El bimonetarismo reabre un debate espinoso
Permitir a los bancos prestar dólares a sectores que no los generan en el marco de un tipo de cambio sobrevaluado sería muy peligroso; hay que encontrar un camino intermedio de regulaciones prudenciales, como hizo Perú
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En su discurso por cadena nacional para celebrar el primer año de su mandato, el presidente libertario Javier Milei reiteró su compromiso de introducir la competencia de monedas en la Argentina. Milei dijo entonces que “todos los argentinos podrán utilizar la moneda que quieran en sus transacciones cotidianas”, y agregó que “esto quiere decir que desde ahora cada argentino va a poder comprar, vender y facturar en dólares o la moneda en que consideren, exceptuando el pago de impuestos que por ahora seguirá siendo en pesos”.
Un primer paso para este camino lo dio el Gobierno mediante el decreto 70/2023, el cual en su artículo 250 cambió la redacción de los artículos 765 y 766 del Código Civil, y que tiene fuerza de ley al no haber sido rechazado por el Congreso. Anteriormente, se podían cancelar las obligaciones de dar dinero dando el equivalente en pesos. La nueva redacción del artículo 765 ahora reza “la obligación es de dar dinero si el deudor debe cierta cantidad de moneda, determinada o determinable, al momento de constitución de la obligación, sea o no de curso legal en el país. El deudor solo se libera si entrega las cantidades comprometidas en la moneda pactada. Los jueces no pueden modificar la forma de pago o la moneda pactada por las partes” y el 766 así: “El deudor debe entregar la cantidad correspondiente de la especie designada, tanto si la moneda tiene curso legal en la República como si no lo tiene.” Por supuesto que los acreedores, al celebrar contratos en otra moneda como el dólar, hacen un acto de fe de que la justicia, llegado el caso, harán cumplir lo establecido en el contrato y no citarán teorías como la de la “imprevisibilidad” o la “emergencia económica”.
Lo siguiente, todavía en proceso, es la implementación de pasos administrativos para que las transacciones en dólares u otras monedas se puedan hacer en forma cotidiana. Implica tanto el poder facturar en dólares, usar tarjetas de débito y crédito en dólares, facilitar las transferencias electrónicas en dólares y que los precios puedan exhibirse en dólares, entre otros. Todos estos pasos generan poca controversia y seguramente sean implementados en breve.
El aspecto más controversial del mayor uso de dólares en la economía es el de los préstamos bancarios en esa moneda. El debate se agudizó luego del exitoso blanqueo, que permitió un aumento de los depósitos del sector privado en dólares desde US$17.858 millones a fin de junio a un pico de US$34.611 millones el 31 de octubre, cayendo más recientemente a US$31.492 millones. El máximo al que habían llegado antes fue de US$32.492 millones, el viernes anterior a las fatídicas PASO del 11 de agosto de 2019. Este crecimiento de los depósitos permitió una fuerte expansión del crédito en dólares, por más de US$3680 millones durante el segundo semestre, hasta los US$10.132 millones.
El debate es si los bancos deberían hacer crecer su cartera de prestamos en dólares, o más bien en cuánto podrían hacerla crecer. Es una discusión muy controversial, porque nos devuelve a quizás la mayor crisis de la historia argentina. La devaluación del peso que puso fin a la Convertibilidad hizo crujir como nunca antes al sistema bancario local, problema derivado del descalce de monedas originado por prestar dólares a sectores que no generaban dólares, incluyendo empresas de servicios e individuos mediante hipotecas, entre otros.
El consenso post Convertibilidad fue implementar llamadas “medidas macroprudenciales”, haciendo que el sistema financiero local se componga de dos silos separados, uno con depósitos y préstamos en pesos, y otro con depósitos y préstamos en dólares, pero estos últimos limitados solo a empresas o individuos que demuestren ingresos en moneda extranjera, es decir a exportadores o empresas que participen de cadenas de exportación. Como consecuencia de esta regulación, durante los últimos 10 años, en promedio, los préstamos en dólares al sector privado representaron solamente el 41,2% de los depósitos en dólares del sector privado. El resto de los depósitos quedan encajados en el Banco Central (BCRA), formando parte de las reservas internacionales brutas, pero no de las netas.
Más genéricamente, la combinación de las malas políticas implementadas por el kirchnerismo, la desconfianza en el sistema bancario persistente luego de la crisis de 2001/02 y estas prácticas macroprudenciales resultaron en un sistema financiero diminuto. El crédito bancario, menor al 8% del PBI, es uno de los más bajos del planeta.
Estas prácticas macroprudenciales también lo convirtieron en un sistema muy resiliente a las barbaridades que solemos cometer los argentinos. Entre abril de 2018 y agosto de 2019 el peso se depreció un 190%, o un 70% ajustado por inflación, y los depósitos en dólares cayeron en un 51,7% o US$16.363 millones desde julio de 2019 a octubre de 2020, y el sistema sobrevivió sin problemas.
En cualquier otro país estos bruscos saltos cambiarios y de depósitos hubiesen llevado a la quiebra al sistema financiero. La crisis que experimentó Perú, que tiene un sistema bancario bimonetario, al final de los 90, puede servir de guía para la Argentina. Al finalizar la hiperinflación de fin de los 80, el sistema bancario peruano experimentó un resurgimiento, pero de la mano de un fuerte crecimiento de los depósitos en dólares, que representaban casi el 90% de los depósitos totales, y luego de la mano de préstamos internacionales en dólares tomados por los bancos; cerca del 80% de los préstamos se hacían en dólares.
El brusco fin a los flujos de capital hacia países emergentes al que dio lugar la crisis rusa de 1998 puso en jaque al sistema bancario peruano, mismo teniendo el gobierno una situación fiscal envidiable, con un superávit primario (sin el pago de intereses) en 1997 parecido al que muestra la Argentina hoy. El Sol –la moneda local– se depreció fuertemente, el crédito bancario cayó del 28% al 18% del PBI en pocos meses, y varios bancos cayeron al crecer fuertemente la cartera de créditos impagables. La decisión que tomaron las autoridades luego de la crisis fue implementar medidas macroprudenciales para desalentar los depósitos y los créditos en dólares, imponiendo encajes diferenciales para depósitos en dólares y depósitos en soles, y encajes crecientes a los bancos que hacían crecer sus carteras de créditos en dólares. Hoy solo cerca del 30% de los depósitos son en dólares, y menos del 30% del crédito se denomina en esa moneda.
La decisión sobre los créditos en dólares no está separada de la elección del régimen cambiario/monetario. A partir de inicios de este siglo, las autoridades peruanas adoptaron metas de inflación, inicialmente entre 1,5% y 3,5% anual, y entre 1% y 3% anual a partir de 2007. El esquema se complementó con un fuerte crecimiento de las reservas internacionales, cercanas al 30% del PBI (las de la Argentina, en términos netos, son negativas), y un sistema de flotación sucia.
En la Argentina, permitir a los bancos extender libremente los créditos en dólares a sectores que no generan dólares en el marco de un tipo de cambio fijo y sobrevaluado como el actual sería suicida. Un esquema como este alienta a las empresas a endeudarse en dólares, ya que resulta mucho más barato que endeudarse en pesos. El costo de un crédito en dólares es en algunos casos tan bajo como el 3% anual. La “certidumbre” que brinda el actual esquema cambiario estimuló el crecimiento de los créditos en moneda extranjera a partir de septiembre. Las regulaciones tienen una característica que hace esta tendencia algo riesgosa, ya que obliga a la conversión de los préstamos en moneda extranjera a pesos. Este proceso fue el que ayudó al BCRA a ganar reservas brutas en los últimos meses. Sin embargo, parte de esas reservas se usaron y se van a usar (muchas en enero) para el pago de deuda externa; esto implica que, si los deudores quieren ir con pesos a recomprar los dólares para cancelar sus préstamos, estos dólares ya no estarán en el BCRA. De hecho, las reservas netas se mantienen muy negativas, en –US$8098 millones, no tan lejos del valor que tenían cuando asumió el Gobierno. Es decir, se requiere mucha prudencia en la expansión de los créditos en dólares en la Argentina.
Por otro lado, eliminar totalmente a los bancos la posibilidad de expandir el crédito en dólares tampoco tiene demasiado sentido, ya que limitaría nuestras posibilidades de crecimiento. Si la Argentina quiere tener un régimen bimonetario, lo mejor sería encontrar un camino intermedio, en el que la combinación del sistema monetario/cambiario y de medidas prudenciales permita hacer crecer al crédito en moneda extranjera, pero sin que el sector privado asuma demasiados riesgos que después terminen siendo “socializados” en el caso de una crisis cambiaria y/o política. Si queremos aprender de la experiencia bimonetaria peruana, tenemos que pensar en: 1) no asumir compromisos cambiarios que sobre estimulen el endeudamiento en dólares, manteniendo un régimen de flotación sucia; 2) hacer crecer las reservas internacionales, para lo cual se requiere un tipo de cambio real más competitivo que el actual, que nos haga ganar reservas vía exportaciones netas, y no vía ingresos de dólares financieros y 3) implementar un esquema de regulaciones macroprudenciales que estimule los créditos en pesos y no en dólares, incluyendo encajes y requisitos de capital bancarios distintos, limitaciones para ciertos tipos de créditos como hipotecas o pymes, y máximos de endeudamiento en moneda extranjera en relación al capital de las empresas grandes, entre otros.
¡Muchas felicidades a todos y que tengan un gran 2025!
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