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Una noche primaveral de 1986, ante la mirada atónita de 70.000 personas, Helmuth Duckadam entró al Libro Guinnes de los Records; pero poco después se le cayó encima un duro invierno. El “Héroe de Sevilla”, como se lo conocería después de que atajara cuatro penales en la definición de la Copa de Campeones de Europa, chocó de frente con la cruda realidad que reinaba del otro lado de la “Cortina de hierro” y ya nunca más fue el mismo.
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Duckadam llegó al mundo el 1° de abril de 1959 en Semlac, una pequeña localidad de Rumania , que tiene solo 3700 habitantes y que está ubicada cerca de la frontera con Hungría. Nació en el seno de una familia de origen germano (perteneciente a los suabos, más precisamente), y fue criado por su abuela, porque sus padres estaban divorciados y se habían desentendido de él.
Catalin Tepelin, editor jefe de Gazeta Sporturilor, el diario deportivo más leído de Rumania, cuenta que Helmut no solo jugó fútbol de chico. "También probó suerte en balonmano, en el equipo que había en su escuela. Por supuesto, lo hizo como portero", señala el periodista en comunicación vía mail desde Bucarest, la capital rumana.
Abandonó su hogar a los 14 años y pronto comenzó a jugar en el club de su ciudad, el Semlacana Semlac. En 1974 ingresó en la escuela deportiva Gloria de Arad, y en 1977 fichó para el Constructorul Arad, un modesto equipo de tercera categoría donde se destacó por sus grandes actuaciones.
Un año más tarde fue traspasado a un club superior, el UTA Arad que en esos momentos jugaba en Primera División. Su debut en la máxima categoría ocurrió el 17 de septiembre de 1978. Pulió su estilo y se convirtió en figura de su equipo, por eso en 1982 fue comprado por el club al que todo futbolista rumano quería llegar: el Steaua Bucarest.
El Steaua fue fundado tras la Segunda Guerra Mundial, en 1947, y hasta 1998 estuvo estrechamente vinculado al ejército rumano, convirtiéndose en todo un símbolo del sistema y emblema del régimen del dictador Nicolae Ceausescu, uno de los más sanguinarios títeres soviéticos.
Larguirucho y bigotudo, Duckadam marcó todo un estilo de arquero en su país. Tan es así que llegó a ganarse un puesto en el arco de la selección nacional rumana. Pero la noche que quedaría para siempre en su memoria sería la del 7 de Mayo de 1986, en la final contra el Barcelona por la Copa de Campeones de Europa, que hoy se conoce como Champion League.
Helmuth dejó heladas a las 70.000 personas que estaban en el Estadio Ramón Sánchez Pizjuán, de Sevilla (60.000 eran catalanes): en la definición desde el punto del penal, luego de un anodino cero a cero, él atajó los cuatro penales del Barça. Alexanco, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos sucumbieron ante sus manos y sus reflejos. Steaua ganó la definición 2 a 0, gracias a los tantos convertidos por su otra estrella, Marius Lacatus, y Gavril Balint.
El provinciano de origen suabo que desde muy chico soñó con ser arquero fue entonces rebautizado como el "Héroe de Sevilla", por haber sido el artífice del éxito más importante de la historia del Steaua de Bucarest y haberlo convertido en el primer club de los países al otro lado del "Telón de acero" en conquistar el título de campeón de Europa.
Con solo 26 años Duckadam estaba en lo más alto de su carrera, tenía un futuro asegurado en la selección de su país y un interesante pasar económico (todo lo interesante que esto podía ser detrás de la "Cortina de hierro"). Ese mismo 1986 fue elegido "Mejor jugador rumano del año". Es más, el presidente del Real Madrid, Raúl Mendoza, feliz porque le había quitado la copa a su archirrival Barcelona, le regaló un Mercedes-Benz . Duckadam había entrado en el Libro Guinnes de los Records y estaba, mejor dicho que nunca, tocando el cielo con las manos. Pero... siempre hay un "pincelazo" que arruina la fiesta.
Apenas llegó a Bucarest, feliz de la vida con su gloria y su auto nuevo, lo llamó Nicu, que no era otro que Nicolau, el hijo del dictador Ceaucesco. Como el régimen manejaba todo en su país, incluso el deporte, Nicu era el presidente del Steaua. Éste no pudo consentir que un jugador de la plantilla luciera un auto de lujo y reclamó para sí el flamante Mercedes de Duckadam, diciéndole que debía conformarse con el premio de US$200 y el Dacia usado que le había dado el club.
Duckadam se negó a entregar su regalo y ese fue su fin: Nicu, que no se andaba con vueltas, mandó a la Securitate, la terrible policía política rumana, para que lo hiciera entrar en razones. Los esbirros de Ceaucesco le rompieron los diez dedos de las manos a Helmuth, dejándolo imposibilitado para la práctica del fútbol. Nunca más jugó en el Steua.
La versión oficial, repetida siempre por el propio Duckadam, fue que había sufrido una trombosis en un brazo, pero la historia de la represalia de Nicu y su Securitate se filtró. Aún hoy, Tepelin insiste: "Fue un doloroso problema de salud: una embolia, un coágulo de sangre que afectó su hombro. Los médicos le dijeron que, si se demoraban unas horas en llegar al hospital, tendrían que amputarle el brazo. Helmut se sometió a una cirugía y, desafortunadamente, se vio obligado a retirarse del fútbol profesional".
Lo cierto es que Duckadam nunca más recuperó la gloria dentro de un campo de juego: Tepelin señala que regresó al modesto Arad, donde fue nombrado vicepresidente, pero luego fue contratado como oficial de aduanas en la frontera entre Rumania y Hungría. "Su situación financiera no era tan buena, así que en 2003, emigró a los Estados Unidos en busca de mejor fortuna, pero regresó a Rumania después de solo un año", comenta el editor.
Entró en la política, como miembro de un pequeño partido administrado por el propietario real de Steaua Bucarest, Gigi Becali, pero tampoco tuvo éxito allí. Pareciera como si toda su buena estrella se hubiera agotado en aquella noche mágica de mayo de 1986.
"Al final, Duckadam fue contratado hace ocho años como presidente honorario en Steaua y se desempeña como una especie de encargado de relaciones públicas, teniendo presencia regular en programas de televisión, donde defiende a su club", relata Tepelin.
Así transcurre sus días el que alguna vez fue el "Héroe de Sevilla", el arquero que enmudeció a 60.000 catalanes y llevó a lo más alto el fútbol de los países de la órbita soviética. Ironías del destino: ese es el mismo hombre que en 2002, apremiado por la necesidad económica, se vio obligado a vender los guantes que 16 años antes lo habían llevado a la gloria.
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