El azar, la meritocracia y los factores que definen la distribución de la riqueza
Imaginemos que somos capaces de medir con precisión el esfuerzo para generar riqueza de cada persona. Puestos a contar personas hay para cada nivel de esfuerzo, seguramente el resultado sea una “campana de Gauss”; es decir, una distribución normal donde solo un puñado se esfuerza casi nada, otro grupito se esfuerza muchísimo, y una gran mayoría seguramente se ubica en el medio (después de todo, el día tiene apenas 24 horas). Algo parecido ocurre con la inteligencia, pero esta vez con datos conocidos: según los tests de inteligencia, la masa se ubica cerca del promedio, con una reducción simétrica primero rápida y luego lenta hacia los costados. Es probable que las distribuciones del talento, las habilidades o la voluntad sean similares.
Pero hay una variable que no se comporta de esta manera, y es justamente la que representa los potenciales frutos de todas estas cualidades: la riqueza. Si ordenamos a los individuos por su riqueza, una enorme mayoría gana poco y una minoría gana mucho. Se trata de una distribución conocida como Ley de Potencia, que está sesgada a favor de unos cuantos privilegiados. ¿Qué está pasando aquí?
Evidentemente hay un ingrediente actuando tras bastidores que transforma cualidades normales en resultados anormales. Para cada vez más investigadores esta variable es simplemente el azar. Tres investigadores italianos (un economista y dos físicos) demuestran que casi nunca las personas con más talento son las económicamente más exitosas; suelen ser superadas por individuos mediocres pero más afortunados.
El físico Ole Peters ha explicado la diferente dinámica de los ingresos del trabajo, que crecen aditivamente, y del capital, que lo hace multiplicativamente. Así, si alguien tuvo la suerte de acceder a una riqueza inicial suficiente, entonces tendrá muchas más chances de volverse millonario, más allá de sus virtudes personales.
El economista Branko Milanovic ha insistido en el rol preponderante de la suerte de haber nacido en el lugar correcto. Un voluntarioso trabajador nacido en Europa Occidental ganará decenas de veces más que quien se determine a realizar el mismo esfuerzo en un país del África Subsahariana.
El matemático Pablo Groisman viene alertando en varias notas que la sociedad subestima el rol del azar en los resultados observados. “Si bien somos conscientes de la incertidumbre respecto del futuro, nos cuesta muchísimo reconocerla en la explicación de lo que ya pasó”, señala. “Con el diario del lunes, se tiende a creer que por algo pasó lo que pasó”. Una de las razones es que nuestra percepción del mundo se basa en un recorte muy pequeño de la realidad. “Tenemos una tendencia natural a extrapolar experiencias personales, en lugar de buscar datos y estadísticas generales”. “Difícil pensar en cómo solucionar estos sesgos; asumir nuestras limitaciones y reconocer el azar en nuestros éxitos no es nada fácil”, concluye.
El rol del azar pone en tela de juicio la garantía de la meritocracia como un sistema justo. Pero aun si la suerte no jugara papel alguno, la propia lógica meritocrática se ha puesto en duda. El profesor de Yale Daniel Markovits publicó hace un par de años La trampa meritocrática, donde denuncia que la meritocracia se ha convertido en un mecanismo de concentración y transmisión dinástica de la riqueza y de los privilegios. El vehículo central para este resultado, afirma, es el sistema educativo. La élite invierte esfuerzo y dinero para que sus hijos accedan a la educación más cara y elitista, todo para asegurarse que se mantendrán en la cima. En su último libro, Capitalism Alone (Solo capitalismo), Milanovic enfatiza la reproducción de la desigualdad: los ricos pagan bajos impuestos a la herencia y suelen casarse entre ellos, lo que sostiene concentrada la riqueza en un grupo compacto.
En su reciente libro La tiranía del mérito, el filósofo político Michael Sandel va más allá. Señala que si la meritocracia funcionara correctamente, sería fatídica para la sociedad. El experimento mental que propone es una sociedad perfectamente meritocrática con un conjunto de ganadores en la cima gracias a un merecido esfuerzo, pero que deben compartir la sociedad con un grupo grande de perdedores que simplemente estarían en el lugar que se merecen.
Semejante distopía, dice Sandel, tendría nefastas consecuencias psicológicas para los rezagados, que estarían obligados a echarle la culpa de su situación a su mala suerte en la lotería genética. Sandel explica que la idea de mérito propio es una ilusión, porque el sistema tiende a sobrepagar al que vende las habilidades que la sociedad premia en ese momento y en ese lugar. ¿Merece Messi ganar lo que gana? Seguramente sí, pero si hubiera nacido 200 años antes en un país africano, sus talentos físicos y motrices lo habrían convertido en poco más que un valioso esclavo.
Aun cuando en el nivel agregado el azar define mucho, en el nivel personal todavía hay esperanzas para poder acceder a la buena fortuna. El psicólogo (y mago) Richard Wiseman desarrolló en su libro El factor suerte los pasos para situar al azar de nuestro lado. Todo comenzó con una encuesta sobre el rol de la aleatoriedad en la vida de la gente, donde obtuvo un resultado extraño: en lugar de una mayoría considerando que su suerte era la promedio (una distribución normal), encontró que la mayoría se encontraba en los extremos de la distribución: muchos decían tener buena suerte, y muchos decían tener mala suerte, como si se tratara de un rasgo del destino, o de la personalidad.
Pero esto es incompatible con las leyes del azar. Tras investigar la cuestión, Wiseman concluyó que los suertudos actuaban para atraerla. El psicólogo propone que, además de la actitud personal y otras obviedades típicas de los libros de autoayuda, una estrategia promisoria consiste en modificar los hábitos repetitivos. Verse con la misma gente, frecuentar los mismos restaurantes, mantener un único trabajo, o vacacionar en el lugar de siempre, son actitudes que restringen las sorpresas y las oportunidades. Para Wiseman es fundamental darle una chance a la chance, y tentar al azar para que se presente ante nuestras vidas. La recomendación tiene un punto de contacto con el concepto de “antifragilidad” del autor best-seller Nassim Taleb, según el cual hay entidades que se benefician de la variabilidad del mundo.
La gran pregunta que resta responder es si la estrategia de Wiseman de tomar nuevos caminos o intentar cambiar de trabajo podría permitir mejorar la suerte de la sociedad. Después de todo, asumir riesgos es fácil si uno pertenece a una familia de buen pasar y tiene respaldo, pero puede ser extremadamente peligroso si se pone en juego todo el capital del que se dispone.
Mejorar la economía personal puede ayudar a reducir la desigualdad provocada por el azar del sistema, pero las soluciones de fondo para el conjunto suelen ser radicales, y posiblemente poco amables al oído conservador. Aumentar los impuestos a la herencia, liberalizar la movilidad internacional del trabajo, o incrementar las políticas redistributivas seguramente formen parte de esa agenda. Y por supuesto, deberíamos contar con la suerte de que estas políticas se implementen apropiadamente.
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