenal Jorge Bergoglio.
Finalmente, el 23 de junio de 2000, el "reparador" como lo llamaba una de sus nietas, murió en paz, con la sola compañía de sus seres queridos (entre los que se contaban los curas casados). Poco antes, había dejado para toda la eternidad una frase con su sello: "Yo fracasé en todo en mi vida. Quise ser médico y fracasé. Quise ser obispo y fracasé. Pero hay una sola cosa en la que no fracasé: en el amor".
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