El antepenúltimo salvavidas del Fondo
El aval a las ventas de dólares del BCRA no será la única concesión del FMI al Gobierno, aunque tampoco signifique un cheque en blanco
Hasta hace apenas diez días parecía impensable que el staff del Fondo Monetario Internacional (FMI) avalara expresamente que el Banco Central realice ventas sorpresivas de dólares para evitar saltos alarmantes como el de fin de abril, cuando en una semana la cotización trepó más de 9%. No solo porque el nuevo esquema desactivó virtualmente la ancha zona de no intervención cambiaria (ZNI) impuesta hace siete meses con 30% entre piso y techo. También porque, de hecho, salteó el estatuto del organismo, que impide a los países miembros utilizar sus préstamos para atender su mercado doméstico y privilegia la libre flotación para asegurar el pago de la deuda externa.
La flexibilización de la rígida política cambiaria fue interpretada por los operadores como otro salvavidas del gobierno de Donald Trump al de Mauricio Macri a través del FMI. No les falta razón. Ya había ocurrido en junio con la aprobación en tiempo récord del primer programa stand by, en medio de la corrida cambiaria disparada por el abrupto corte del financiamiento en los mercados externos. Y luego con su inédita renegociación dos meses después, que amplió la asistencia a un monto récord de US$57.100 millones a cambio del fuerte ajuste fiscal y monetario en curso.
Si en 2018 ya estaba claro que los EE.UU. y sus socios europeos buscaban evitar que la Argentina recayera en otro default (en este caso, involuntario) de la deuda, esos temores se acentuaron ahora ante la perspectiva de un eventual triunfo de Cristina Kirchner. Y junto con la alta inflación, que deterioró la imagen de Macri, se tradujeron en nuevas subas del dólar y del riesgo país.
Las alertas naranja fueron el 4,7% de inflación en marzo (y de alrededor de 4% en abril), el riesgo país por encima de los 1000 puntos básicos y el dólar a casi $48. Un cóctel demasiado fuerte para la intención oficial de frenar el alza inflacionaria a base de ortodoxia monetaria y una módica dosis de heterodoxia (congelamiento de 64 productos "esenciales" y de los ajustes tarifarios pendientes hasta fin de año). Sobre todo, cuando el BCRA tenía las manos atadas para contener la escalada del dólar y su traslado directo a precios pese a la caída de ventas.
Por si fuera poco -antes de los últimos anuncios-, Marcos Peña y el propio Macri afirmaron imprudentemente que había que habituarse a convivir con la volatilidad cambiaria. Este enfoque deja de lado que el dólar pasó a ser el termómetro de la economía para todos los argentinos; incluso para el amplio segmento social sin posibilidades de ahorro y cuyos pesos ya sufrieron una devaluación de 12,5% en lo que va del año.
Hasta hace una semana, además, la volatilidad fue sinónimo de subas diarias del dólar con un efecto de retroalimentación: quienes compraban se apresuraban antes de que aumentara y quienes debían vender esperaban mayor precio. El riesgo cambiario era casi nulo, ya que el BCRA estaba maniatado aunque el dólar subiera 5% en una jornada y podía vender sólo si superaba el techo de la banda cambiaria ($ 51,45).
Si bien la conducción económica venía negociando desde hace meses la revisión del esquema de bandas, el giro al pragmatismo del staff técnico del FMI fue progresivo. Primero, las subastas diarias de US$60 millones por cuenta del Tesoro para atender pagos en pesos no modificaron la tendencia alcista del dólar. Luego, pasó sin pena ni gloria la eliminación de los ajustes diarios de piso y techo, que perdieron su carácter móvil y quedaron fijos en $39,75 y $51,45 para lo que resta del año. Hasta que finalmente el BCRA fue autorizado a intervenir dentro de la ZNI "con ventas de dólares cuyo monto y frecuencia dependerán de la dinámica del mercado".
O sea que el BCRA no mostrará previamente sus cartas, en una suerte de incertidumbre deliberada para reducir la volatilidad cambiaria en los próximos meses. Paralelamente, subió de US$150 a US$250 millones diarios el monto de las subastas si el dólar supera el techo de la banda, sin descartar intervenciones adicionales; y no comprará divisas hasta junio si perfora el piso.
Este cambio hacia una política de flotación administrada rescata el espíritu del efímero primer acuerdo con el Fondo, que preveía intervenciones ante "episodios disruptivos" en los mercados. No es un cheque en blanco, ya que el organismo mantiene su postura de no financiar la fuga de capitales ni el turismo al exterior. Si bien el BCRA decidirá la oportunidad y el monto de cada venta de dólares sin consulta previa, habría un acuerdo tácito para evitar excesos como los que le costaron el puesto a Luis Caputo y preservar reservas destinadas a los pagos de 2020.
En los despachos oficiales aseguran que las licitaciones del Tesoro por US$60 millones diarios continuarán sin cambios y que las intervenciones no tendrán como objetivo "planchar" al dólar, sino evitar grandes fluctuaciones cambiarias para que la inflación pueda descender del actual escalón de 3,5%/4,5% mensual a otro de 2,5%/3% en los meses previos a las PASO. También indican que no hay intención de marchar a contramano de la depreciación de otras monedas emergentes, salvo en casos excepcionales atribuibles a la fragilidad del peso.
La contrapartida de esta estrategia es otro endurecimiento de la política monetaria. Ya se tradujo en tasas de interés de 74% anual (récord desde 2002) para las Leliq que licitan los bancos, que solo en los últimos días comenzaron a reflejarse en mayores rendimientos (superiores al 51%) para depósitos a plazo fijo en pesos de ahorristas. Las futuras ventas de dólares del BCRA equivaldrán a la absorción de pesos para restar combustible a la inflación y al atesoramiento de dólares.
Por lo pronto, en los primeros y accidentados días del nuevo esquema cambiario (que incluyeron el paro de la CGT-CTA con sus consignas kirchneristas más las amenazas de ganar la calle y el feriado del 1° de mayo), el dólar retrocedió inicialmente casi $2 y luego no superó los valores de la semana previa sin intervención del BCRA. En los mercados hay consenso en que este esquema podrá mantener al dólar en cierta calma hasta el 22 de junio, cuando se oficialicen las listas de candidatos. Y que a partir de entonces su comportamiento dependerá de los datos de intención de voto que surjan de las encuestas. Si suben las chances electorales de CFK, cualquier nivel de tasas podría ser insuficiente.
También sacan cuentas sobre las reservas de libre disponibilidad que podría vender este año el BCRA. Se habla de US$18.000 a US$25.000 millones, aunque este último dato incluye el primer desembolso de US$7500 millones del Fondo en 2018, destinado precisamente a reforzar las reservas y cuyo uso estaría siendo negociado dentro del salvavidas cambiario. Aun así, los mercados descuentan que éste será la penúltima ayuda que recibirá la Casa Rosada: creen que si los ingresos tributarios siguieran sin recuperarse en términos reales debido a la recesión y no se cumpliera la meta de déficit fiscal primario cero (sin intereses de la deuda), el Fondo estaría dispuesto a aprobar una dispensa (waiver) para liberar el próximo desembolso antes de las elecciones.
El último salvavidas resulta más complejo y debería ubicarse en 2020. Si bien varios dirigentes de la oposición peronista (kirchnerista y anti-K) anticipan livianamente que renegociarán el actual préstamo, que debe ser reembolsado a partir de 2021, omiten precisar que la alternativa es un acuerdo de facilidades extendidas (EFF) a diez años. Esta asistencia no incluye metas de superávit fiscal primario para reducir el peso de la deuda, sino que está condicionada a reformas estructurales (en materia impositiva, laboral, previsional y mayor eficiencia en el gasto) para que un tipo de cambio alto no sea la única vía para mejorar la competitividad. Por eso, la Casa Rosada le propone ahora al peronismo federal el compromiso de 10 puntos para asegurar el cumplimiento de leyes y contratos y marcar diferencias con las propuestas más radicalizadas e intervencionistas de CFK y los intelectuales afines que apoyan al régimen militar de Nicolás Maduro. Por ahora, el resultado de esta incipiente negociación se perfila tan incierto como el de las elecciones presidenciales.