El blanqueo viene con premio en el mundo del arte
Para el mercado de arte local el blanqueo es una buena noticia y puede representar la reactivación largamente esperada. No es una novedad que los precios del arte argentino están rezagados respecto del referente obligado que es Brasil, cuando la ecuación calidad precio no se mide con la misma vara.
Artistas como Beatriz Milhazes, Vic Muniz, Cildo Meireles, Adriana Varejao, Ernesto Neto o Rosangela Renó superan largamente la cotización de los artistas argentinos de media carrera. La comparación se vuelve más dramática si me mide con los consagrados que ya no están, caso Maccio, De la vega y García Uriburu, cuyas obras son las más buscadas de plaza.
Vista en perspectiva, la última década estuvo signada por tres enemigos temibles: el cepo cambiario (mortal para un mercado que se mueve en dólares), la tenaza de la AFIP, y la endémica cuestión de la libre circulación. Mirando para adelante, estos tres males no solo ya están erradicados, sino que han sido remplazados por lo que puede definirse como un círculo virtuoso.
En primer lugar, los operadores están decididos a impulsar medidas que garanticen la transparencia de las operaciones y terminar así con el cuco, más fantasía que realidad, de que el mercado de arte es un oasis para lavar dinero. No lo es al menos en la Argentina, donde las operaciones importantes se cuentan con los dedos de una mano. Sin embargo, la paranaoia de la AFIP persiste, en buena medida, porque, dicho en buen romance, "el que se quema con leche ve la vaca y llora".
Otro factor clave para sacarle punta al blanqueo es la libre circulación de obras de arte. Resulta indispensable abrir las fronteras a los compradores del exterior que tienen genuino interés por artistas de cotización internacional como Villar Rojas, Basualdo, Erlich, Macchi, Siquier, Ballesteros y Kuitca. Al país no entra lo que no puede salir y viceversa. La norma es de manual.
Durante el gobierno de Menem se logró un acuerdo de libre circulación, impulsado entonces por Cristina del Campo, de Christie's, y Ruth Benzacar, de la galería homónima. La apertura de los 90 fue la oportunidad de Berni de Nueva York, cuando Amalia Fortabat y Eduardo Costantini pagaron precios récords por Ramona espera y Juanito dormido, dos obras emblemáticas de la narrativa del rosarino. La apertura duró lo que un suspiro y, otra vez, vuelta a foja cero. A los controles, los permisos y demás.
En los años K , el actual director del MNBA, Andrés Duprat, estuvo al frente de la Dirección de Artes Visuales y, junto con la autoridad de Patrimonio, Américo Castilla, intentó destrabar la maraña de controles para acelerar la integración del mercado de arte argentino al mundo. Algunas cosas se lograron, pero los galeristas mantienen firme su queja, hecha pública durante la última edición de ARCO de Madrid frente al ministro de Cultura Pablo Avelluto.
Lo que viene puede ser el escenario perfecto: voluntad de los tenedores de obra para aceptar un registro de propiedad; danza de dólares en el circuito como consecuencia del blanqueo y oferta de obras de calidad guardadas bajo siete llaves hasta tanto presione la demanda. Los buenos cuadros están a la espera de que los precios suban, a tono con lo que sucede en la arena internacional. Pruebas al canto. En 2016, el segmento líder del mercado ha sido el arte contemporáneo. De Basquiat, el haitiano grafitero que murió de sobredosis, se vendió Sin título, un cuadro pintado en 1982, por US$ 57 millones, un millón menos que Lot y sus hijas, de Rubens, fechada 1613, cuando era el pintor más influyente de Amberes. Ese Rubens es la pintura de un Old Master más cara vendida por Christie's en 250 años de historia.
A la hora del blanqueo, la Argentina es una cantera excepcional de arte contemporáneo. Solo falta el toque de largada para que comience a girar la rueda de la fortuna. Y ese momento está por llegar.
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